Gabriela Rodríguez
Ha quedado a la vista que fue
errática la precipitación con que se realizaron 11 reformas
constitucionales en temas clave de la vida nacional. La reforma
educativa no es la excepción y hoy afloran sus debilidades. Al presentar
el nuevo modelo educativo en estos días, el secretario Aurelio Nuño
recordaba a Jaime Torres Bodet. El último secretario de Educación que
además de ser poeta y ensayista, tenía perfil de estadista. Él valoró
que en 1941 no estaban dadas las condiciones para modificar el artículo
tercero y decidió que el cambio de la Constitución siguiera a la
práctica. Así que promulgó una nueva Ley Orgánica a partir de la cual se
pudo dar sentido integral a las tareas de la secretaría, inauguró el
Congreso de Unificación Magisterial, del que surgió el Sindicato
Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE); reorganizó la campaña
de alfabetización y creó el Instituto de Capacitación del Magisterio
para mejorar la preparación de los profesores en servicio. Además,
construyó numerosas escuelas: la Escuela Normal para Maestros, la
Escuela Normal Superior, entre múltiples acciones sustantivas. En 1944
se nombró una comisión revisora y coordinadora de textos y programas, a
fin de homogeneizar y expandir la educación en todos los niveles. A
principios de 1945 (fin de la Segunda Guerra Mundial), considerando que
se habían calmado los ánimos y que el país estaba listo, presentó un
proyecto de ley para reformar el tercero constitucional, y luego de
lograr el respaldo del SNTE y de las organizaciones obreras, se reformó
en diciembre de 1946. El nuevo texto eliminó el adjetivo de socialista a
la educación y confirmó su laicidad, el cual sigue vigente en la
Constitución actual:
Garantizada por el artículo 24, la libertad de creencias, el criterio que orientará esa educación se basará en los resultados del progreso científico, luchará contra la ignorancia y sus efectos, las servidumbres, los fanatismos y los prejuicios. Se definió la educación como democrática, no tanto como estructura jurídica y política, sino como sistema de vida; como nacional, en el sentido de defensa de los recursos y de la independencia política, económica y cultural; además, estableció que
la educación contribuirá a mejorar la convivencia humana, el aprecio por la dignidad de la persona y la integridad de la familia, la convicción del interés general de la sociedad, los ideales de fraternidad e igualdad de derechos de todos los hombres, evitando los privilegios de razas, de grupos, de sexos o de individuos. Hoy sabemos que este texto influyó a escala mundial en la Declaración Universal de los Derechos Humanos; el 10 de diciembre de 1948, el texto internacional retomó:
La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto de los derechos fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos.
La reforma educativa de 1946 fue la base del fortalecimiento y
expansión que llevó a altos estándares al país en las siguientes
décadas. Ninguna de las adiciones posteriores al tercero constitucional
han sido sustantivas, tal vez por necesitarse sino cambios puntuales. En
1979, el presidente José López Portillo envió al Congreso de la Unión
una iniciativa para garantizar la autonomía universitaria, que había
estado protegida sólo para ciertas instituciones. En 1992, la reforma al
tercero constitucional configuró una nueva situación jurídica de las
iglesias; ante la necesidad de legitimarse por la crítica situación en
que tomó la presidencia de México, Carlos Salinas de Gortari derogó la
fracción que no permitía a ministros ni asociaciones de culto impartir
educacion religiosa, abrió la posibilidad de que los particulares
pudiesen ofrecer educación religiosa en planteles privados, y a éstos
últimos, obtener validez oficial si se apegaban a los programas de la
SEP. Las dos siguientes reformas importantes se hicieron para ampliar
niveles de obligatoriedad: de la secundaria, en 1993, y del nivel medio
superior, en 2010. En 2012 se agregó el respeto a los derechos humanos.
Afortunadamente, el actual texto constitucional conserva los
párrafos y el lenguaje de la reforma de 1946, en especial el que define
los fines de la educación, el carácter laico, democrático y nacional,
así como los párrafos relativos a la convivencia e igualdad de derechos.
Pero, con intereses desconocidos y sobre todo con prisa, la reforma de
2013 cambió de un plumazo elementos que han generado controversia y
levantamiento social. Agregar que el Estado garantizará la calidad de la
educación es importante, nadie puede estar en desacuerdo; asimismo,
considero válido que el ingreso al servicio docente y la promoción a
cargos en la educación básica sean mediante concursos de oposición. Pero
por qué se agrega que
la permanencia en el servicio profesionalestará sujeta al proceso de evaluación. Esta frase no existe en la fracción VII del propio artículo tercero, que norma al personal de las instituciones de enseñanza superior. Claro que se están violentando los derechos laborales de docentes del nivel básico como si se quisiera excluirlos del servicio. ¿Acaso son trabajadores de excepción? ¿Por qué al igual que todas y todos los mexicanos, no se les regula por las leyes constitucionales y laborales que nos amparan en este país? Por qué no seguir mejorando el modelo educativo, el currículum, la formación y demás urgencias, sin tener que excluir a los maestros que trabajan en los territorios más abandonados del país, y que llevan tres años pidiendo ser partícipes.
Las grandes reformas constitucionales tendrían que hacerse en
momentos históricos, cuando se puedan aglutinar las diferentes fuerzas
políticas en torno a un proyecto común. Pero se realizaron ante el peor
escenario: con inestabilidad y crispación social, frente a tendencias
crecientes de desigualdad social, de violencia y de corrupción.
Twitter: @Gabrielarodr108
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