La Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió ayer que la autorización de emergencia de las vacunas para el Covid-19 requiere
mucha seriedad y reflexión, pues al acelerar los procedimientos de aprobación de estos fármacos
pueden pasarse por alto ciertos efectos adversos.
El llamado del organismo se dio después de que el domingo Stephen
Hahn, jefe de la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados
Unidos (FDA), dijera estar dispuesto a evitar el proceso de aprobación
normal y a autorizar una vacuna antes de que se complete la tercera fase
de ensayos clínicos.
Tanto las declaraciones del funcionario estadunidense como la
respuesta que merecieron de la OMS evidencian que, mientras el mundo
encara 25 millones 259 mil casos confirmados y 847 mil muertes por el
nuevo coronavirus, la comunidad internacional carece de un referente
dotado de autoridad y capacidad de regular o siquiera orientar en esta
materia. Este escenario se configuró, en primer lugar, por los afanes
mercantilistas de las grandes trasnacionales farmacéuticas y, en
segundo, por un grosero chovinismo farmacéutico que ha convertido la
obtención de la vacuna en una suerte de redición de las carreras
espacial o armamentista con que las grandes potencias exhiben sus
capacidades en ejercicios propagandísticos.
Por ello, si bien el exhorto de la organización mundial resulta
atendible y pertinente, lo cierto es que llega de manera extemporánea y
en un contexto de debilidad del organismo de Naciones Unidas para apelar
a la comunidad internacional.
Se trata, en parte, de una debilidad provocada por el comportamiento
poco consistente de la propia OMS y sus tibios esfuerzos para propiciar
la colaboración y la cooperación internacionales. Con ello se hizo
corresponsable del clima de confusión prevaleciente, en el que
cualquiera puede anunciar que cuenta con una inoculación en fase final
de desarrollo. Debe reconocerse que la actual es una crisis sanitaria
sin precedente que tomó por sorpresa a todos los actores y ha obligado a
emprender de forma simultánea la lucha contra la propagación de la
pandemia, la mitigación de sus efectos económicos y sicosociales, la
investigación acerca de la naturaleza y el origen del Covid-19 y el
desarrollo de una vacuna que permita reducir al mínimo su letalidad.
En tal coyuntura, el conocimiento del patógeno y la tecnología para
combatirlo –es decir, la ciencia pura y su aplicación– han debido
avanzar de la mano, con todos los cuestionamientos, dudas y
contradicciones que ello genera.
Dicho lo anterior, está claro que el organismo mundial falló al no
empeñarse a fondo en el impulso de la cooperación por encima de la
competencia, en el entendido de que, cuando se encuentran en juego vidas
humanas, no debe dejarse resquicio a la codicia ni a las bravatas
patrioteras.
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