11/28/2011

La Responsabilidad Social de los Medios

(Primera parte)

Escrito por

Texto leído en el Coloquio de Otoño de la Universidad Veracruzana.

Cuatro preguntas fundamentales se plantean cuando reflexionamos sobre el papel de los medios de comunicación en México y su responsabilidad social frente al inacabado y complejo proceso de transición en nuestro país:

1.-¿Es posible fortalecer la democracia con empresas mediáticas que le apuestan más a la concentración y les quedan incómodos los valores democráticos como pluralidad, tolerancia, libertad de expresión, acceso a la cultura y a la información, compromiso con la educación, respeto y promoción a los derechos de las audiencias, por mencionar sólo algunos?

2.-¿Cómo ejercen su responsabilidad social estos medios ante un panorama dominado por la dictadura del rating, la hipercomercialización de sus contenidos, la transformación de la sociedad de la información en una especie de sociedad anónima de la desinformación?

3.-¿Qué escenarios se presentan ante los adelantos tecnológicos que aceleran el proceso de convergencia entre los lenguajes audiovisuales, cibernéticos y de telecomunicaciones y la irrupción de las redes sociales como medios alternos?

4.-¿Estamos construyendo los trabajadores de los medios las condiciones necesarias para responder a las exigencias y el creciente malestar de las audiencias frente a los contenidos mediáticos predominantes o nos quedamos pasmados, en la medida que somos jueces y parte de este proceso?

Son preguntas abiertas que no tienen respuestas sencillas ni esquemáticas, pero que invitan a una revisión y reflexión. Y éste es el objetivo de mi participación.

Los Tiempos Perdidos

Hace casi cuatro décadas, las ciencias sociales y el periodismo de América Latina reflexionaban sobre el futuro de la televisión y la radio en los términos planteados por Marshall McLuhan –la tesis de la aldea global que ya se cumplió y el axioma de que el medio es el mensaje que privilegió los instrumentos por encima de los contenidos – o de las distintas corrientes marxistas que reflexionaron sobre la sociedad del espectáculo como una extensión del sistema capitalista y menospreciaron los cambios inherentes que traería el cambio del modelo analógico al digital y de la comunicación unidireccional a la bidireccional, por mencionar sólo algunos.

Perdimos años maravillosos en querer simplificar y reducir el papel de los medios de comunicación electrónica bien como meros instrumentos de dominación o manipulación política e ideológica, al grado de que el Pato Donald era un simple acompañante de la enajenación de las telenovelas, o perder de vista las particularidades nacionales de cada una de estas industrias culturales, asumiendo sin más que el medio era siempre un mismo mensaje. Algunos satanizaron a la televisión, medio hegemónico por excelencia, mientras otros sacralizaron sus virtudes innegables y su capacidad de fascinación. Y en muy pocos casos tratamos de entender su dinámica, la estructura de poder que la determina, al menos en México, y olvidamos a la otra parte de la ecuación: las audiencias, es decir, a los ciudadanos.

Los adelantos tecnológicos nos tomaron desprevenidos tanto a periodistas como analistas de los medios. La aparición y el auge del internet en los años noventa y en esta última década como un nuevo medio de información, entretenimiento, publicidad y de interacción ha ido transformando el panorama de manera radical. La convergencia acelerada entre este medio, la televisión, la radio y la telefonía nos plantean auténticos desafíos. El cambio acelerado del modelo analógico al digital y la especialización de las audiencias masivas, aquella “muchedumbre solitaria” que analizaron algunos teóricos y que hoy son comunidades virtuales complejas e interactuantes fueron poco estudiadas.

El futuro de la hipermediatización nos ha alcanzado aunque las estructuras empresariales, sociales, culturales y políticas que lo determinan hayan cambiado poco. Más acelerada que nuestra inacabable transición de la sociedad cerrada a la sociedad abierta y democrática es la transición hacia los modelos donde convergen las telecomunicaciones y los medios electrónicos, impresos y cibernéticos.

De cara a los cambios acelerados en el terreno tecnológico, nuestro principal desafío es ubicar los rezagos de nuestras naciones frente a la promesa de la sociedad de la información y darle la importancia necesaria a este proceso. Por descuido o por inercia de la dinámica de una globalización acelerada, se imponen los criterios de una sociedad del mercado de la información por encima de los de una sociedad del derecho a la información.

Todo se vende en los espacios mediáticos, desde un escándalo hasta una candidatura, desde una entrevista hasta una moda cultural, desde una revelación íntima hasta una creencia religiosa. No importa si en este exceso de mercantilismo se impongan la banalidad, el entretenimiento de baja calidad y escasa creatividad como fórmula enajenante y las propias audiencias se saturen, al grado tal que vivimos una era de intoxicaciones mediáticas y realidades aparentes, de una “sociedad líquida”, como analiza Zigmunt Bauman.

El problema sigue siendo los límites y contrapesos a esos poderes mediáticos que tienen vida y autonomía más allá de los propios poderes políticos o económicos. Karl Popper, el téorico de la sociedad abierta, lo expresó con estas palabras al referirse a la televisión:

“La democracia consiste en poner bajo control del poder político. Esta es su característica esencial. No deberíamos tener ningún poder político incontrolado en una democracia. Ahora bien, ha sucedido que la televisión se ha convertido en un poder político colosal, potencialmente, se podría decir, el más importante de todos, como si fuese Dios mismo el que hablara. Y así será si seguimos permitiendo el abuso. Se ha vuelto un poder demasiado grande para la democracia. Ninguna democracia puede sobrevivir si no se pone fin al abuso de este poder.

“Una democracia –subraya Popper- no puede existir si no se somete a control a la televisión, o más precisamente, no puede existir por largo tiempo en tanto el poder de la televisión no se haya descubierto plenamente… Nosotros debemos ver ahora esta posibilidad y controlar la televisión”.

Por supuesto este poder no ha sido sometido a control alguno, al menos en nuestro país. A cada intento de democratización y apertura ha correspondido una controfensiva de mayor intensidad y capacidad de chantaje. Por ejemplo, la Ley Televisa sepultó cualquier posibilidad de concretar una reforma integral a los medios de comunicación concesionados en el sexenio anterior. La Guerra de las Telecomunicaciones de este periodo ha colocado la disputa por la convergencia en una situación polarizada: de un lado el monopolio de las televisoras, del otro el monopolio telefónico y un gobierno que ha optado por no ser árbitro sino parte de esta disputa.

Y en ningún caso se ha resuelto el problema de la baja calidad de los contenidos o el rezago de nuestro país en acceso a banda ancha, o el alto costo de las interconexiones telefónicas, mucho menos la demanda de competencia y pluralidad en el espectro radioléctrico.

El tiempo perdido es irrecuperable y las consecuencias para la salud democrática del país se viven con mayor fuerza. La televisión dejó de ser la “caja idiota” de los años setenta y ochenta para transformarse en la “caja negra” de los dineros ocultos de los políticos y de los partidos. La sociedad del espectáculo se está asumiendo como una sociedad del escándalo. La mayor derrota de la información como bien público y propuesta civilizatoria se observa en el endiosamiento del rating. Es una especie de fundamentalismo que atrapa a nuestros actores políticos y sociales.

Para muchos políticos, si te peleas con el tótem del rating pierdes esas tablas de la ley que son las encuestas. Y los ciudadanos, las personas reales que no forman parte del punto de rating o de un índice demoscópico siguen siendo tratadas como menores de edad, como infantes eternos que se conforman con las cuentas de vidrio de la tele-basura.

Los Contenidos

Nada más para documentar nuestro optimismo con algunos. La tele-basura o la neo-televisión, aquella que mezcla la realidad con la ficción, que transforma todo en formatos de reality y talk show, que basa su éxito en la repetición de esquemas “exitosos” y gags informativos ocupa más del 60 por ciento del tiempo-aire en la pantalla de televisión abierta.

Hagamos las cuentas: súmenle las 4 horas de programación matutina de cada una de las dos grandes cadenas mexicanas (canal 2 y canal 13), más 1 hora diaria de talk shows, más un promedio de 2 horas diarias de realitys en formato de concursos, más 1 hora y media de programas supuestamente cómicos, más una barra de melodramas de casi 3 horas que ya no cuentan historias sino son un escaparate para la venta de productos desde artículos de belleza hasta medicamentos para bajar de peso, más 5 horas de infomerciales nocturnos con una gran cantidad de productos fraudulentos que prometen desde bajar de peso hasta tener un cuerpo como el de Lady Gaga con sólo utilizar unos tenis. Tenemos 16 horas diarias de producción desechable, pero altamente rentable en términos económicos porque no existe competencia ni entidad reguladora que proponga calidad de contenidos.

Nos dicen que nadie quiere ver una “televisión aburrida”. Pero confunden lo aburrido con lo absurdo. Consideran que el “entretenimiento” es la infantilización constante de las audiencias. Y llegan al extremo de justificarse: eso es lo que la gente quiere ver. La demagogia telegénica. ¿Qué otra cosa pueden ver si no existen alternativas reales para un 70 por ciento de los 27 millones de hogares que sólo tiene acceso a televisión abierta?

El problema resulta más complejo porque esos mismos contenidos telegénicos se replican en los programas de radio con mayor audiencia y en los medios impresos de mayor tiraje. Aún más, entre 70 y 80 por ciento de los contenidos de internet son extensiones de los modelos de entretenimiento y “cultura” que masifica la televisión.

De esto hablan algunos datos de consumos en México, según la encuesta de EGM:

-El porcentaje de consumo de televisión abierta en México no ha variado sustancialmente entre 2005 y 2010: pasó del 74 al 76 por ciento. El consumo promedio es de 2 horas 52 minutos diarios.

-El porcentaje de consumo de televisión restringida se incrementó: pasó de 11 a 20 por ciento. Sin embargo, un 60 por ciento de los cerca de 11 millones de abonados a alguna plataforma de televisión restringida (cable, satelital o inalámbrica) consumen preferentemente los mismos canales de televisión abierta.

-Disminuyó el consumo de radio entre 166 estaciones monitoreadas: del 50 por ciento de 2005 al 42 por ciento en 2010.

-Disminuyó el consumo de revistas en un monitoreo de 180: pasó de 37 por ciento de la población en 2005 al 27 por ciento en 2010.

-El consumo de periódicos disminuyó ligeramente: de 19 a 17 por ciento entre 53 empresas monitoreadas.

-El consumo de internet se incrementó sustancialmente: de 8 a 18 por ciento en el mismo periodo.

-El consumo de cine siguió igual: 7 por ciento entre 2005 y 2010.

En la medida que el Estado renuncia a su papel de promotor, regulador y democratizador del acceso a los consumos mediáticos, se refuerzan las tres vías de discriminación y desigualdad frente a los próximos modelos de convergencia de medios que se presentan ahora:

a) La económica: una minoría de ciudadanos disfrutarán de la abundancia de la televisión convergente y una gran mayoría no tendrá acceso, por el alto costo que representará. En la actualidad, el 95 por ciento de los tele-hogares mexicanos tiene acceso a televisión abierta, pero menos del 30 por ciento lo tienen a la televisión de paga. Esto contrasta con porcentajes como el 60-70 por ciento que prevalece en Estados Unidos o el 50 por ciento en Brasil.

b) Cultural-educativa: Las plataformas multicanales, en sus mejores ofertas alientan el elitismo: las mejores películas, series y contenidos de entretenimiento y deportivos están reservados para una minoría que tiene posibilidad de pagar por ellas. Más del 90 por ciento de esas producciones son de origen norteamericano.

c) Social-mediático: Predomina la idea de un telespectador como un consumidor pasivo, poco habilitado y educado para ejercer el poder del zapping o, en el mejor de los casos, serán un homo zapping sin opciones reales de oferta. Si acaso, los usuarios de las redes sociales –con un crecimiento de más del 37 por ciento en el último año- tendrán algunas posibilidades de generar un nivel de interacción y bidireccionalidad distinto.

El televidente interactivo, con posibilidades de influir, elegir y determinar los contenidos aún es una realidad distante. El rezago de México en esta materia es un tiempo perdido, invaluable.

La Concentración

El caso más dramático de concentración se da en México y, en especial, en el terreno televisivo. Las resistencias a la competencia y a la apertura están más que documentadas. La Cámara de la Industria de la Radio y la Televisión reconoce que nuestro país registra la mayor concentración a nivel mundial en materia de concesiones de señales de televisión abierta. Basta citar este diagnóstico reciente de la Comisión Federal de Telecomunicaciones en materia de concentración:

“-En nuestro país existen 461 estaciones concesionadas de televisión abierta.

“-Un grupo de interés cuenta con 224 concesiones (poco más del 48 por ciento del total) y transmite su programación en otras 34 estaciones afiliadas (poco más del 7 por ciento del total). Es decir, tiene un control del contenido que se transmite en 56 por ciento de la concesiones de televisión abierta en México. Debido a lo anterior, dicho grupo ha podido conformar tres cadenas nacionales, además de transmitir otra programación en veinte canales regionales o locales” (Para nadie es un secreto que está hablando de Televisa).

“-Por su parte, el único competidor a nivel nacional del principal grupo de interés cuenta con 180 concesiones, incluyendo una concesión local y una empresa afiliada (alrededor del 39 por ciento del total de las concesiones). Esta empresa ha logrado conformar dos cadenas nacionales.

“-En conjunto, estas dos empresas tienen relación con el 95 por ciento del total de las estaciones concesionadas de televisión del país. El resto está conformado por 17 estaciones locales que operan de forma independiente principalmente en ciudades de la frontera, León y la Ciudad de México”.

Esta concentración se traduce también en términos de ingresos publicitarios:

“-Históricamente, la televisión abierta ha captado los mayores recursos de inversión publicitaria. Se estima que en 2010, por ejemplo, obtuvo alrededor del 57 por ciento del total nacional, aproximadamente 33 mil millones de pesos. Se estima que el 99 por ciento de la inversión de los principales anunciantes en televisión abierta se concentra en las dos empresas principales del país.

“-En 2010, la televisión abierta captó los mayores recursos de inversión publicitaria con un porcentaje de 58 por ciento. La radio captó el 9 por ciento, los periódicos el 8 por ciento, los espectaculares el 8 por ciento, las revistas el 3.4 por ciento, el internet el 6 por ciento y el cine 1.5 por ciento y otros medios el 1 por ciento”.

El documento no señala algo que todavía hace más aguda la concentración: dos empresas de televisión acaparan el 58 por ciento de la inversión publicitaria, mientras que más de 160 empresas de radio se pelean por el 9 por ciento, y 180 revistas por el 3.4 por ciento. Llama la atención que en internet sólo se registre el 6 por ciento del mercado publicitario, aunque este medio haya crecido hasta 18 por ciento de consumo en 2010.

En materia de contenidos, el análisis de Cofetel advierte:

“El contenido se ha convertido en un elemento central en la cadena de valor de los medios de comunicación. De poco sirve una importante inversión en infraestructura de distribución si no se cuenta con una programación competitiva frente a las de otras empresas.

“Los generadores de contenido buscan cubrir la mayor parte de los medios disponibles para lograr el máximo rendimiento de su producto. De esta forma, la generación de contenidos ha logrado encontrar nuevas ventanas para su distribución en la televisión abierta, en la televisión restringida, en la venta de DVD’s, en renta remota vía internet, así como en la exportación a otros mercados. Todo ello representa potenciales fuentes de ingreso.

“Como se ha señalado, el mercado de la televisión abierta se encuentra verticalmente integrado, desde la producción hasta la distribución de contenidos. Dado este grado de integración, resulta difícil para los productores de contenido que no están relacionados directamente con las principales empresas, tener acceso a los canales de distribución de sus contenidos”.

(Documento de Referencia a la Consulta Pública para la Licitación de Frecuencias para Televisión Abierta, Cofetel, 2011).

La Responsabilidad Social de los Medios (Segunda parte)

Escrito por

Segunda parte del texto leído en el Coloquio de Otoño de la Universidad Veracruzana.

Recuperación de lo Público

Es un hecho cada vez más presente que la política en México se hace en los medios y para los medios, en particular, para la televisión comercial. Como vehículo de promoción y publicidad –incluso, a costa de la serie de escándalos y videoescándalos- de los políticos, la televisión abierta es la gran plataforma de conocimiento.

Sin embargo, esto no ha enriquecido la política y menos lo político. Ni los modelos televisivos y radiofónicos imperantes en México promueven la deliberación pública sino la estridencia de lo efímero, una especie de talk show imparable y permanente, al margen y por encima de las propias demandas, intereses y necesidades de la sociedad.

De esta manera, el divorcio se plantea así: la información como un bien público es sustituida por la mercadotecnia como política esencial de los medios; la comunicación se confunde con la publicidad y la propaganda; los mismos medios electrónicos, lejos de cumplir con un servicio acorde con su condición de señales públicas concesionadas, se transforman en poderes fácticos que se sobreponen y determinan a lo público.

Jesús Martín Barbero escribió en Los Medios y las mediaciones:

“En América Latina el abandono del mediacentrismo se está produciendo menos por el impacto de la reconversión industrial de los medios que por la fuerza con que los movimientos sociales hacen visible las mediaciones”.

Barbero propuso investigar tres lugares de mediación: la cotidianidad familiar, la temporalidad social y la competencia cultural.

Esta propuesta no ha dejado de ser válida como una fórmula para recuperar el espacio de lo público en nuestros medios masivos. La responsabilidad no es sólo de los movimientos sociales sino de nuestros propios políticos y de los trabajadores de los medios de comunicación.

La mediación sin democratización es la ruta más segura para la derrota civilizatoria de nuestra sociedad. Recuperar lo público reclama expropiar de la ruta de los videoescándalos, de la teleguerra sucia y de la autocensura informativa la riqueza cultural que es una promesa incumplida de nuestros medios.

Derechos de las Audiencias

Para la recuperación de lo público es indispensable incorporar en la legislación y en la práctica cotidiana del quehacer de los trabajadores de los medios informativos y de comunicación los derechos de las audiencias.

Cuando hablamos de los derechos de las audiencias, hacemos referencia también a la parte más vulnerable, con menos recursos y nulo acceso a los medios de difusión para contrarrestar la unilateralidad de los mismos: los ciudadanos.

En México los derechos de las audiencias están en el peor de los mundos posibles: no tienen condición de mandato legal y los propios medios tratan a sus telespectadores, radioescuchas o lectores como meros consumidores de escándalos, de productos de popularidad efímera o de emociones maleables. Las audiencias, etimológicamente, son las que auditan y fiscalizan los contenidos. Esto en México no existe.

Los derechos de las audiencias se pueden enunciar de la siguiente manera:

a) El derecho a una información veraz, ponderada, plural. Es necesario diferenciar publicidad, propaganda o promoción de los contenidos informativos.

b) El derecho de acceso a la educación y a la cultura, como un mandato derivado del propio artículo 3º. Constitucional.

c) El derecho a la ecología audiovisual.

d) El derecho a la no discriminación, así como el respeto a las diferencias y a la pluralidad de orígenes, creencias y opciones de vida.

e) El derecho de réplica que en México parece concebirse sólo para los políticos y no para los ciudadanos.

f) Los derechos de protección a la infancia que son burlados de manera escandalosa en los programas dirigidos a los menores de edad.

g) El derecho a la privacidad y la protección de los datos personales, que continuamente son amenazados en los medios cibernéticos.

h) El derecho al honor y al sano esparcimiento.

i) El derecho a la crítica y el respeto a la libertad de expresión. En general, la ecuación siempre está cargada a favor de los dueños y trabajadores de los medios, pero también las audiencias tienen y deben ejercer estos derechos y garantías.

Códigos de Etica

En una concepción moderna, con responsabilidad social, la idea de que la prensa y los medios constituyen un “cuarto poder” no reside en la capacidad para hacer escándalos o poner en evidencia lo más descarnado de la realidad política y social.

El auténtico “cuarto poder” reside en el poder de la gente informada, que puede así comenzar a pensar, a actuar y a tomar decisiones de manera libre

En nuestro país estamos muy lejos de que esta concepción se concrete en los medios actuales. Sin embargo, es necesario incorporarlos como un deber y un compromiso de los profesionales del trabajo informativo y de comunicación.

Los códigos de ética son hojas de ruta y fórmulas de autorregulación que no deben restringirse sólo a defender los derechos de los propietarios de los medios frente al Estado y de los trabajadores ante la empresa mediática.

Es necesario incorporar la dimensión de los derechos de las audiencias. En este sentido, las defensorías de las audiencias, los observatorios de medios, las organizaciones civiles comprometidas con el derecho a la información, con la rendición de cuentas y con la democratización del régimen de medios en México han insistido en incorporar los códigos de ética no como una concesión o una moda sino como un compromiso por recuperar el tiempo perdido y el interés público en los medios de comunicación.

Estamos apenas iniciando una era de alfabetización en materia de derechos de las audiencias. Pero no hay tiempo qué perder en este terreno.

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