Marcha mujeres 8 marzo en Guatemala
Foto: Prensa Libre
“Fueron mujeres comunistas las primeras que plantearon la opresión y la lucha contra el patriarcado”.
“Fueron mujeres comunistas las primeras que plantearon la opresión y la lucha contra el patriarcado”.
Luchadora social guatemalteca
En
Guatemala, luego de la Firma de Paz en 1996, alguna vez un funcionario
de un organismo internacional decía con vehemencia a los consultores que
estaban dando forma a un proyecto de apoyo para víctimas de la guerra,
que había que posicionar “muy claramente” el tema de género. “Género, género, equidad de género por todos lados”, pedía acucioso. “Eso es lo que los financistas quieren oír”,
agregaba con un nada disimulado ímpetu. Esa insistente petición
(¿orden?) abría un interrogante: el tema de género como se comenzó a
posicionar para la década de los 90 del pasado siglo, ¿surge enteramente
de las luchas político-sociales de las mujeres, o tiene algo de
artificioso?
Plantear este
tema puede verse como un velado machismo que sobrevive subrepticiamente
en estas líneas. La intención, sin embargo, es abrir una crítica
-serena, profunda y certera- sobre mucho de lo que la llamada “cooperación internacional” impone. La opresión del género femenino
a manos del masculino (patriarcado) es una más de tantas opresiones que
recorren la actual dinámica humana, al igual que la económica
(diferencia de clases sociales: explotación), la étnica (léase: racismo,
“razas superiores” sobre “incivilizados”), el repudio de la diversidad
sexual (heteronormatividad reinante descalificadora de otras opciones),
adultocentrismo, blancocentrismo, y seguramente más de algún otro
etcétera. Luchar contra cualquiera de esas asimetrías no puede hacerse
en forma independiente, desgajada: todas las contradicciones se anudan.
Imaginemos un mundo manejado, por ejemplo, por mujeres, o por negros,
donde también se da la explotación económica (a los varones, o a los
blancos): solo sería cambiar de amo. Una verdadera revolución debe
modificar todas las asimetrías simultáneamente.
El
tema de género, indispensable en las luchas por un mundo de mayor
justicia, es de capital importancia. Pero lo que ha venido impulsando
ese peculiar mecanismo llamado cooperación internacional en estos
últimos años puede llamar a confusión. Vale aquí aquello de “divide y
reinarás”. La atomización de las luchas sociales, en vez de
potenciarlas, tiende a debilitarlas: cada quien por su lado con su
pequeña parcela, logra poco. La cuestión de base no es, obviamente,
“mujeres versus hombres”. La actual inequidad de género es un tema
social, por tanto, involucra a todos los géneros, al colectivo en su
conjunto. Reivindicar a Lorena Bobbit no es el camino.
Nos inspira en esa crítica lo dicho por la feminista comunista Silvia Federici: “No es casual que aunque el capitalismo se base presuntamente en el trabajo asalariado, más de la mitad de la población mundial [amas de casa, trabajadores precarizados]
no esté remunerada. La falta de salarios y el subdesarrollo son
factores esenciales en la planificación capitalista, nacional e
internacional. Esos son medios poderosos con los que provocar la
competencia de los trabajadores en el mercado nacional e internacional y
hacernos creer que nuestros intereses son diferentes y contradictorios. (…) [Las mujeres] no estamos peleando por una redistribución más equitativa del mismo trabajo. Estamos en lucha para ponerle fin a este trabajo [doméstico no remunerado], y el primer paso es ponerle precio”.
La
lucha por la equidad de género, sin articularse con las otras luchas,
puede resultar incluso cuestionable. En tal sentido, nos permitimos
citar palabras de una incansable luchadora guatemalteca, pionera en la
lucha contra el patriarcado en el país, que por razones de seguridad
pide ocultar su nombre (la llamaremos simplemente “Entrevistada”). He
aquí extractos de una entrevista inédita donde ella plantea estos
postulados.
(…) Pregunta: En los 80, en plena guerra, la lucha contra el patriarcado ¿ya empezaba a ser un eje importante?
Entrevistada:
Creo que todavía no pasaba a ser tan importante en aquel momento. Creo
que hasta ahorita se está reconociendo este tema. Pero no hay que dejar
de reconocer que con los comunistas, con los clásicos, es que
primeramente se da a conocer la opresión de las mujeres. En su momento
no se le daba toda la importancia, pero fueron mujeres comunistas las
primeras que plantearon la opresión y la lucha contra el patriarcado.
Hay antecedentes de mujeres que venían luchando desde la Revolución
Francesa, o desde las luchas de Lenin, y las mujeres comunistas ya
habían recorrido un camino, pero nunca se visibilizó ese trabajo. Quizá
la única que se visibilizó, seguramente por sus aportes teóricos, fue
Rosa Luxemburgo. Después Clara Zetkin, pero no fue tan evidente, más
bien fue ocultada. O también Alejandra Kollontai, que hablaba de la
sexualidad de un modo pionero, y fue una de las primeras mujeres que
ocupó cargos del Estado. Nadia Krupskaya, la compañera de Lenin, que fue
una educadora, y así hay muchas mujeres que hasta ahora empiezan a
visibilizarse y que en su momento no se las consideraba, pues se decía
que no era tan importante la lucha de las mujeres. A pesar de que se
tenía todo ese camino recorrido de las mujeres francesas, de las
inglesas, por ejemplo con su lucha por el derecho al voto, por
prejuicios no se quiere saber mucho de eso. El tema del patriarcado es
como con el racismo: son cosas que tenemos tan arraigadas que ni las
reconocemos como problema.
(…)
El machismo está muy arraigado, es muy difícil combatirlo. Cuando se
analiza el patriarcado una se da cuenta que nadie va a querer perder sus
privilegios. Porque los hombres, hay que decirlo, tienen más
privilegios que las mujeres. Por más que digan que están de acuerdo con
la lucha de las mujeres, a la hora de hacer cambios reales de actitudes,
de repartir poderes, es muy difícil hacer el cambio.
Pregunta:
Cambiar profundamente los patrones culturales es difícil, sin dudas. La
transformación social cuesta, con el patriarcado, con el racismo, con
autoritarismo. “Vos sos mujer, entonces andá y prepará la comida”. Eso
lo tenemos tan incorporado que cambiarlo es cuesta arriba. ¿Qué hacemos
entonces?
Entrevistada:
Está complicado. Todos los mandatos que trae la sociedad implican esa
dificultad, es difícil cambiarlos. Esas son las actividades de las
mujeres y estas son las de los hombres; eso parece ya escrito, y por más
que quieras hacer cambios de actitudes, tiene que haber una fuerza
grandísima para lograrla, y no es fácil. Creo que tienen que pasar
generaciones para que se extingan, con un trabajo educativo y político
continuo. Por la experiencia que se ve, no es tan fácil de cambiar.
(…)
El patriarcado hay que verlo con todas sus facetas: no es algo que
solamente sea en la casa. También la sexualidad, el trabajo, la
violencia, el trabajo doméstico fundamentalmente. Es todo eso al mismo
tiempo. Hasta el año 85 para mí era tan difícil poder ir hilvanando cada
una de estas nuevas experiencias que iba reflexionando, porque las iba
conociendo, y a partir de los años 85 cuando comparto las reflexiones
con otras mujeres que ya lo estaban pensando, se me amplió el panorama.
Creo que Cuba todavía no ha logrado definir políticas públicas de mayor
impacto en la transformación de las mujeres. Las mujeres han tenido
acceso a la educación, y eso está muy bien, pero creo que a la cultura
del patriarcado tiene todavía muy arraigada sus raíces en la población,
por lo que debe seguir trabajándose. Todo el movimiento de mujeres
avanzó mucho en América Latina, y son ellas quienes avanzaron en la
lucha contra el patriarcado. Sin embargo, con esto de los lenguajes
políticamente correctos ahora hay un retroceso en la lucha. Creo que se
ha venido despolitizando el tema de género, se lo ha aguado un poco.
Pregunta: ¿Por qué decís “despolitizado”?
Entrevistada:
Porque ya todo el tema de género entró en una cierta moda, un
planteamiento vinculado a la cooperación internacional, que fue
tornándolo desideologizado, despolitizado. Se lo desvinculó de la lucha
de clases, y así perdió toda su fuerza como lucha. Si en Cuba, con una
revolución triunfante, cuesta ir haciendo los cambios necesarios, en un
contexto como aquí, en Guatemala, de derecha, cuesta mucho más. ¡Cuánto
nos costó a nosotras, las mujeres, el reconocimiento de la existencia de
violencia en Guatemala! Eso era algo que se tenía por normal. Con toda
nuestra lucha empezaron a cambiar un poco las cosas. Empezó a cambiar un
poco el marco legal, y así lo empezaron a aprobar una serie de
partidos, y en el tiempo, con las Conferencias de las Mujeres
organizadas por la ONU, fue que se empezó a reconocer la violencia.
Ahora están las leyes, pero su aplicación así como se hace es muy
deficiente todavía. Todavía a las mujeres se las manipula, se las
excluye; se las hace estar más interesadas en ver la tecnología o la
moda, y eso impide que las mujeres estén pensando en tomar conciencia de
que son objetos, de que las ven como objetos. La violencia real sigue
existiendo, el golpe, la violencia económica, psicológica, y también
política.
Pregunta:
Desde el 96, cuando se firma la paz, todo se empieza a inundar de
cooperación internacional. Fue una avalancha de dólares y euros. Hasta
se “puso de moda” el tema de género. ¿Qué opinás de todo eso?
Entrevistada:
Creo que desde allí viene la despolitización. Con esa avalancha de
dinero cualquiera hacía su grupo sin ningún objetivo estratégico, para
conseguir algunos fondos, solamente hablando de equidad de género como
una cierta moda que se había instalado. Era un chantaje. Para nosotras
fue fundamental tener a la URNG, [Unidad Revolucionaria Nacional
Guatemalteca, unión de los cuatro grupos guerrilleros existentes en ese
entonces] porque íbamos luchando dentro de ese marco, al tener la unidad
con las otras organizaciones. Teníamos muy claro cuáles eran los
lineamientos dentro de ese marco. Como no dependíamos de la cooperación
internacional, no teníamos la presión de responder a su agenda. El tema
de la organización que propiciábamos estaba más enfocado en las
necesidades y la educación formal y no formal de las compañeras, ya que
coordinamos con IGER [Instituto Guatemalteco de Educación Radiofónica]
la educación primaria y secundaria para mujeres, y lo informal iba
acompañado de lo formal. En un inicio nos criticaron, porque las mujeres
estábamos haciendo lo tradicional, porque dábamos costura, dábamos
cocina, pero eso era lo que las mujeres querían. Pero por otra parte, y
esto es lo importante, estas mujeres también estaban recibiendo la
escuela primaria, y además había trabajo ideológico a través de los
cursos que se daban. Con el partido diseñábamos los contenidos, sin
dejar de tener en cuenta el contexto nacional e internacional, las
condiciones de la fábrica, las condiciones laborales, las relaciones
familiares, cuestiones de sexualidad, cuestiones de violencia. Fue una
de las experiencias más significativas para nosotras, tener esa
participación de las mujeres de sectores populares. (…) Después empezó
la represión, principalmente en las fábricas. También el neoliberalismo
iba avanzando, entonces iban desplazando las fábricas nacionales. En ese
período de auge de las luchas y de la organización sindical fue que
aprovechamos para darles herramientas para se pudieran defender.
Pregunta:
Ya pasaron años trabajándose los temas de género, por lo que puede ser
pertinente esta pregunta: la cooperación ¿sirve para impulsar cambios o
puede funcionar como un freno en las luchas sociales?
Entrevistada:
Siempre he pensado que sí, funciona como freno. Nunca se ha logrado
hacer una agenda de negociación real entre la cooperación y los
movimientos sociales, más del movimiento de mujeres. Es una forma de
control. Dan el dinero para los proyectos, pero te la pasás haciendo
foros, reuniones, mientras te están controlando, y después hay que
entregar un informe de qué es lo que se hace, quiénes son los
participantes. En realidad es como un control dentro de la población
–como una CIA metida adentro–. Allí está ese control, por todas partes.
Los grupos de solidaridad con que trabajábamos no te pedían eso. En
cambio hoy te dan un almuerzo y tenés que llevar los listados de todos
los asistentes; es un control permanente, y además te ponen la agenda.
Siempre tiene que estar alguien de la cooperación en cada inauguración,
porque tienen que mostrar que financian las actividades. Todo eso le
quita autonomía a las organizaciones, y a veces se termina priorizando
solo lo de género pero solo en este marco que te fijan, y la cooperación
no te permite el trabajo de clase, porque lo de etnia lo hace como
parte de la cultura, pero controlado. La cooperación te dice qué se
puede tocar y qué no. El tema de lucha de clases salió de escena.
(…)
Hoy se habla de género pero no de clase, y antes hay clase pero no
género. A nosotros nos tocó hacer esa articulación. Con el movimiento
sindical nosotras articulamos las demandas de género con las de clase,
así como también lo de etnia. Pero no nos dio tiempo para hacer todo lo
que pretendíamos. Estábamos ante temas difíciles de tratar, de
visibilizar. Queríamos hacer entender que el acoso sexual no solo se da
por el empresario, sino que se da por los compañeros trabajadores
también. Chocábamos ahí contra prejuicios, por eso tuvimos que ponernos a
pensar y trabajar para que los compañeros se dieran cuenta del asunto.
Pregunta:
El tema del patriarcado, ¿te parece que está suficientemente abordado
en el campo del movimiento comunista, o ves un déficit allí?
Entrevistada:
Cambiar el patriarcado es difícil, complicado. Para los hombres es un
asunto difícil, porque no quieren perder privilegios. ¿Quién quiere
perderlos? Y cambiar el patriarcado es cambiar relaciones de poder. Por
supuesto, para los hombres es cómodo seguir manteniendo sus cuotas de
poder. No es tan sencillo cambiar eso por decreto.
Marcelo Colussi
mmcolussi@gmail.com, https://www.facebook.com/marcelo.colussi.33
https://www.facebook.com/Marcelo-Colussi-720520518155774/
https://www.alainet.org/es/articulo/208644
No hay comentarios.:
Publicar un comentario