Semanas atrás comenzó a circular 2018: la salida,
el último libro de Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Se trata de una
exposición de lo que ha defendido en los últimos años, ahora presentado
como una propuesta clara y fundamentada de su ideario y acciones a
aplicar en caso de ganar la elección presidencial de 2018. AMLO parte de
un diagnóstico muy conocido, mas no por ello irrelevante: el principal
problema estructural del país es la corrupción y la impunidad. Critica
con razón a los impulsores del neoporfirismo, principalmente a la
camarilla de Salinas de Gortari, sus sucesores y aprendices, incluidos
los autores de la docena trágica que nos hundió en la frustración y la
violencia, Fox y Calderón. Dibuja así un país cuyas posibilidades de
regeneración dependen de una reserva moral que se encuentra latente en
un pueblo que poco a poco comienza la marcha que lo liberará de la
corruptocracia y kakistocracia neoliberales.
Es imposible no coincidir con AMLO en muchas de las ideas que expone.
¿Quién podría estar en contra de implantar un régimen de honestidad,
una república del amor, de la fraternidad y de la no violencia? ¿Quién
que se precie de ser demócrata se opondría a recuperar la política como
el principal instrumento para lograr una sociedad justa, democrática y
feliz? ¿Acaso existen mexicanos contrarios a la idea de liberar a los
pobres de la esclavitud de la pobreza mediante la creación de empleos
con salarios justos, o de lograr cobertura gratuita de salud y educación
para todos nuestros compatriotas? En todo ello López Obrador es
contundente y ofrece con precisión la salida que todos buscamos. Lo
mismo sucede con un tema prioritario de la agenda global: la protección
del medio ambiente y del patrimonio biocultural de la humanidad.
En 2018: la salida encontramos sólidas propuestas para la
preservación de la diversidad biológica, la conservación y regeneración
de suelos y bosques, el desarrollo de políticas de acopio y manejo
sustentable del agua, la recuperación de ríos y el control de los
diversos tipos de contaminación. Es claro que para AMLO garantizar el
derecho humano a un medio ambiente sano sería prioridad, o dicho en sus
propias palabras, su gobierno asumiría entre sus objetivos
cuidar la naturaleza y preservar nuestros recursos y patrimonio para asegurar la reproducción de la vida en la tierra que habitamos. Todo ello resulta congruente con lo declarado por el mismo AMLO el pasado 20 de noviembre en los lineamientos que divulgó como proyecto de nación, cuyo punto veintiséis reza que
ningún proyecto económico, productivo, comercial o turístico se hará a costa de afectar el medio ambiente...
¿Cómo conciliar entonces todo lo anterior con lo declarado por López
Obrador el pasado 19 de enero, en el punto seis de su decálogo para
enfrentar las que considera amenazas de Donald Trump? En dicho punto
propuso formalizar un acuerdo bilateral específico con Canadá para
lograr mayor inversión de las empresas mineras canadienses en México,
con salarios justos y cuidado del medio ambiente. ¿Acaso AMLO olvidó la historia de ilegalidad, agravios, saqueo, violencia y destrucción ambiental que hemos vivido con dichas mineras aliadas del régimen corrupto y neoporfirista que dice rechazar? ¿De dónde tomó la idea de que la megaminería depredadora, encabezada por los canadienses, es compatible con el cuidado del medio ambiente? ¿Olvidó que esto es científicamente imposible, o estamos simplemente ante un pragmaticam lapsus? ¿Olvidó también cuando el 17 de febrero de 2014 fustigó mediante un tuit a las
mineras de Canadá y otraspor saquear el territorio?
Lo más preocupante es que, con esta postura, López Obrador
vacía de sentido su visión antineoliberal y su combate a la corrupción,
pues fue precisamente la reforma al artículo 27 constitucional,
impulsada por Salinas de Gortari en 1992, la que posibilitó la
conversión de la propiedad social de la tierra en propiedad privada
sujeta a todo tipo de actos mercantiles. En ese año, el mismo régimen
usurpador de Salinas realizó la reforma a la ley minera que actualmente
nos rige, que, además de permitir el ingreso de empresas ciento por
ciento extranjeras, declaró la explotación de minerales causa de
utilidad pública y preferente por sobre cualquier otro uso de la tierra.
Esta fue la herencia maldita del neoliberalismo mexicano al modelo
extractivista más letal que ha conocido la historia de la humanidad,
convirtiendo en causa de utilidad pública el interés privado
trasnacional. Los daños al patrimonio biocultural de la nación han sido
irreversibles. ¿O es que AMLO olvidó lo que representan, por ejemplo,
New Gold-Minera San Xavier o Goldcorp en materia de corrupción,
ilegalidad, violencia, impunidad y daños permanentes al medio ambiente?
Cuatro días después del arrebato de simpatía que el tabasqueño
experimentó por las mineras, Canadá mostró la cara que siempre ha
tenido:
Queremos a nuestros amigos mexicanos, pero nuestros intereses nacionales están primero y la amistad viene después. Desde entonces el silencio de los militantes de Morena, muchos de ellos valiosos activistas contra la depredación de las mineras canadienses, ha sido estruendoso, a pesar de que en 2018: la salida, AMLO se declara defensor del irrenunciable derecho a disentir. Tengo para mí que el abstencionismo y el anulismo son estériles, y considero que AMLO merece la oportunidad de gobernar este país, aunque ello implique darle mi voto para convertirme en uno más de sus opositores. Todo dependerá de sus próximos movimientos y de su capacidad de reconocer, fraternalmente, que también se equivoca.
* Investigador de El Colegio de San Luis
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