Luis Hernández Navarro
Las movilizaciones convocadas por #VibraMéxico
este 12 de febrero fueron un fracaso. En Ciudad de México marchó mucho
menos gente de la que sus organizadores esperaban. En Puebla salieron a
la calle apenas 300 personas, en Hidalgo 200, en Villahermosa 900 y en
Oaxaca ninguna.
El tamaño del descalabro en el llamado a marchar en Ciudad de México
puede verse en la cantidad de banderas nacionales y anti-Trump que los
vendedores ambulantes no alcanzaron a vender.
Nos dijeron que íbamos a hacer nuestro agosto y, mire usted: ni para el gasto sacamos, dijo una comerciante mostrando un montón de lábaros patrios en las manos.
La dimensión del golpe puede medirse también por la forma precipitada
en que muchos de los convocantes abandonaron la movilización, sin
esperar que siquiera se cantara el Himno Nacional a las dos de la tarde.
Cubiertos por sus guaruras, muchos pusieron pies en polvorosa poco
después de llegar al Ángel de la Independencia y dejarse tomar unas
cuantas fotos.
Finalmente, la magnitud del varapalo recibido puede observarse al
comparar las cifras de los asistentes a las marchas del domingo con las
protestas contra el gasolinazo que se han efectuado en todo el país desde comienzos de 2017.
En síntesis, a pesar de contar con el patrocinio de Televisa y de
varios medios electrónicos, naufragó la convocatoria a salir a las
calles contra Trump, lanzada por un conjunto de intereses empresariales
disfrazados de grupos ciudadanos, la derecha empresarial y directivos de
instituciones universitarias.
¿Por qué, a pesar del enorme sentimiento anti-Trump (y
antiestadunidense) que existe en todo el país, la población no acudió al
llamado de #VibraMéxico? Por una razón muy sencilla: no tuvo
confianza en los organizadores. Algunos, como Claudio X González, María
Elena Morera o, la convocante a la marcha paralela Isabel Miranda de
Wallace, son indigeribles para amplios sectores de la población. Y
varios otros más son vistos como inventos del panismo reciclados por el
PRI como interlocutores a modo (María Amparo Casar, en los hechos vocera
de la convocatoria, fue coordinadora de asesores de Santiago Creel,
secretario de Gobernación de Vicente Fox).
Entre los asistentes a la marcha en Ciudad de México hubo muy pocos
jóvenes y muchos perros, a los que sus amos sacaron a pasear por
Reforma, aprovechando la ocasión. Curiosa ironía (la de la juventud, no
la de los canes): en una movilización a la que se adhirieron rectores de
varios centros de educación superior, los estudiantes, muy activos en
la solidaridad con Ayotzinapa, desertaron en su mayoría de #VibraMéxico. Hoy, rectores como Enrique Graue, de la UNAM, enfrentan un severo enojo de su comunidad, de pronósticos reservados.
A diferencia de la marcha contra inseguridad pública de 2004,
convocada y articulada con éxito por los grandes medios de comunicación
electrónicos, en esta ocasión, la mediocracia se ponchó abanicando. El
fracaso de #VibraMéxico fue en parte producto de la derrota de la telecracia a manos de las redes sociales.
A 13 años de esa movilización, estas redes han desarrollado
una capacidad de influencia en sectores clave de la población (muy
especialmente en la juventud) que permite, en ciertas coyunturas,
neutralizar y doblegar la ascendencia del establishment informativo.
A su manera, el descalabro de este domingo fue un triunfo del
movimiento #YoSoy132 y su consigna: nuestros sueños no caben en su
pantalla.
Los convocantes a la marcha del domingo perdieron estrepitosamente la
batalla en las redes sociales. Nunca pudieron enfrentar con eficacia
tres poderosos y convincentes mensajes que se difundieron a través de
ellas: 1) los organizadores de #VibraMéxico no son de confianza; 2) la convocatoria a la marcha busca diluir las protestas contra el gasolinazo, y 3) en los hechos, se trata de una iniciativa para respaldar a un presidente impopular.
La derecha intelectual, agrupada alrededor de las revistas Letras Libres y Nexos, sufrió
también un severo descalabro con la fallida movilización. Su pretensión
de presentarse como modernos líderes ciudadanos quedó sepultada. Nadie
los peló.
Y es que su maniobra para cambiar el rumbo de navegación que habían
seguido hasta ahora les resultó imposible. De mil maneras, sus
intelectuales combatieron el nacionalismo mexicano (que es
sustancialmente antiestadunidense) como si fuera una rémora del pasado.
Desde hace décadas, han dicho que no hay más camino para México que la
adhesión económica y diplomática a Estados Unidos, y que hay que
abandonar a América Latina. Y hoy, que desde Washington se descarrila al
país de esa vía, carecen de autoridad para convocar a la unidad
nacional.
Pero, además, esa derecha intelectual, una y otra vez, ha lanzado los
amargos dardos de su crítica a los movimientos sociales que han tomado
las calles en nuestro país para luchar contra el autoritarismo estatal,
los derechos humanos y la democracia. Alejados de la juventud
universitaria, desde sus trincheras mediáticas (muchos son comentaristas
en la pantalla chica) han orquestado infames campañas de
estigmatización contra el campo popular. ¿Alguien esperaba que esos
movimientos se subordinaran a su llamado? La forma en que en las redes
sociales diversos ciberactivistas los tundieron, mostrando su doble
moral, es de antología.
El fracaso de la movilización de #VibraMéxico muestra que la
lucha contra Trump no puede ser encabezada por las élites que han
uncido a México a la subordinación con Estados Unidos. Carecen de la
autoridad para hacerlo los viudos del TLCAN. Esa lucha, que sólo será
eficaz si es al mismo tiempo a
ntimperialista
(en el sentido más amplio de la palabra) y por la liberación nacional,
únicamente puede ser conducida con éxito por el México de abajo que
resiste al poder, el de aquí y el que vive y trabaja en Estados Unidos.
Twitter: @lhan55
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