Pablo Gómez
CIUDAD
DE MÉXICO (apro).- Con una total espontaneidad, el presidente del 12%
de preferencias nos ha dicho que vivimos un momento de “desafío
económico”. Bueno, para algunos no estaría mal esa respuesta
considerando la capacidad explicativa de Peña Nieto, pero todo país
tiene siempre desafíos, especialmente en el terreno económico. Así que
nos hemos quedado en las mismas.
El tema es si México está a las puertas de una nueva crisis económica o logrará sortear la recesión que ya se advierte.
Creo
que estamos viendo cómo se acerca la recesión. No se trata de una
“incertidumbre por lo que va a pasar con Estados Unidos”, como ha dicho
Peña. Para nuestro infortunio, la devaluación del peso lleva los cuatro
años de su presidencia mientras que la recesión industrial arrancó el
año pasado, antes de la elección de Donald Trump.
El presidente
mexicano no tiene temor a que lo desmientan. Con frecuencia hace
afirmaciones con inexactitud o franca falsificación de hechos. Así, el
incremento en las afiliaciones al IMSS en los dos últimos años no se ha
debido, en su mayoría, a “empleos nuevos”, como él afirma, sino a
empleos ya existentes incorporados al régimen de seguridad social por la
vía de una reforma fiscal que abarcó a una gran parte del sector
informal tradicional del país.
Lo que hemos visto es una
formalización del empleo inducida mediante el mecanismo fiscal. Ese es
un asunto que llevaba años discutiéndose (más bien comentándose) en el
Congreso hasta que, mediante un acuerdo entre Videgaray y el PRD se
produjo la reproducción de los peces o de los panes, es decir, que se
pudieron medir muchos empleos antes informales pero verdaderos.
Tenemos
en realidad una disminución evidente del ritmo de crecimiento y en la
industria se reporta ya un decrecimiento. Esto quiere decir que si no se
produce un repunte, el país llegará muy pronto a la recesión. Esa será
la crisis cierta aunque Peña siga hablando de “incertidumbre”.
El
gobierno ha cometido errores. Al aumentar la recaudación por efecto de
la reforma fiscal, también se decidió incrementar el déficit del sector
público. Pero el destino de los nuevos ingresos no fue el adecuado, es
decir, el impulso a proyectos productivos, sino que el gobierno se gastó
gran parte de ese dinero en esto y lo otro, o sea, en satisfacer
pendientes, otorgar prebendas, repartir dinero dentro del aparato
gubernamental para utilizarlo en gasto político. No había un verdadero
buen plan de inversiones. El país no reaccionó a esos cambios en la
política de ingresos y prosiguió por la cuesta en la que ya venía.
El
resultado de ese desastre fue que los requerimientos de la deuda
rebasaron las mejorías en los ingresos públicos pues el déficit creció
también en términos relativos. La aspirina para esta enfermedad se llama
“superávit primario”, es decir, regresar a la sociedad menos dinero de
lo que se le quita por parte del fisco con el propósito de aminorar el
incremento porcentual de la deuda.
Pero como la devaluación del
peso continúa en gran medida por la situación de la deuda, la tasa de
riesgo que demandan los inversionistas en bonos gubernamentales es cada
vez mayor, lo cual, a su vez, ha orillado al Banco de México a elevar
mucho su tasa de interés para bajar la presión sobre el mercado de
cambios, pues la mayoría de quienes venden sus bonos compran dólares con
destino a sus cuentas en el exterior.
El Banco de México quiso
antes regular ese mercado haciendo subastas pero la verdad es que ese
mecanismo es poco útil cuando los inversionistas tocan retirada. México
lo debería saber de sobra: “ya nos saquearon”, dijo un presidente, “yo
no sabía nada de los tesobonos”, dijo otro. Las crisis de deuda en
México han generado estropicios mayores: devaluación y recesión.
México
(su gobierno) insiste en seguir jugando principalmente en el mercado
abierto de los grandes inversionistas, depende de ellos y siempre será
víctima de sus decisiones. Es preciso cambiar el esquema, recomprar
bonos gubernamentales, fondearse en mecanismos de deuda institucional,
abrir la participación popular en la deuda interna, etcétera. Si la
economía no crece, la deuda enferma; si la economía decrece, la deuda
aniquila. Podría México estar transitando de un escenario al otro.
Peña
no ha querido hablar del repunte de la inflación. Cuando las presiones
inflacionarias derivadas, entre otros factores, de la devaluación
continua del peso, estaban llegado a su punto de impacto, se le ocurrió
aumentar los precios de las gasolinas, recetarnos el gasolinazo: era un
plan de Videgaray para cubrir deuda sacándole a la economía real muchos
miles de millones adicionales.
Ese combustible es ahora más caro
en México que en Texas y, aun así, Peña insiste en que el aumento se
debió al incremento del precio del petróleo. Ante el golpe, la protesta
hizo que Peña suspendiera el segundo gasolinazo, pero el esquema sigue
siendo el mismo.
La crisis está llegando.
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