Hubo un tiempo, durante la Guerra Fría, en que las derechas mexicanas usaban con liberalidad la expresión
“el oro de Moscú” para explicar (e implicar) la razón de ser del
Partido Comunista Mexicano y otras pequeñas organizaciones de izquierda.
El financiamiento del comunismo soviético era lo que, desde la derecha,
descifraba la persistencia de “ideas exóticas”, ajenas a un México que
había llevado a cabo “la primera revolución social del siglo XX”.
Ahora, en la era de la globalización y lejos de la Guerra Fría,
efectivamente hay oro externo para los partidos mexicanos, puede llegar
de cualquier parte y no por razones ideológicas sino de negocios. Puede
provenir, por ejemplo, de Brasil, y aterrizar en las arcas del PRI, como
ocurrió en 2012, vía una empresa transnacional con sede en Sao Paulo
-Odebrecht S.A.- y que apoyó a Enrique Peña Nieto no
por razones ideológicas sino para que le permitiera luego extraer del
sector público mucho más oro del que invirtió en los cohechos iniciales.
En México y en muchos otros países, los partidos políticos han
buscado recursos y otros apoyos dentro y fuera de las fronteras
nacionales. A inicios del siglo XIX las logias masónicas fueron proto
partidos que sirvieron para organizar a la naciente clase política
mexicana, reflejaron visiones encontradas respecto del proyecto para la
nueva nación y buscaron respaldo interno y externo: la logia yorquina
giró en torno al enviado norteamericano, Joel R. Poinsett, y las
corrientes conservadoras, agrupadas en la logia escocesa, buscaron el
apoyo de los empresarios españoles que se quedaron en México. Pronto,
liberales y conservadores desecharon el novedoso camino electoral como
medio para alcanzar y conservar el poder y optaron por el de los
pronunciamientos y finalmente por el de la acción directa. Ambos
recurrieron a apoyos tanto dentro como fuera del país -en Estados Unidos
unos y en Europa otros. Cuando los liberales se impusieron, las
elecciones siguieron sin tener importancia, de ahí la dictadura de
Porfirio Díaz. Al caer Díaz en 1911 el derecho a gobernar lo volvieron a
decidir las armas.
Ya entrado el siglo XX y relativamente pacificado el país, las
elecciones sin contenido se hicieron rutina. Para administrarlas se dio
forma a un partido de Estado que finalmente devino en el PRI y al que
nunca le faltaron recursos que directa o indirectamente provinieron de
las arcas públicas, de sus organizaciones sindicales y de grupos de
interés privados que buscaban favores del gobierno.
Al concluir el siglo pasado, la evolución social y cultural del país
aunada a los cambios en el sistema de poder internacional forzaron al
autoritarismo mexicano a evolucionar y poco a poco el campo electoral
adquirió vida real. El marco legal supuso que el flujo principal de los
recursos para la competencia electoral dentro y entre los partidos
deberían ser públicos, pero rigurosamente vigilados. Sin embargo, ese
marco fue sistemáticamente violado y si bien las elecciones de las tres
últimas décadas ya han sido efectivamente competidas, sus resultados han
sido desvirtuados por fraudes y carretadas de dinero ilegal.
Hoy están exponiéndose y debatiéndose ferozmente en los medios y en
tribunales dos casos contrastantes de dineros entregados a partidos: los
millones de dólares dados por Odebrecht para la campaña presidencial
priista de 2012 según la denuncia presentada ante la Fiscalía General de
la República por Emilio Lozoya Austin ex director de PEMEX, y un video de 2015 donde Pío López Obrador,
el hermano del presidente, recibe un paquete con dinero para contribuir
a apoyar las actividades de un recién formado partido de oposición,
MORENA, que sería el principal rival -y verdugo- del PRI. El que los
montos en ambos casos no sean ni remotamente comparables, no quiere
decir que no urja investigar a fondo, con rigor, a ambos.
Para el presidente Andrés Manuel López Obrador,
empeñado en una lucha intensa, a fondo, contra el enorme abanico de la
corrupción pública mexicana, es imprescindible que se esclarezca el caso
que involucra no sólo a su partido sino a su hermano. Sólo así se
logrará transformar lo que hoy es un golpe duro al proyecto
presidencial, pues se le presenta como un triunfo del pasado –“la
corrupción somos todos”- sobre el futuro, en un ejemplo del esfuerzo por
acabar con un mal que históricamente ha carcomido a la vida pública
mexicana.
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