CIUDAD
DE MÉXICO (Proceso).- Peña ha concedido todo, todo, todo a Trump. Todo a
cambio de nada, nada, nada. Estos son los hechos de esta rendición
incondicional:
Entregó al Chapo un día antes de la toma de posesión de Trump, a cambio de nada.
Aceptó reabrir el Tratado de Libre Comercio (TLC), y modificarlo, aun cuando Trump ya lo violó.
Aceptó
que las armadoras de automóviles estadunidenses reculen en sus planes
de inversión en México, sin penalizarlas por incumplir sus contratos con
el gobierno federal y con ciudadanos particulares.
Aceptó recibir pacífica y dócilmente a los deportados.
Aceptó
que Trump suba los aranceles a los productos mexicanos que entren a
Estados Unidos, sin medidas de castigo de México a los productos de
aquel país.
Aceptó considerar la entrada del ejército estadunidense a México.
Para
colmo, sabemos que Peña nos miente. Peña ha dicho a Trump cosas que ha
negado haber dicho, ha oído insultos que ha negado haber oído, le ha
prometido considerar asuntos que luego ha desconocido.
Otra vez, estos son los hechos, no elucubraciones.
En
suma, Trump ha tratado a México como un gavilán a un pichón indefenso, y
el presidente Peña ha aceptado pasivamente su visión y actuado en
consecuencia: ha actuado como un pichón paralizado por el miedo, un
pichón que da pasitos en redondo sólo para retrasar su propia masacre.
Pero
México no es Peña y tampoco es un pichón indefenso. Y los mexicanos
debemos impedir que la debilidad intelectual y de espíritu de Peña nos
arrastre.
Acá unas cuantas consideraciones, reales, evidentes, para una negociación con Trump.
Lo primero es llamar a Trump lo que es: el enemigo de México.
Luego,
México debe negarse a renegociar el TLC, sin antes recibir a cambio
seguridades de hasta dónde alcanzará la negociación. Mejor vivir sin TLC
que con un TLC abusivo.
Luego, México debe asegurar que impondrá
aranceles de importación a TODOS los productos producidos en Estados
Unidos. Incluso a las empresas con franquicias en México. Incluso a las
industrias culturales gringas –el cine, la música–. Somos el tercer
mercado de Estados Unidos: hagámoslo valer.
Los consulados de
México deben litigar caso por caso las deportaciones de los trabajadores
indocumentados. La idea es del excanciller Jorge Castañeda y es
brillante. Debemos inundar las cortes de justicia de Estados Unidos y
así empantanar la medida: volverla un desastre político para Trump, al
tiempo que damos a los liberales estadunidenses la oportunidad de
apoyarnos ahí en las Cortes, como lo quieren los jueces y los abogados
no trumpeanos.
México puede legalmente, y debe en honor a sus
intereses propios, confiscar los cascos de las armadoras estadunidenses
que nos abandonan total o parcialmente. Han operado acá con privilegios
fiscales, y si se van, deben ser penalizadas. A su vez, esos cascos
industriales deben ofrecerse gratuitamente a las compañías de
automóviles asiáticas y europeas. ¿Quién diablos quiere de socio a Ford,
si puede tener de socio a Honda o a Mercedes Benz?
México debe
amagar con legalizar la droga unilateralmente. Nosotros no tenemos un
problema de adicción, son ellos, los estadunidenses, los que tienen a
35% de la población adicta a las drogas. Basta de guerrear la guerra que
ellos deberían guerrear. Basta de poner los muertos mientras ellos
inhalan coca en Memphis.
Son fichas de negociación que saltan a la
vista. ¿Cómo llevarlas a la mesa donde Trump está sentado burlándose de
México, y cada semana agregando otro plan ofensivo?
Lo primero es
olvidarse de las metáforas y los actos simbólicos e inútiles –marchar,
cantar, llorar, gemir–. Esto es una guerra, Trump es el enemigo, y
México no es Peña ni tampoco un pichón.
Lo segundo es perder el
miedo a la crisis de gobierno en México. Si alzarnos al nivel de la
circunstancia significa que el gobierno quede sin presidente, que suceda
ya: que caiga Peña. Que el Congreso nombre, según indica la
Constitución, un suplente temporal, y se adelanten las elecciones
presidenciales. Mucho peor es sostener a un presidente para que entregue
el destino del país.
Nuestros hijos y nietos nos están mirando
desde el futuro próximo. En cinco años nos preguntarán qué hicimos
cuando Trump se propuso destrozarnos. ¿Diremos que marchar y gritar a
coro frases vacías?
Este análisis se publicó en la edición 2102 de la revista Proceso del 12 de febrero de 2017.
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