John Saxe-Fernández/ IV
Ni el proteccionismo y su expresión en bloques económicos tipo TLCAN o Unión Europea, ni el nacionalismo económico en EU o la crónica tendencia del alto capital a la toma de riesgos sistémicos como los que desembocaron en la gran recesión de 2007 se originan en el
trumpismo. Éste es un fenómeno político y de clase, cuya base electoral proviene de las respuestas sociales a lo que Arturo Ortiz Wadgymar y Jeff Faux describen, el primero en Política económica de México, 1982-1995 (1997) y el segundo en La guerra global de clases (UACM, 2008), como una gran ofensiva a favor del 1% en el manejo de la crisis de acumulación que abate al capitalismo desde mediados de los años 60 que se agazapa, como dice Chomsky, bajo la mampara conceptual de
neoliberalismoagregándosele la del
globalismo pop.
El de Faux es, sin duda, el mejor texto disponible para ubicar de manera precisa al TLCAN y al trumpismo (p.152) como fenómeno de clase, con sus características y contradicciones. El de Ortiz es de precisión analítica y de alta solidez teórica, conceptual, dato en mano, parar revisar, con certeza, la acometida general y parte central del gran festín privatizador del saqueo y despojo privatizador impuesto desde la condicionalidad acreedora (FMI-BM-BID). Todas las líneas de crédito de Estados Unidos disponibles para la periferia capitalista que sustentan ese embate reciben el visto bueno de la presidencia imperial desde el Departamento del Tesoro, embestida que se agudiza y expande con los primeros indicios de crisis (caída de la tasa de ganancias) vigorizándose a raíz de la crisis deudora de 1982.
Por ser de clase, la ofensiva también se proyectó hacia adentro y contagió a Estados Unidos, la locomotora capitalista bajo acentuado y, como advierte I. Wallerstein, riesgoso, bajonazo hegemónico, en especial en materia de
poder suave, a decir del profesor y consejero de inteligencia J. Nye, el que se ejerce, junto a la fuerza,
a través de la atracción o la capacidad de persuadir a la gente. Es un cuasi-colapso a semanas del arribo a la Casa Blanca del trumpismo.
Imposible que
vibremoscon un régimen que aplica gasolinazos y persiste en entregar el patrimonio energético, bajo la salvajada a la que somete a la población mexicana, ya por más de 35 años: se trata de un brutal recetario, fuente del desempleo, pobreza, descomposición criminal y violencia que expulsa a millones y es el principal problema de seguridad que vivimos: “a) reducción del gasto público; b) eliminación del déficit presupuestal liquidando todo tipo de subsidios (alimentos, producción agropecuaria, educación y transporte); c) reducción del tamaño del Estado, despido masivo de burócratas, privatización de empresas paraestatales; d) desregulación a favor de empresarios, banqueros, industriales y comerciantes, limitación a todo tipo de controles a los empresarios; (eliminación) de los controles de precios, que no se limiten las ganancias, que no se grave el capital y que, eso sí, los salarios se fijen en función de las leyes de la oferta y la demanda, e) (sector externo): apertura total e indiscriminada a la inversión extranjera y a las mercancías del exterior; f)
una política cambiaria altamente flexible que permita la entrada y salida libre de los capitales nacionales y extranjeros sin intervención del Estado; y g) libre oportunidad de especular en bolsas de valores globalizadas(Ortiz, p.17).
Eso no es neoliberalismo, porque, como insiste Chomsky, ni es
neoni es
liberalismo, es pura guerra de clases, que Estados Unidos amplió hacia
dentroy hacia
afuera, gestando ahora al trumpismo racista anti-migrante. Esa fue la receta para inducir el TLCAN en 1994, desarticular al sector energético e industrial e inducir las precondiciones de un
estado de excepción. Para prolongar el recetario FMI-BM, se implantó un régimen de usurpación electoral en 1988 bajo la dinámica de un capitalismo de amigotes de acá y allá, consolidando alianzas y jugosos negocios desde el arranque mismo del TLCAN. Ese Tratado, dijo John D. Negroponte, entonces embajador de Estados Unidos en México, sería la
piedra angularpara colocar la política exterior y de seguridad de México,
bajo principios estadunidenses.
¡Operada por EPN y la Secretaría de Energía!, la contrarreforma energética y sus gasolinazos son parte central de esa embestida, ahora mucho más riesgosa para el país y nuestros migrantes. El metódico asalto a Pemex y su capacidad de refinación no se inició, sino que se profundizó, con la imperialización del país por la vía del TLCAN y la Iniciativa Mérida (IM) en 2006 bajo PRI y PAN. El TLC formalizó las asimetrías económicas y la IM implantó las de seguridad a favor de bancos, corporaciones y petroleras de Estados Unidos, a costa de los intereses y bienestar de la clase media y de trabajador@s mexican@s del campo y la ciudad. En Estados Unidos el TLC incubó el trumpismo vía la homologación salarial a la baja y deterioró el poder de los sindicatos.
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