Salvador González Briceño
Urge modificar integralmente la estrategia contra la delincuencia
¿Por
qué no cambiarlo todo? Desbordada la violencia, la criminalidad sigue
cobrando vidas en el país. Balaceras, ejecutados aparecen en distintos
lugares casi todos los días. Operativos van y vienen, reformas a las
leyes se instrumentan —insuficientes, claro— y el problema de la
inseguridad continúa. Pareciera no tener fin.
Pero
no lo tendrá en tanto no se atienda el problema del narcotráfico, en
serio y a fondo. Desde el lavado de dinero y la incautación de fortunas
en el sistema financiero —de ser necesaria la legalización de
las drogas—, hasta exigir a los estadounidenses que hagan lo propio en
su territorio para contener el problema de la creciente demanda —los
consumidores no son criminales sino enfermos, y deben ser tratados como
tales—, así como poner candados para la venta y tráfico de armas.
Se
requiere comenzar a cambiar de actitud, de vicios, hacer algo contra la
corrupción. Sobre todo políticas públicas eficientes con evaluaciones
permanentes, y que todas las instituciones encargadas de la seguridad
pública se pongan a trabajar, se apliquen en la necesaria coordinación
entre corporaciones, de investigación (no de persecución únicamente) de
presuntos delincuentes y de hacer efectivas las leyes contra la
impunidad.
Pero sobre todo aplicarse en la
prevención de los delitos; cuesta pero es el único medio para fortalecer
a la sociedad y retirar a los jóvenes de las tentaciones de los vicios.
Por ello es importante convocar a la participación de todos, la
sociedad y sectores en su conjunto. ¡Nada de violencia adicional
generada desde los cuerpos policiacos!, bajo cualquier pretexto; las
instrucciones persecutorias y de contención deberán medirse mejor e
instrumentarlas en protocolos de actuación de las policías.
Al
Presidente en funciones le corresponde hacer los cambios de fondo en la
estrategia de no privilegiar solo el uso de la fuerza y la
militarización. Porque es precisamente la estrategia que no ha dado
resultados. La que aplicó Felipe Calderón desde el 2006 y sigue a la
fecha con mínimos ajustes. Aún y cuando se mantiene a las fuerzas
armadas en las calles —lo que por cierto se presta al su uso para la
contención social—, que a la postre resulta insuficiente.
La
reparación de daños es crucial, haciendo efectiva la aplicación de la
ley y justicia a los afectados. ¿Por qué no? ¿Qué es más importante para
una sociedad que la seguridad? ¿Por qué esperar a que siga la
descomposición de la seguridad hasta límites extremos? La sociedad no se
merece eso. Y el gobierno tiene las riendas para emprender los cambios
pertinentes.
El panorama no es alentador. Y no lo
será hasta en tanto no haya los cambios de fondo que se requieren.
Vivimos una realidad inmersa en el terror, de corte cuasi surrealista.
Es de tal magnitud la persistencia de la inseguridad en el país, el
impacto de la violencia en la sociedad y la incapacidad mostrada por las
autoridades de brindar soluciones durante varios años, que no se mira
la luz al final del túnel.
La cerrazón por no
escuchar al “otro”; la ineptitud o falta de visión para buscar salidas
consensuadas; el desinterés por la vida de los demás; la colusión por
participar directa o indirectamente de los beneficios del crimen
organizado, y hasta el sometimiento a intereses extranjeros
—particularmente de los vecinos del norte, a los estadounidenses—, eso y
más ha impedido que los gobiernos de México consensen, desarrollen,
analicen y apliquen una estrategia multisectorial y socialmente
incluyente para resolver el problema de las drogas que generan la
creciente inseguridad.
Producto de la violencia de
los últimos años generada por los “negocios” del crimen organizado,
especialmente los carteles de las drogas, la severa crisis de seguridad
pública de los mexicanos —como cualquier país en guerra—, se complica
por las múltiples aristas que constituyen el fenómeno: los carteles, el
negocio, las plazas, la guerra fallida de Calderón, la seguridad pública
y sus instituciones, corrupción e impunidad y la estrategia geopolítica
de EUA.
En otras palabras, el privilegiar el uso
de la fuerza y la militarización como estrategia iniciada por Felipe
Calderón y seguida por Enrique Peña Nieto con mínimas variantes, no ha
brindado los resultados esperados en tanto la seguridad pública avanza
en franco deterioro.
Por lo demás, con una fuerte
dosis de injerencismo de los EUA en México, por la adopción y
seguimiento del “combate a las drogas” a pie juntillas, el gobierno
mexicano cierra los ojos ante las propuestas emanadas de la sociedad.
Pero es más que urgente que eso ocurra, puesto que sin la participación
social e incluyente de todos los sectores —apostarle a medidas
consensuadas— no será posible la contención del problema.
La
inseguridad es el reflejo de la violencia que padece el país en grado
superlativo, generada por el crimen organizado, especialmente los
carteles de las drogas durante todo el proceso del negocio: los terrenos
de siembra, el procesamiento, empaquetado, trasiego y cruces
fronterizos hacia el principal mercado consumidor: los Estados Unidos de
América (EUA).
En pocas palabras, la inseguridad
como producto de las actividades de los carteles de las drogas, los
generadores de los más altos índices de violencia en un negocio cuyos
tentáculos son de alcance mundial, puesto que su realización —tras un
largo proceso de “lavado de dinero” en la economía real— deviene
millonarias cuentas que van a parar o a los paraísos fiscales o a los
grandes bancos internacionales.
Problema desdeñado
por los gobiernos, por incapacidad o colusión, la realidad es que la
inseguridad no está siendo atendida con la eficiencia que se requiere y
lo exige la sociedad que pide políticas claras y soluciones. La
ciudadanía ante la falta de visión de las autoridades.
Su
contraparte, la seguridad pública o la tranquilidad ciudadana, es
competencia del Estado. Es decir, un ambiente de seguridad y justicia de
obligada responsabilidad para los órganos administrativos. En términos
constitucionales: “La seguridad pública es una función a cargo de la
Federación, las entidades federativas y los Municipios, que comprende la
prevención de los delitos; la investigación y persecución para hacerla
efectiva, así como la sanción de las infracciones administrativas, en
los términos de la ley, en las respectivas competencias que esta
Constitución señala. La actuación de las instituciones de seguridad
pública se regirá por los principios de legalidad, objetividad,
eficiencia, profesionalismo, honradez y respeto a los derechos humanos
reconocidos en esta Constitución.” (Artículo 21, reformado).
Para
una breve definición, cabe decir que: “La idea de seguridad pública
está ligada a la protección de la paz pública, de tal manera que puede
ser conceptualizada como el conjunto de políticas y acciones coherentes y
articuladas que tienden a garantizar dicha paz pública a través de la
prevención y represión de los delitos y de las faltas contra el orden
público, mediante el sistema de control penal y el de la policía
administrativa. Esta concepción, sin duda bastante amplia de la
seguridad pública, incorpora las actividades de procuración e
impartición de justicia como elementos del sistema jurídico legal que
actúan cuando la prevención no ha evitado la comisión de ilícitos”.
Salir
a las calles a realizar las actividades cotidianas —como ir al trabajo,
de compras, recreación, etcétera—, sin correr el riesgo de sufrir algún
infortunio a cualquier hora del día, se ha convertido en un asunto del
pasado. El México seguro se acabó. La zozobra y la incertidumbre que
generan las noticias sobre balaceras, asesinatos, descuartizados,
desaparecidos y narcofosas irrumpen de miedo la vida de la población en
el país.
La inseguridad se ha convertido en el
principal problema durante los últimos años, conforme a la percepción
ciudadana que recoge la “Encuesta Nacional de Victimización y Percepción
sobre Seguridad Pública (ENVIPE) 2015”, para este año de un elevado
73.2%, no menor en 2014 de 73.3% y 2013 un 72.3% (en años anteriores la
medición fue también considerable: en 2012 del 66.6% y 2011 de 69.5%).1
En
otras palabras, la violencia se ha apoderado de casi todos los
escenarios y el país se convierte en un riesgo permanente para los
ciudadanos. Sobresalen, por ejemplo, estados como Baja California,
Guerrero, Michoacán y Sinaloa, por el auge de la “vieja ruta” del
occidente de México, dado el riesgo que implicó para el trasiego de las
drogas el conflicto reciente entre el Cartel Jalisco Nueva Generación
(CJNG) —de reciente creación y acelerado auge— y las fuerzas federales
en la zona centro-occidental del país.
Pero los
hechos violentos están además en estados como Tamaulipas, Veracruz,
Edomex, Morelos, Oaxaca, Chiapas. La situación agreste recorre el país,
como lo percibe el ciudadano de a pie y lo revelan las encuestas.
Así
por ejemplo, las ejecuciones o el número de homicidios relacionados con
el crimen organizado, crecieron aceleradamente al pasar de 9,614 en
2009 a 15,266 en 20102, y a 15,768 en 2011, según datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP).
Pero
si a las ejecuciones se le agregan los homicidios dolosos, conforme a
la gráfica los datos son: 2007, 13,079 fallecidos; 2008, 19,992; 2009,
27,732; 2010, 35,946; 2011, 38,620; 2012, 35,411; 2013, 29,601; 2014,
23,657; 2015, 25,030 homicidios dolosos y ejecuciones para todos los
casos.
Los datos muestran una caída en los años de
2012 a 2014, con leve repunte para 2015. Pero la percepción ciudadana
no cede —que es la importante—, de la misma manera que las cifras, pues
se mantiene en 73.2%.
En general, para el 58% de
la población de 18 años y más en el país, la inseguridad y la
delincuencia son el mayor problema, por arriba del desempleo que
preocupa también y registra el 44.1%, el aumento de precios 33.2%, la
pobreza 31.1%, la salud 28.6%, la corrupción 28.5%, la educación 22.7%,
la impunidad 17.7%, el narcotráfico 17.2% y la escasez de agua 13.2%,
conforme al sentir de los entrevistados por INEGI.
No
suele relacionarse la prevalencia delictiva que afecta a personas en
general, cuando se trata de la delincuencia, pero los siguientes datos
reflejan que a mayor actividad de la delincuencia organizada los demás
delitos también se disparan. El siguiente cuadro lo muestra:
Es
decir, de los 22.8 millones de víctimas representan 28,200 víctimas por
cada 100 mil habitantes en 2014. La nota al pie (en letras pequeñas)
aclara que la ENVIPE mide delitos que afectan en manera directa a las
víctimas o a los hogares, tales como: robo total de vehículo, robo
parcial de vehículo, robo en casa habitación, robo o asalto en calle o
transporte público, robo o forma distinta a las anteriores (carterismo,
allanamiento, abigeato, y otros tipos de robos); así como fraude,
extorsión, amenazas verbales, lesiones y otros delitos distintos como
secuestro, delitos sexuales y otros delitos.
Sin
olvidar la llamada “cifra negra” respecto a la no denuncia. La ENVIPE
estimó que en 2014 se denunció únicamente el 10.7% de los delitos, de
los cuales solo en el 7.2% se inició averiguación previa, lo que
equivale a una elevada tasa del 92.8% de delitos en los que no hubo
denuncia o no se inició averiguación previa, contra un 93.8% de 2013 (no
menor a otros años: 92.1% en 2012, 91.6% en 2011 y 92.0% en 2010).
Entre
las causales de la no denuncia destacan las “atribuibles a la
autoridad”, como miedo a la extorsión, pérdida de tiempo, trámites
largos y difíciles, desconfianza o actitud hostil a la autoridad; entre
“otras causas”, también miedo al agresor, delito de poca importancia, o
por no tener pruebas.
Por cierto que en lo
referente al nivel de confianza en las autoridades a cargo de la
seguridad pública, igualmente destacan la Marina y el Ejército3
con el 81.6% y 77.6%, respectivamente. Le siguen la policía federal con
un 56.2%, la PGR con el 49.2%, Jueces con 46.2%, Policía Estatal un
42.5%, Policía Ministerial o Judicial 42.4%, MP y Procuradurías 41.5%,
Policía Preventiva Municipal 36% y Policía de Tránsito 31.3% en el
último lugar de confiabilidad.
Botón de muestra,
la situación no es exclusiva de México. El Consejo Ciudadano para la
Seguridad Pública y la Justicia, una ONG de tinte conservador, registra
un dato comparativo en su estudio “Las 50 ciudades más violentas del
mundo” para el año 2010, y revela que el 25% de las ciudades más
peligrosas estaban de México. Sobresalen en el 1er. lugar Ciudad Juárez,
con una tasa de homicidios de 229 por cada 100 mil habitantes;
Chihuahua en el lugar 5°; Mazatlán 8°; Culiacán 9°; Tepic 13; Durango
14; Torreón 17; Tijuana 21; Acapulco 23; Reynosa 34; Nuevo Laredo 36 y
Cuernavaca 38.
La misma consultora y el mismo estudio a enero 2014 arrojan la siguiente medición:
Es
decir, que nueve ciudades entre las 50 más violentas están en México.
Destacan Ciudad Juárez que cayó del primer lugar en 2010, al sitio 37 en
2014. Asimismo, Acapulco que aparecía antes en el lugar 23 escala al
3er sitio. Otros como Culiacán, cae del 9° al 16 lugar, y Torreón casi
no se mueve: del 17 al 18.
14 de julio 2016.
Reporte global
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