WASHINGTON
(apro).- El fracaso de Luis Videgaray en sus intentos por contener las
agresiones y amenazas de Donald Trump a México, tiene tintes del
entreguismo a los intereses de Estados Unidos que marcaron al sexenio de
la muerte de Felipe Calderón.
El secretario de Relaciones
Exteriores no ha demostrado tener el talante para siquiera, por dignidad
nacional, no dejarse intimidar por las fanfarronerías de Trump ni para
ponerle un hasta aquí al modo condescendiente con el que lo trata a él y
al presidente Enrique Peña Nieto.
Videgaray pareciera que cree
ciegamente que con su presunta amistad con Jared Kushner, yerno y asesor
de Trump, calmará las ganas irracionales del presidente de Estados
Unidos de pegarle de palos a México como si fuera una piñata.
¡Qué
envidia dan los canadienses! Su ministra de Relaciones Exteriores,
Chrystia Freeland, frente a frente y con prensa de por medio, le
advirtió a Rex Tillerson, secretario de Estado del gobierno de Trump,
que si pretendían imponerle aranceles a las exportaciones de su país
Canadá, respondería con reciprocidad.
La ministra Freeland amenazó
a Tillerson el mismo día que el secretario de Estado recibió a
Videgaray. El aprendiz de la diplomacia, en enorme contraste con la
ministra canadiense, como si lo hubieran regañado, se limitó a resumir
que “fue constructiva” la sesión que sostuvo en Washington con
Tillerson.
La docilidad de Videgaray ante el gobierno de Trump
tiene perpleja a la diplomacia internacional, especialmente a
la latinoamericana. La política injerencista que Trump quiere aplicar
con Peña Nieto es comparable a la que primero ejerció George W. Bush y
posteriormente Barack Obama con el gobierno de Calderón. Bajo el
pretexto de la “corresponsabilidad” de Estados Unidos en el complejo
problema del narcotráfico, Calderón no sólo aceptó la creación de la
fracasada Iniciativa Mérida, sino que con ello permitió que la DEA, la
CIA, el Pentágono, el FBI, el Departamento de Estado, ICE, CBP y demás
agencias federales estadunidenses dirigieran las operaciones
antinarcóticos en México.
Bajo la Iniciativa Mérida se creó la
Oficina Binacional de Inteligencia (OBI) ubicada a unos pasos de la
embajada de Estados Unidos en la Ciudad de México, y desde la cual los
agentes estadunidenses comandaban la guerra contra las drogas y de paso
espiaban todo y cuanto querían de los asuntos políticos y seguridad
nacional mexicanos.
Cuando Peña Nieto llego a Los Pinos prometió
cerrarle puertas y ventanas a la injerencia y espionaje de Estados
Unidos. Lo hizo al principio y después claudicó al verse rebasado por el
narcotráfico y el poder de corrupción que ejerce a todos los niveles de
gobierno. Inquieta que Peña Nieto permita que uno de los arquitectos de
la Iniciativa Mérida y que formó parte del sexenio de la muerte y
entreguista de Calderón asesore a su aprendiz de canciller.
Fuentes
de la Secretaría de Relaciones Exteriores informaron a esta columna que
Arturo Sarukhán, exembajador de México en Washington durante la
presidencia de Calderón, aconseja a Videgaray sobre el manejo de la
relación con Trump.
La diplomacia agachona de Videgaray tiene
sentido bajo la influencia de Sarukhán. La táctica de usar a Kushner, a
quien el periódico The Washington Post le achaca el manejo casi absoluto
de la relación con México, es clásica de la diplomacia que practicó
Sarukhán en la embajada mexicana.
La sombra del exembajador
calderonista en la era Videgaray podría implicar muchos problemas para
Gerónimo Gutiérrez cuando llegue a la embajada mexicana a hacerse cargo
de la difícil tarea de apaciguar a Trump. Con cheque en blanco, Sarukhán
intentará tener más protagonismo que el propio Gutiérrez.
¿Sabrá Peña Nieto que Sarukhán está asesorando a Videgaray?
Hasta
lo último que se sabía, al presidente mexicano no le cae nada bien el
exembajador. Tan es así, que Peña Nieto cuando visitó a Obama como
presidente electo, no permitió que Sarukhán lo acompañara a la Casa
Blanca. ¿Será que Peña Nieto ya lo perdonó o que Videgaray se está
saltando las trancas?
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