Ante mi pregunta sobre qué haría con la cultura cuando llegase a
presidente, respondió que impulsar la cultura popular y, recapacitando
por estar en la casona de uno de los escritores más queridos, dijo que
se rodearía de los más cultos para promover la lectura y la educación,
que el cine y las bellas artes también serían protagonistas de su
gobierno, “pues es importante que el pueblo se distraiga y aprenda”.
Dijo también que al Ejército había que respetarlo, pero investigar su
corrupción.
Este hombre de formas sencillas, que come y bebe muy poco, me invitó
en aquél entonces a ser parte de una Secretaría de la Mujer que habría
de crear el día que llegase a la presidencia; decliné de antemano pues
soy reportera y defensora de Derechos Humanos, no tengo el menor interés
de obtener un puesto público. Con amabilidad respondió todas mis
preguntas, sonriente y con frases dilatadas. Cuando sea presidente, me
dijo, las organizaciones de la sociedad civil que trabajan por la
infancia y contra la violencia recibirán todo mi apoyo y atención. Sin
ellas, sin ustedes, dijo señalándome, las víctimas de este país en
guerra estarían perdidas. Mencionó a los canallas pederastas que recién
me habían torturado unos meses atrás, y dijo que se haría de un equipo
de especialistas para ir tras todos los tratantes de personas sin darles
tregua, hablamos de que las víctimas de esclavitud son, en su mayoría,
las más pobres.
Estoy segura de que Andrés Manuel
estaba convencido de todo lo que dijo esa tarde. Admitió también no ser experto
en Seguridad Nacional (de hecho, tuvo un dislate mezclándola con Seguridad
Pública). Alguien dijo que ningún presidente es experto en todo, lo importante
sería que formase un súper gabinete con grandes especialistas en conflictos
armados y delincuencia organizada. Prometió hacerlo, porque la paz en México
era su más grande anhelo, sin ella los más pobres no tendrían descanso. No era
demagógico, como lo fueron otros candidatos a quienes alguna vez entrevisté. La
prensa fue nuestro último tema esa tarde; yo estaba sentada a su lado en la gran
mesa con vinos y comida casera. Su tono de voz cambió por completo, me miró a
lo ojos y aseguró que la libertad de expresión sería su prioridad ¡Qué sería de
México sin los reporteros valientes que se la juegan en los estados con esta
narco-violencia!, exclamó hablando de la realidad que él mismo veía a diario puebleando.
Dejarán de asesinarles, de encarcelarles, de perseguirles y expulsarles por
decir la verdad; aseguró. También fue tajante en que retiraría los recursos
públicos a todos los medios de comunicación para evitar la connivencia entre
periodistas y Estado. En su gobierno la oposición sería bienvenida pues sin
ella no habría democracia.
Todas las mañanas escuchamos al hoy presidente, que informa y
desinforma, es el hombre el que habla, no un gobierno. A veces está
enterado y muchas otras no lo está. Dice lo que en verdad piensa, de
allí la desafortunada cita histórica sobre las y los periodistas que
“muerden la mano que les quitó el bozal”; incapaz de percatarse de que
sus convicciones maderistas salieron a relucir llamándonos perros. Los
tuiteros hicieron el trabajo sucio cotidiano: profundizar la guerra
pueril de opiniones y la burla a periodistas que durante décadas hemos
caminado el país entre balas, levantamientos armados, masacres, tortura,
secuestros, feminicidio, violencia contra la niñez e injusticias
atroces producto del racismo y el capitalismo rapaz.
Las conferencias mañaneras son un ejercicio sociológico inédito:
habla el hombre y muestra todas las contradicciones y fallas al interior
de un gabinete. Habla el hombre y, cansado, se ríe de lo que no debe
reir; se niega a reconocer que su Secretario de Seguridad Pública no
entiende de operativos antimafia. No acepta que se ha rodeado de
enemigos internos. No es capaz de ver con claridad que su errada
decisión de desactivar a las organizaciones de protección a las víctimas
de violencia está arrojando más feminicidio, violencia contra la niñez,
secuestros y homicidios. Ese hombre modesto y honesto (porque lo es,
aunque a veces aborrezcamos lo que dice), es incapaz de reconocer que
eligió como Secretaria de Gobernación a una enemiga de su ideología, una
ex jueza corrupta que opera para el PRI. No es capaz de ver que la
Secretaría de la Defensa está gravemente dividida desde el calderonismo,
por ello asegura mentiras sobre los operativos contra los cárteles,
tampoco acepta que su Fiscal General opera para grupos con intereses
oscuros.
Es, en suma, sólo el hombre el que
habla cada mañana. Lleva a cuestas su religión, sus carencias, convicciones,
sus anhelos que pretende sean realidad antes de tiempo y que proyecta en una
sociedad que desea un milagro también. Cuando hace falta sienta en fila a los
responsables de su gabinete, quienes mienten o desmienten, aciertan, corrigen o
inventan, alimentan la ilusión del pueblo o desdibujan la realidad con su
propia ineptitud y malicia.
Jamás habíamos visto tal
radiografía del gobierno mexicano. Cómo funciona y cómo falla; el retrato del
patriarca que mantiene una ilusión que es la de millones. Un hombre que
honestamente cree que la felicidad se decreta (como la decretaba Nicolae Ceaușescu).
AMLO no busca la riqueza sino la realización de un sueño
personal.
Desde aquí abajo del templete nos toca documentar la realidad por
todos sus ángulos, sin jugar a ser amigas o enemigos del presidente, sin
someternos al poder o a la autocensura por agotamiento. Ya hay
suficientes zonas de silencio en el país desgarrado por la violencia y
el miedo; según la UNESCO 93 por ciento de periodistas víctimas de
asesinato han encontrado la muerte criminal en sus hogares, por ello
aumentan los desplazamientos forzados de periodistas.
El periodismo es una linterna para iluminar la realidad, la política
es un instrumento de poder. La tarea de reporteras y reporteros es
mostrarlo todo tal como es. El presidente se ha dado a la tarea de
presentar con sus palabras el país que añora, el que gobierna, el que
imagina y el que aborrece, la nuestra es mostrar el que existe, sin ello
no habrá paz ni justicia; no habrá país seguro para nadie. Quienes
jamás hemos usado bozal sabemos que a veces hay que huir de la muerte,
pero jamás de la realidad.
CIMACFoto: César Martínez López
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