Por: Teresa Mollá Castells*
En las últimas semanas ando un poco preocupada por el cariz que está
tomando lo que para mí es la utilización interesada que se está haciendo
del feminismo por parte de determinados sectores sociales.
Que el patriarcado se camufla para sobrevivir a cualquier precio es algo que ya he dicho en muchas ocasiones. Y hoy me reitero en ello.
Y precisamente mi preocupación actual viene de esa afirmación puesto que creo que, en su afán de camuflaje para su propia supervivencia, en esta ocasión el patriarcado se ha disfrazado para infiltrarse y así intentar apoderarse incluso del término “feminismo”.
Cuando se es feminista, al menos yo creo que, necesariamente, se ha de ser incluyente y se ha de buscar la igualdad entre mujeres y hombres en todos los ámbitos sociales. Se ha de denunciar la utilización e instrumentalización que se hace del cuerpo de mujeres y niñas por parte del patriarcado. Se ha de luchar ferozmente contra los asesinatos de mujeres y criaturas por parte de asesinos machistas. Se evidencian todo tipo de desigualdades en todos los ámbitos para intentar que se vayan corrigiendo. Se reivindica una nueva cultura no patriarcal que no someta a mujeres y hombres a un papel heteronormativo incluso antes de nacer y que marque nuestras vidas. Se intentan cambiar los espacios simbólicos para crear otros más inclusivos y más igualitarios. Se pone el acento en los orígenes de esas desigualdades para intentar corregirlos. Se investiga el papel de las mujeres que siempre han sido ocultadas en la historia. Y una larga lista de temas que necesariamente han de ser corregidos para alcanzar esa ansiada igualdad real entre mujeres y hombres.
Pero en su afán por mantenerse vivo, el patriarcado, a través de algunas personas (hombres, pero también mujeres) está utilizando un lenguaje lleno de expresiones de parte del discurso feminista retorcidas hasta el límite para justificar su nuevo disfraz.
Su objetivo se alcanza cada vez que consigue dividirnos a las mujeres y, sobretodo, a las feministas. Cuando nos peleamos tanto en público como en privado. Cuando cuestionamos el feminismo de “las otras” e incluso de algunos "otros", intentando imponer el nuestro. Cuando, incluso, llevamos nuestras disputas a las redes sociales y denunciamos hasta su cierre el perfil o las páginas de compañeras o de grupos de compañeras porque piensan de forma distinta a la nuestra. Cuando la SORORIDAD, esa hermosa expresión, se queda vacía en aras a intereses no siempre confesables.
En estos momentos violentos y tan complicados, tenemos abiertos debates variados y a cuál de ellos más delicado. Por esa misma razón es más necesario que nunca el pacto entre nosotras para reflexionar conjuntamente, desde el respeto a las diversidades pero sin cuestionamientos a priori sobre quienes tienen o no la razón, con tolerancia y con respeto. Y, por supuesto, sin ataques personales ni denuncias explícitas o implícitas a las compañeras o compañeros que piensan y viven su feminismo de otro modo.
Nuestro enemigo es el patriarcado. Es ese sistema opresor y gran aliado del capitalismo a quien debemos combatir con todas nuestras fuerzas, puesto que es quien nos somete y nos veja. Nuestras energías deben encaminarse a desmontar las estructuras de ambos para cambiarlas y llenarlas de humanismo feminista.
Estamos perdiendo un tiempo precioso intentando demostrar quién está en posiciones más feministas y ese tiempo lo necesitamos para llenarlo de discursos antipatriarcales.
Esas luchas intestinas debilitan el movimiento feminista en sus postulados. Y entre ellos el de las tres equis: Equivalencia, Equipotencia y Equifonía. O, lo que es lo mismo, deberíamos dar el mismo valor, el mismo poder y el mismo peso a las voces de TODAS las mujeres por igual. Haciendo lo contrario le hacemos el juego a nuestros enemigos comunes: patriarcado y capitalismo.
Y, al menos para mí, el feminismo es lo más antagónico a la homogeneidad de pensamiento. Por tanto no pretendo ni aleccionar ni decir que debemos pensar del mismo modo. Pero creo que el objetivo debería ser el mismo, aunque cada cual recorra su camino como mejor crea que debe hacerlo. Pero con lealtad hacia el resto de caminos de las compañeras que buscamos el mismo objetivo: Desenmascarar y desmontar al patriarcado.
Me entristece mucho el cuestionamiento perpetuo, el cainísmo, las expresiones que tanto en público como en privado se hace de quienes piensan de forma diferente a la nuestra.
Me duele en el alma el sectarismo que encuentro en determinados espacios que se acaban convirtiendo en excluyentes. Egos y orgullos que expulsan opiniones diferentes. Competencias desmedidas por demostrar no se sabe muy bien qué. Verdades absolutas que no admiten ningún matiz. Y otras actitudes que estoy observando ( e incluso sufriendo) en los últimos tiempos y que me llevan a pensar que, quizás ya esté dentro ese monstruo llamado patriarcado y que la tan ansiada sororidad no sea más que una quimera a la que seguir aspirando.
Estoy preocupada pero no vencida. Estoy preocupada pero al tiempo me ocupo en decir lo que siento, pienso y veo a mi alrededor y dentro del ámbito feminista. Y lo que me preocupa no es que haya diferentes y todas ellas lícitas maneras de vivir y sentir el feminismo. Lo que me preocupa son las actitudes excluyentes.
Quiero suponer que esta reflexión que hoy me hago se la habrá hecho más gente. Pero para mí, escribir es, en muchas ocasiones, expulsar mis propios demonios. Y hoy lo necesitaba. Necesitaba expulsarlos poniéndoles nombres y así exorcizarme para volver a cargarme de la necesaria ilusión y energía positiva para continuar mi militancia feminista y de denuncia al patriarcado en todas sus formas.
Escribir me sirve como terapia, lo he dicho siempre. Pero además y en momentos como hoy me sirve como elemento que reafirma mi compromiso feminista radical o, lo que es lo mismo, mi compromiso feminista de raíz.
tmolla@telefonica.net
* Corresponsal, España. Comunicadora de Ontinyent.
CIMACFoto: Archivo Cimacnoticias | Ontinyent, Esp.-
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