Ayer se llevó a cabo en
múltiples ciudades de Estados Unidos la exitosa jornada Un día sin
inmigrantes, convocada para enfatizar la presencia y la importancia de
las comunidades de origen extranjero –en particular, latinoamericanas y
mexicana– en la economía y el tejido social de esa nación vecina, así
como expresar su oposición a las reiteradas agresiones del presidente
Donald Trump. Las actividades de protesta incluyeron una huelga de
brazos caídos, en algunos casos respaldada por el sector patronal, y
marchas a lo largo de todo el territorio estadunidense para manifestarse
contra las redadas y deportaciones que en días recientes han mantenido
en vilo a miles de familias.
La resistencia organizada en Estados Unidos contra las políticas
represivas del mandatario republicano en materia migratoria contrasta,
por sus niveles de articulación, visibilidad y eficacia, con la
desplegada hasta ahora de este lado de la frontera. La fuerza, la
claridad y la coherencia de la primera se explica principalmente por el
hecho de que es allá donde se encuentran las personas y sectores
agraviados de manera más inmediata por la embestida de Trump, tanto en
la forma de políticas gubernamentales adversas a su permanencia en el
país como en un aumento de los ataques racistas perpetrados por los
sectores más retrógrados de la sociedad estadunidense, ahora azuzados
por el extremismo del discurso presidencial.
Además de la cohesión generada en la comunidad migrante por el embate
en curso, debe tomarse en cuenta que los connacionales mexicanos
residentes en Estados Unidos de ninguna manera se encuentran solos en su
resistencia. En efecto, los practicantes musulmanes, las mujeres y los
pueblos originarios constituyen otros tantos ejemplos de sectores
ofendidos por el discurso y las acciones de Trump desde su campaña
electoral y durante sus primeras semanas en el cargo, y la solidaridad
naciente entre estos grupos sociales representa, sin duda alguna, un
factor de fuerza en la reivindicación de sus derechos.
En contraste, en México, hasta ahora los principales afectados
por la política del magnate han sido los sectores político y
empresarial que apostaron el futuro del país a la integración asimétrica
y supeditada a la economía estadunidense, cuyo paradigma se encuentra
en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Hoy, cuando dicho
modelo es cuestionado desde Estados Unidos por los afanes
proteccionistas y xenófobos, queda en evidencia que las cúpulas
político-empresariales y sus principales voceros e ideólogos no sólo
carecen de programa para el país, sino también de capacidad de
convocatoria para rechazar las medidas abiertamente antimexicanas de la
nueva presidencia estadunidense.
En las circunstancias actuales está claro que nuestros connacionales
en Estados Unidos son protagonistas de su propia defensa y constituyen, a
fin de cuentas, la primera línea de reacción de México. Es necesario
escucharlos, respaldarlos y conformar en torno a ellos una unidad que al
sur del río Bravo no tiene, por lo pronto, un centro posible.
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