A la maestra Angélica
García Pérez le tocó estar al frente de la lucha de los profesores
oaxaqueños en un momento muy difícil. El gobierno federal está
empecinado en acabar con su organización sindical y no ha escatimado
recursos para hacerlo. Ella ha sufrido este embate en carne propia.
Lejos de amilanarse, la profesora, que participa en las pláticas con
la Secretaría de Gobernación como parte de la comisión negociadora
nacional de la CNTE, saca fuerzas de la persecución gubernamental para
resistir.
Esa rabia, ese coraje ante el ensañamiento en contra nuestra es lo que nos ha mantenido firmes, dice.
Sindicalista de base desde 1995, activista hormiga, Angélica siempre
ha estado muy comprometida con la vida de la sección 22. En 2006, fue
delegada a la APPO, donde vivió un intenso proceso de formación
política. Actualmente es la representante del sector Etla, uno de los
más combativos y mejor organizados del estado. Hace un año fue elegida
como integrante de la comisión política seccional.
Aunque la situación en que se encuentra como dirigente sindical es
inédita, tener que remar a contracorriente no lo es. Nada le ha sido
fácil en la vida. Siempre ha tenido que enfrentar grandes obstáculos.
Una y otra vez los ha superado.
La profesora García Pérez nació en Teococuilco de Marcos Pérez,
Ixtlán, Oaxaca, en 1975. Municipio mayoritariamente indígena, de apenas
unos mil 100 habitantes y 300 viviendas, muchos de sus pobladores
emigran a Estados Unidos para ganarse la vida.
Angélica es la sexta de nueve hermanos de una familia campesina. Durante largo tiempo su papá fue mojado.
Cada dos años regresaba brevemente a su comunidad para convivir con su
parentela. De hecho, ella casi no lo conoció hasta que cumplió ocho
años.
En casa de la profesora se hablaba zapoteco y español. Ella comprende
la lengua indígena, la habla, pero no la domina. Su padre, que tenía
dificultades para comunicarse cuando iba a la ciudad, insistió en que
sus hijos debían manejar perfectamente el español.
Cuando Angélica terminó la primaria, a los 11 años, se mudó a casa de
una hermana en Etla para estudiar la secundaria. Su padre tenía la
ilusión de que sus hijos fueran profesionistas. Fue una decisión
dolorosa que la separó de su casa y de su mamá. “Para mí –narra la
maestra– fue un impacto bastante grande. Tenía que salir, dejar el
pueblo, todo, para construir algo diferente.”
Ella hizo entonces un compromiso con su papá: cuando terminara sus
estudios, iba a apoyar económicamente a sus tres hermanos pequeños para
que cursaran los suyos.
Al legar a Etla, debió hacer a un lado sus miedos y comenzar una vida
nueva. Tímida, serrana, le era muy difícil hacer amistad con niñas que
se conocían de siempre. Rompió esa situación cuando en la secundaria el
maestro la puso a debatir sobre la Revolución Mexicana con un niño que
tenía el mejor promedio de la escuela. Aunque ni siquiera sabía bien a
bien qué era eso de debatir, se preparó con esmero para explicar lo que
ella entendía del tema. Su desempeño fue sobresaliente. El profesor les
puso 10 a ambos. El episodio fue un parteaguas en su vida. Desde ese
momento se sintió con más confianza y se dijo:
sí puedo.
Cursó el bachillerato técnico en contabilidad en
Suchilquitongo. Aunque deseaba seguir estudiando, tuvo que trabajar para
cumplir el compromiso que hizo con su padre.
A los 18 años consiguió su primer empleo en el Banco de Oriente,
donde le pagaban un sueldo miserable por una jornada agotadora. No le
importó. “Lo hacía con mucho amor –cuenta– porque me daba cuenta de que
era útil para poder apoyar a mis hermanitos.”
Un año después tuvo la oportunidad de trabajar de administrativa en
una secundaria técnica en Tamazulapam del Espíritu Santo. Comenzó así su
vida en las filas del magisterio, pero debió abrir un paréntesis en sus
sueños de estudiar más. En la Sierra Mixe no había universidad.
En esa escuela vivió su primera experiencia sindical: defender con
genuina indignación a una compañera a la que el autoritario director de
la escuela quería despedir injustamente.
Casi al finalizar el ciclo escolar le ofrecieron colaborar con un
programa de crédito a la palabra organizado por la sección 22. Llena de
dudas, aceptó. Su participación fue un éxito. Entre 1995 y 1998
triplicaron el fondo del programa. Al terminar su comisión laboró en
cooperativas escolares de secundarias técnicas. Simultáneamente,
estudiando los fines de semana, cursó la normal superior en la
especialidad de inglés.
Su primera experiencia docente la realizó en San Pablo Etla como
maestra de inglés, donde trabajó sin cobrar nueve horas a la semana, por
seis años. Luego comenzó también a enseñar informática.
Angélica es sencilla. No le gustan los reflectores. Como dirigente es
de una firmeza fuera de serie. No le gusta andarse por las ramas. Habla
claro, directo y preciso. Frente a las autoridades es indoblegable.
Madre soltera de
un hermoso hijo de ocho años, se da tiempo para sacar adelante todo lo que tiene que hacer con responsabilidad y eficacia. Su gran preocupación es no entregar cuentas negativas al movimiento. La motiva la lucha. Cree que la actual movilización magisterial está haciendo historia. Está convencida de que el pueblo de México puede transformar la realidad para tener mejores condiciones de vida.
En el centro de su compromiso con el movimiento está su vocación se
servicio. “Tengo la claridad –asegura– de que servir a los demás
engrandece. Esa es la mayor de las satisfacciones como ser humano.”
Añade: “Esa concepción del servicio viene de mi cultura. Así nos educó
mi papá. Es algo que traigo muy dentro, muy fijo, que me mueve, me
identifica. Eso me ha motivado a poner un granito de arena para que las
cosas cambien.
“Tengo claro –advierte– que no podemos fallar a los compañeros de
base, a nuestros alumnos y al pueblo de Oaxaca. Defender la educación
pública es defender el empleo, liberar a los presos políticos y hacer
justicia al pueblo de Nochixtlán”.
Twitter: @lhan55
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