Enrique Calderón Alzati*
Se ha dicho en el pasado
que muchas de las grandes tragedias de la humanidad dejaron también
importantes avances científicos, tecnológicos y sociales, los cuales no
habrían sido posibles ante su ausencia. Éste no fue el caso de las
epidemias que sembraron la muerte en la Edad Media. De una de ellas nos
cuenta el gran escritor Finlandés Mika Waltari en su libro Juan el Peregrino, narrando la devastación ocurrida en el sur de Europa, durante los
diálogos bizantinosocurridos a mediados del siglo XV, en la que los únicos remedios al alcance de la población eran los rezos y el vino que les permitía al menos olvidarse de la peste.
A ocho meses del inicio de la pandemia de Covid-19, y luego del
contagio de más de seis millones de personas y de cerca de un millón de
fallecimientos, mientras en varios países, y entre ellos el nuestro, han
logrado frenar el avance de la epidemia, las noticias recientes nos
indican que pronto contaremos con una vacuna, ya probada, lo cual
constituye un avance científico sin precedente, pues en tiempos pasados
el desarrollo de una vacuna llevaba entre cuatro y 10 años; tal como
sucedió en los casos de las vacunas contra la poliomielitis, la
tuberculosis y la viruela, enfermedades mortales que fueron motivo de
preocupación durante los siglos XIX y XX. Otros avances no menos
importantes se observan en las tasas de mortalidad que en nuestro país
se han venido reduciendo de 12.5 por ciento, respecto al número de
enfermos, a menos de 10.8 por ciento hasta hoy, lo cual implica por
ahora más de 8 mil 500 vidas humanas salvadas de la muerte, en la medida
que los avances en el estudio de la enfermedad han logrado encontrar
algunos métodos para neutralizar su desarrollo, lo cual tendrá
seguramente implicaciones positivas en otras de las enfermedades
pulmonares que aquejan a la humanidad año con año.
Pero no han sido éstos los únicos avances logrados, pues la epidemia
misma ha impuesto nuevos modos de organización para el trabajo, los
cuales ya se conocían desde hacía varios años, sin embargo, las
necesidades impuestas por el aislamiento, como principal medio para su
contención, han logrado convencer a las empresas de que no es necesario
rentar costosas oficinas en el centro de las ciudades para que sus
directivos y empleados puedan colaborar en forma eficiente, permitiendo
de esta manera costos de operación más reducidos. Estas prácticas desde
luego habían sido utilizadas desde hace 10 o 12 años en países más
desarrollados que el nuestro, siendo la epidemia la que ha permitido
demostrar las ventajas de estos esquemas de funcionamiento en nuestro
país. Algo similar ha ocurrido en el caso de la educación, en la que,
durante los meses recientes, un alto número de maestros han aprendido a
utilizar las plataformas tecnológicas basadas en Internet, ampliando su
capacidad para impartir clases a sus estudiantes y con ello continuar su
labor como los constructores del país que hoy tenemos.
De igual manera, en el campo de la política, la epidemia ha puesto de
manifiesto los niveles de gravedad a los que habían llegado las
prácticas de corrupción, que han constituido un mal endémico, con
efectos crecientes y devastadores, en tanto nosotros, el pueblo de
México, lo habíamos permitido. Ciertamente la corrupción ha sido una
realidad entre los funcionarios de gobierno, no sólo en nuestro país,
pues sabemos que desde los tiempos de la república de Roma se
practicaban, pero es ahora cuando nos hemos hecho conscientes de la
gravedad de estas prácticas, así como de sus consecuencias, al
percatarnos de que, por una parte, el empobrecimiento de un alto
porcentaje de la población le ha llevado a vivir en condiciones de
precariedad tales que el nivel de contagios en esos medios ha sido
difícil de controlar, y por la otra al hacernos conscientes de la
importancia que tiene la existencia de un sistema hospitalario y de
salud eficiente, dotado de instrumental moderno y de insumos médicos
suficientes para combatir esta enfermedad y muchas otras, gracias al
compromiso de nuestros médicos y enfermeras, que con valor y
responsabilidad le han hecho frente.
En el contexto internacional, la epidemia nos ha mostrado igualmente
la diferencia de los resultados logrados por los países y gobiernos de
corte capitalista, en los que las prioridades son las empresas y sus
utilidades, con los de corte socialista y humanitario, en el que las
vidas humanas constituyen la prioridad más importante, poniendo de
manifiesto la diferencia entre los regímenes capitalistas conservadores,
como los de Estados Unidos y Brasil o el mismo México de las décadas
anteriores, y los gobiernos progresistas o socialistas como el que hoy
tenemos, siendo válido preguntarnos si la pandemia conformará el fin del
capitalismo que ha dominado al mundo en las pasadas décadas.
Desde luego, todas estas transformaciones no han sido ni serán
gratuitas, la epidemia ha tenido un enorme costo económico y social, no
sólo para el gobierno, sino también para los sectores más pobres de la
población, tanto por las dificultades para su acceso a los servicios
hospitalarios como para enfrentar sus problemas de alimentación y de
necesidades básicas, al igual que para los cientos de miles de
trabajadores que han perdido sus empleos, así como para las empresas
pequeñas cuya presencia en los mercados ha desaparecido en la mayoría de
los casos. Ello nos lleva a pensar en la necesidad de un cambio
profundo para construir una sociedad más justa, diseñada necesariamente
para enfrentar con éxito las catástrofes biológicas, ecológicas y
climáticas, generadas por nuestra propia ceguera, la cual nos había
impedido ver los daños que, como especie estamos causando a nuestro
planeta. Todo esto nos lleva a hacernos la pregunta: ¿Representará el
coronavirus el principio de un nuevo amanecer para la humanidad?
* Director del Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa.
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