“Si
todos los corruptos fuéramos encerrados en el Estadio Azteca no
cabríamos y no habría quien cerrara las puertas con llave”, presumía a
carcajadas un destacado militante del Partido Revolucionario que fue
castigado en el sexenio de José López Portillo (el de “La solución somos
todos”, en campaña, a la parodia de “La corrupción somos todos”), para
ajustar cuentas con el Luis Echeverría (1970-1976), sin molestarlo y
menos aún tocarlo.
Otro del Institucional, pero
del ámbito de la comunicación, refería hace una década que “para acusar
de corrupto a alguien es necesario tener la cola limpia”. El autor de la
frase fue investigado administrativamente porque no podía demostrar
gastos por 300 millones de pesos en una secretaría de Estado.
Durante
el sexenio de Ernesto Zedillo, Transparencia Internacional México,
encabezada por Federico Reyes Heroles, entregó un título como empresa
ejemplar a la Comisión Federal de Electricidad. La gacetilla fue
facturada al triple del precio original, pero dos terceras partes las
recibió el funcionario que fungía como comunicador. En el mismo gobierno
se generalizó la práctica mencionada, pero Zedillo aún aparece como
demócrata impar en Televisa por los favores judiciales brindados a
Emilio Azcárraga Jean para que se convirtiera en el accionista
principal.
No subestimo el discurso de Enrique Peña Nieto en el que recordó la Casa Blanca
(sin que ninguno de los oradores se atreviera a hacerlo) y reconoció
que “en carne propia sentí la irritación de los mexicanos. La entiendo
perfectamente; por eso, con toda humildad, les pido perdón”; menos
cuando no sucedía desde los tiempos del “Ya nos saquearon. No nos
volverán a saquear” (de JLP, 1-IX-82). Es de subrayar que la fraseología
presidencial fue tan abundante como significativa, lo será mucho más
cuando la sustituyan hechos.
Más aún cuando la que
aplaudió con entusiasmo fue una clase política –de la que EPN es la
figura estelar–, sumamente corrupta pero con excepciones; y entre los
representantes de la sociedad civil destacó María Elena Morera
quien como presidenta de México Unido contra la Delincuencia fue incapaz
de rendir cuentas al final de su gestión y sus familiares trabajan y/o
cobran en dependencias federales. E Isabel Miranda Torres (Wallace)
quien distribuye dinero entre celadores y presos para que maltraten a
los presuntos asesinos de su hijo. Y lo que es gravísimo, con la
anuencia del secretario de Gobernación.
O los
líderes empresariales que exigen de las autoridades transparencia y
honestidad en sus decisiones y actos, como si los del capital no fueran
los más activos corruptores de funcionarios y muy beneficiados.
Imposible omitir la extorsión por 300 millones de pesos que exigió
Televisa al gobernador de Morelos para bajarle al volumen de la información sobre inseguridad pública.
Son
unos cuantos casos que constan a este redactor o de fuentes que están
fuera de toda duda, pero exigieron el anonimato. En conjunto muestran
que además del cáncer social como lo llama el presidente, quien dejó
atrás la desatinada fórmula de “problema cultural”, la corrupción
constituye todavía el aceite que lubrica todos los engranajes del
sistema.
Muy bien por el perdón presidencial, pero
será una aportación mucho más importante a la transparencia y la
rendición de cuentas que informe sobre el tipo de nexos que sostiene él y
su gobierno con las constructoras más beneficiadas durante 2012-16. ¿O
será mucho pedir?
@IbarraAguirreEd
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