Abraham Nuncio
Durante el porfirismo, las
principales avenidas de Monterrey se llamaron Unión y Progreso. Las dos
ideas de tal nomenclatura formaban el eje ideológico (y urbano) de la
dictadura y su propaganda demagógica. La unión y el progreso se
mantenían sobre la base de la fuerza militar: la pax porfiriana
impuesta en contra de huelgas, elecciones, periodistas críticos,
movimientos de disenso. De allí la revolución y el enorme baño de sangre
que produjo el golpe militar de los generales adictos al gobierno de
Díaz.
Entre esos militares estaban los generales Bernardo Reyes y
Victoriano Huerta. Reyes gobernó Nuevo León casi los mismos años que
estuvo en el poder Porfirio Díaz. Pero logró ganarse el apoyo de la
élite local, fundamentalmente los industriales. Huerta era el secretario
de Obras Públicas de su gabinete. Estos militares eran radicalmente
contrarios a todo aquello que significara pluralidad política, e igual,
actuaron contra políticos que representaran signos de democracia o
simple oposición como se demostró con la agresión armada del gobierno
reyista a la candidatura de José E. Reyes el 2 de abril de 1903.
A Bernardo Reyes se le tiene en Monterrey como el gran gobernador por
el impulso que dio a la industria y a su ciudad sede, pero este relato
se queda corto. Reyes era un militar tan golpista como lo fueron Huerta y
Félix Díaz. Lanzarse a campo traviesa en un suicida intento por asaltar
Palacio Nacional lo muestra en esa execrable dimensión.
El Ejército Federal del liberalismo porfiriano se había formado en la
guerra y quiso continuar en ella para hacerse del poder si le era
posible. Lo consiguió con el golpe de Estado dado por Huerta y bajo el
patrocinio del gobierno de Washington a través del embajador Henry Lane
Wilson. Este golpe fue la causa de la mortífera lucha que siguió luego
de que Huerta fuera derrocado.
El ejército de la reforma sangrienta llamada Revolución, se formó con
el pueblo armado. Promulgada la nueva Constitución, el uso y la fuerza
de las armas continuaron manteniendo al país en un atraso político
evidente. Una de las peores herencias recicladas durante más de un siglo
ha sido la militarización de la política.
Nuestros Juanes, llamó Gustavo Díaz Ordaz a los integrantes
del Ejército Mexicano para suavizar el juicio adverso de la población
hacia este cuerpo tras su represión a estudiantes y el pueblo que se
solidarizaba con su movimiento en 1968. Una vez convertido en ejército
regular al servicio de un Estado, los miembros del movimiento armado
1910-1917 dejaron de ser aquel pueblo en armas glorificado por el poder.
Saturnino Cedillo, quien participó en la lucha contra la usurpación
de Huerta, también encabezó una asonada (fallida) contra una autoridad a
la que se la considera, hasta nuestros días, situada en la izquierda
–la del presidente Lázaro Cárdenas. Cedillo y los suyos no eran
precisamente Juanes. Juanes tampoco han sido las
figuras de la jerarquía militar que han comandado acciones represivas
para impedir el ejercicio de sus derechos constitucionales a numerosos
movimientos electorales o sociales.
A lo largo de más de 70 años, los militares se convirtieron en un
grupo que intercambió canonjías y privilegios con el presidente de la
República a cambio de mantener el control social contra la oposición.
Con frecuencia interviniendo en los ámbitos de los tres poderes del
gobierno y violando la Constitución.
El discurso del general Carlos Gaytán Ochoa, señalando que los
militares se sienten agraviados (sin decir por qué ni por quién), no es
por otra razón sino porque la élite militar ve perder, con la creación
de la Guardia Nacional, la gran distorsión de la que se beneficiaron las
fuerzas armadas suplantando las funciones de policía. Es cierto, la
autoridad civil se vio desbordada por el crimen organizado, pero sólo
optó por dar sustento factual a la presencia de soldados y marinos en la
calle sin hacer nada por volverlos a sus cuarteles. El discurso de
Gaytán Ochoa fue presentado como un documento consensuado. Omitiendo
consensuarlo con su comandante en jefe, que es el Presidente de la
República, ese acto no fue sino una vil deslealtad.
En su crítica a la izquierda, y por ende al gobierno que esta fuerza
sostiene, el discurso del general lo muestra, no con los conocimientos
legales de nuestro marco jurídico y de las tácticas y estrategias
propias del concepto defensa nacional, sino en las operaciones de
contrainsurgencia para contener movimientos adversos al imperialismo
estadunidense. El tipo de operaciones en las que ha entrenado la Escuela
de las Américas a los militares que protagonizaron las dictaduras de
América Latina: Banzer, Pinochet, Videla. Uno de los egresados de esa
escuela fue el general Carlos Demetrio Gaytán Ochoa.
El general Gaytán Ochoa se refirió a una unidad que antes había y ya
no hay. Sí, los presidentes anteriores al de ahora tenían una sólida
unidad con la oligarquía. La jerarquía militar nunca dijo nada. Ahora
que esa unidad se ha modificado alza la voz. Si alguna institución debe
dar muestras de compromiso con la transformación en curso –ligera como
es– esa resulta ser el Ejército mexicano.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario