Es legal, porque la norma está vigente, decía Olga Sánchez Cordero el pasado viernes después de la toma de protesta de Jaime Bonilla como gobernador de Baja California, en la grabación de una reunión privada transmitida por redes sociales. Nuevamente, integrantes del gabinete de López Obrador se ven implicados en controversias debido a tomas de postura expresadas en declaraciones públicas. Ahora fue turno de la ex ministra y actual secretaria de Gobernación, quien refrendó su apoyo a una reforma que ella misma ha llegado a referir como inconstitucional.
Estas declaraciones ponen en juego la neutralidad enfatizada por el gobierno federal ante la ley Bo-nilla,
que sin duda es una expresión política que podría interpretarse como
propia de las prácticas del unipartidismo mexicano del siglo XX.
La ley Bonilla es la más reciente expresión de estas
prácticas que, iniciadas en un contexto donde Morena no gobernaba, dan
cuenta de una frágil institucionalidad democrática que es propia no de
un partido en concreto, sino del sistema de partidos en su conjunto.
Desde julio pasado se presentó una iniciativa que pretendía reformar
el artículo 8 de la legislatura local para extender en tres años el
periodo de mandato del gobernador electo, Jaime Bonilla, representante
de Morena. La polémica se fue incrementando cuando el Congreso local,
mayoritariamente panista, decidió validar la reforma, generando una gran
controversia entre la ciudadanía, ya que su voto fue otorgado al
candidato para gobernar un periodo de dos y no de cinco años. Días
después, Bonilla se declaró ajeno a la problemática, deslindándose de
toda responsabilidad política por querer ampliar su mandato y
adjudicando toda responsabilidad al Congreso. Por si fuera poco, las y
los legisladores decidieron legitimar su postura mediante una
consulta ciudadanaaplicada el 13 de octubre, donde hubo un aplastante apoyo a la ley Bonilla, pero con la escasa participación de sólo 1.9 por ciento del electorado y con muchas denuncias de irregularidades circulando en redes sociales.
Podríamos empezar afirmando que no toda mayoría es democráticamente
legítima, es decir, también existen tiranías mayoritarias. La democracia
procedimental, encargada meramente de los procesos que garanticen la
igual participación ciudadana en la toma de decisiones, cuenta con una
serie de valores mínimos que no se puede sobrepasar con la finalidad de
que se mantenga el régimen democrático, independientemente de la opinión
mayoritaria. Los derechos humanos y las garantías individuales son el
piso firme inquebrantable debajo de la democracia. Dicho esto,
aseveramos que toda mayoría es ilegítima si vota contra sí misma: contra
la democracia y sus formas.
En este sentido, la ley Bonilla atenta contra un derecho
humano fundamental como lo es el derecho al sufragio, mismo que fue
ejercido para elegir un gobierno de dos años. A pesar de ello, se le
sometió bajo supuestas fórmulas democráticas a métodos de mayorías:
primero a la mayoría de diputados en el Congreso local y luego a un
supuesto mecanismo de consulta popular organizado por el propio
Congreso. Es decir, bajo dos supuestos métodos democráticos de
mayoríashan pretendido atentar contra la democracia misma que se fundamenta en los derechos constitucionales, siendo el sufragio el derecho político más relevante.
Las declaraciones de la secretaria de Gobernación son desconcertantes
desde luego por su contenido, pero igualmente porque contradice la
supuesta neutralidad declarada por López Obrador, quien ha afirmado que
él no se entrometerá en las decisiones de los gobiernos locales,
respetando el pacto federal. Tras 11 meses de gobierno, AMLO debe
mostrar consistencia ante el caso de la ley Bonilla, pues
pretender la neutralidad ante la inconstitucionalidad de un
prolongamiento de mandato, o hasta de relección anticipada, si se le
quiere ver así, es actuar en aquiescencia con expresiones políticas
locales que buscan replicarse en el poder. Así lo hacía el PRI de las
décadas del presidencialismo exacerbado, cuando el mismo partido
controlaba todos los poderes de la Unión.
Ahora bien, el caso Bonilla podría ser una oportunidad en la medida
en que la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) desempeñe su
papel de tribunal constitucional y cuide la democracia, poniendo el
derecho humano al sufragio universal por delante. Autores como Ferrajoli
sostienen que el cimiento de la democracia constitucional estriba en la
existencia de un núcleo que no se puede someter a las mayorías –como lo
es la vigencia de los derechos fundamentales– y que justo en los
supuestos de arbitrariedad existe un Poder Judicial fuerte e
independiente que funciona como órgano protector de dichos derechos.
La misma SCJN que hace unas semanas estaba bajo la lupa por la
renuncia de uno de sus ministros bajo la presunción de corrupción, hoy
tendrá en sus manos el reto de hacer balance como contrapeso y como
poder autónomo. En tanto ello sucede, el dilema estriba entre la
regresión autoritaria y el fortalecimiento de los contrapesos
democráticos.
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