Conozco varias
brujas. No usan sombrero. Sólo a veces para cubrirse del sol. No usan medias
rayadas ni tienen un enorme grano en la nariz. Pero ni duda cabe, son brujas.
La historia más
convincente que he leído respecto a cómo nació la mala imagen de las brujas, proviene
de algunos reportajes sobre la cerveza.
Se calcula que la
cerveza tiene entre 10 y 8 mil años de antigüedad. Pero ya en el 2 mil a.C. las
mujeres de Sumeria (hoy Irán) eran las responsables de preparar esta bebida y gozaban
de gran prestigio.
Ninkasi era la
Diosa Sumeria de la cerveza. E incluso la reina Kubaba, se ganó ese lugar, no
por su linaje, sino por su trabajo como cervecera (Courtney Iseman, “Cosas de
mujeres: brujas y cerveza”, Opera Mundi).
En el siglo XI, en
plena Edad Media, la monja Hildegard von Bingen –reconocida herbolaria-
introdujo la utilización del lúpulo como conservador lo que hizo posible su
elaboración en grandes cantidades.
En esa época las
mujeres preparaban la cerveza en sus casas, en un gran caldero. Solían tener
gatos para alejar a los ratones de los granos, y ponían una guirnalda de lúpulo
y un palo o una escoba en su puerta para anunciar que vendían cerveza.
Asimismo, en tiempos
en los que el sombrero era una prenda elegante, las cerveceras utilizaban sombreros
más altos y vistosos como símbolo de estatus y para anunciar su producto.
Hacia el siglo XV
la Iglesia Católica tomó parte del negocio y decidió eliminar -literalmente- a
la competencia.
Comenzaron por considerar
influencia del demonio eso que hoy llamamos herbolaria (área en la que las
mujeres eran expertas). El siguiente paso fue dibujarlas de manera grotesca y
propagar como malo y diabólico todo lo que las caracterizaba (caldero, gato,
sombrero, escoba).
De ahí a quemarlas
vivas solo hubo trámites que se realizaron de manera expedita contra miles de
mujeres.
Michelle López
(“La historia de la cerveza: una bebida creada por mujeres”, Gourmet de México)
escribe: “Furiosos porque la mujer tenía el control exclusivo de producción y
ganancias, los altos poderes católicos las satanizaron y expulsaron hasta que
la cerveza fue una industria dominada por hombres. Se volvió común la
producción de cerveza en monasterios, mientras la cacería de brujas llegaba a
niveles nunca antes vistos”.
Hoy en día, sólo 4
por ciento son “maestras cerveceras”, pero comienza a aumentar el número de
mujeres en la industria.
También hoy en día
se vindica positivamente el concepto. Muchas se llaman orgullosamente brujas
por trabajar por los derechos de las mujeres.
Y, asimismo, bruja
se asocia con la sabiduría que algunas adquieren en la ancianidad.
Jean Shinoda
Bolen, en su maravilloso libro Las brujas
no se quejan (Kairos, 2004), afirma: “Ha llegado el momento de rescatar y
redefinir el término ‘anciana’ y conseguir que la acción de convertirse en
‘bruja’ sea un supremo logro interior característico de la tercera fase de la
vida”.
Y precisa: “Una
anciana es una mujer que posee sabiduría, compasión, humor, valentía y
vitalidad… sabe expresar lo que sabe y lo que siente, y emprender una acción
determinada cuando es necesario”.
Yo conozco a varias brujas. Algunas son mis maestras. Otras, además,
son amigas entrañables. Yo orgullosamente creo que soy una de ellas o
voy en camino.
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