Madrid, 21 jul. 16. AmecoPress/RT.- Un videoclip causó la detención y multa al cantante mexicano Gerardo Ortiz, acusado de "apología al delito" por las escenas de asesinato y tortura a la actriz que finge ser su pareja.
El episodio sienta un precedente en un país como México que en
2013, según las cifras del Instituto Nacional de la Mujer, tuvo una
tasa de siete feminicidios al día por razones de género. Sin embargo,
Ortiz no es el primero ni el último que, con su música, violenta a las
féminas: En Latinoamérica, ese mismo mensaje toma forma de baile
pegajoso, de ritmo irresistible que no se baila, se "perrea".
Se trata del reggaetón
Un
rápido vistazo a la red dice que la etimología de la palabra viene del
reggae jamaiquino y el sufijo "tón", que desde el Río Grande hasta la
Patagonia, alude a algo grande. Así, el género se ha vuelto una pandemia
que contagia caderas y cualquier extremidad con un ritmo entre 90 y 120
pulsaciones por minuto, ideal para que los ejecutantes desplieguen sus
instintos más atávicos.
"Si sigues con esa actitud voy a
violarte", dice una de las tantas letras del reggaetón, infaltable en
casi cualquier fiesta, discoteca o jornada de limpieza dominical en las
viviendas latinoamericanas, lo que hace que muchos se cuestionen el por
qué del triunfo de un género que puso de moda el "blimbineo latino".
Más realidad que ficción
"El
reggaetón es absolutamente pegajoso", reconoce Marianny Sánchez,
investigadora del grupo Espacialidades Feministas de la Pontificia
Universidad Javeriana de Colombia, "y triunfa porque no muestra nada
nuevo, nada que no exista. Toma un fenómeno social que es el machismo y
le da forma de música, de entretenimiento, de producto que la gente
consume y aplaude sin postura crítica".
Para la profesora
universitaria, el reggeaeton sólo le pone ritmo a la violencia cotidiana
que viven millones de mujeres en la región y exalta "una manera de
vinculación" común en el imaginario latinoamericano, que también implica
la cosificación del cuerpo femenino: "No defiendo esa narrativa pero sé
que lo que aparece en un video o lo que dicen muchas letras ocurre en
la vida real. No hay una escisión con la ficción".
¿Beat feminista?
"Los
cantantes se valen del machismo porque no pueden alcanzar la seducción
de una mujer con sus palabras, por eso las agreden, las presentan como
sumisas a través de su discurso", opina Saúl Escalona, autor del libro
De la salsa al reguetón, un fenómeno social.
Aunque
el especialista dice que los cantantes de reggaetón han diversificado
sus letras hacia una vía más "romántica", en el sustrato de las líricas
persiste la violencia machista. En eso coincide Sánchez quien, sin
embargo, considera que el combate a ese mensaje no puede darse desde las
academias o los salones de clases sino a través de los mismos medios
"para poder desestigmatizarlo, para entender que la violencia contra la
mujer es un problema de salud pública como el hambre".
Pero el
beat, heredero del dembow jamaiquino, el rap y el hip-hop, también tiene
sus defensoras mujeres. La cantante Ivy Queen, en su tema Yo quiero
bailar, reivindica su derecho a sudar en la pista: "y eso no quiere
decir / que pa’ la cama voy (...) porque yo soy la que mando / soy la
que decide cuando vamos al mambo". ¿Pero eso basta?
Cuestión de clases
El
reggaeton, cuyos orígenes se debaten entre Panamá, Puerto Rico y
República Dominicana, ha extendido su dominio en la última década a
Estados Unidos y países de Europa como España, este último colonizado
por el ritmo latino que lidera las preferencias en Spotify por encima
del pop y el rock indie.
Pero
no todos admiten que lo disfrutan. El contenido de las líricas,
independientemente del pegajoso ritmo, despierta el prejuicio de ciertos
grupos sociales. Para Sánchez, esa actitud es la misma que asume
alguien que "le gusta el efecto de la marihuana pero le avergüenza
decirlo porque el reggaetón está mediado por una categoría que es la
clase, el estatus".
En una entrevista ofrecida al diario El País,
el musicólogo Víctor Lenore, advierte que ese señalamiento contra el
reggaetón está permeado por el clasismo: "Pienso que es una música
machista, pero no más que Dylan, Serrat o Sabina, que reducen a la mujer
al papel de musa o de alivio nocturno (...) Que se hable de machismo en
el reggaeton y no en los Rolling Stones habla a las claras de quién es
la clase dominante, ya que letras como Under my thumb o Brown Sugar,
apología de la violación de esclavas, son cimas del machismo cultural".
"Lo
escucho por diversión. No me parece música educativa ni de buen
ejemplo, pero las veces que la escucho es por relajo", dice Roberto
Martínez, un joven venezolano estudiante de derecho, quien no duda en
afirmar que la influencia de ese género en los jóvenes ha sido "para
mal".
Para Sánchez, esa vergüenza "no es por el contenido sino por
los usos y escenarios en que se consume el reggaetón", a saber: los
sectores populares e históricamente marginados que aspiran la vida de
gánster de la que alardean los exponentes del "sandungueo".
Por
eso, insiste, deben aprovecharse las irrupciones mediáticas, como la
detención del cantante mexicano Gerardo Ortíz por el video en que simula
un feminicidio, para debatir sobre la violencia de género que habita en
el terreno simbólico, en este caso, en la música.
"Ese mensaje ya
está, es parte de lo que somos, sólo que la industria musical le da
forma, lo fetichiza, lo muestra como una caja negra. Hay que ver cómo
nos aproximamos para preguntarnos qué tan parte del problema y la
solución somos, y de qué manera es posible revertir ese ejercicio, más
allá de señalar a los medios como los únicos responsables de promover la
violencia", sostiene.
Fotos: RT.
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