Bernardo Bátiz V.
Para entender la motivación
de la Cuarta Transformación, debe comprenderse la noción de justicia
social, olvidado a veces y mal entendido otras. Recordar el concepto,
recuperarlo por haber estado ausente por mucho tiempo de la vida de
México, ahora apenas entreabriendo la puerta como posibilidad verdadera
de ingresar a nuestras casas, a nuestras comunidades, ya no como promesa
repetida por décadas, sino como una meta al fin alcanzable.
Entender cuál es la causa profunda que nos mueve hacia un cambio,
requiere volver al concepto que es la piedra angular del proceso, ahora
tan atacado por una minoría pero defendido por el pueblo, entidad real,
informada y atenta, que sabe apreciar una esperanza de mejora
generalizada; debemos volver a la definición, que no es nueva, pero no
pierde vigencia.
La justicia social una de las vertientes de la justicia a secas. En
la Roma clásica se entendió por justicia la voluntad constante de dar a
cada quien lo que es suyo, lo que le corresponde; y cuando la intención
de alto valor ético toma carta de naturalización en el cristianismo
naciente, se le define como una virtud cardinal y se le reconoce como
una cualidad de la voluntad,
firme y constante.
Desde entonces y hasta hoy, la doctrina distingue entre dos tipos de
justicia, la conmutativa y la distributiva; por la primera se restituye a
cada persona en lo individual lo que es suyo y en la otra, en la
distributiva, origen de la justicia social, muy cercana al ideal del
bien común, se trata de una forma más equitativa de distribuir todos los
bienes de una comunidad. Es superar al máximo las desigualdades
sociales y poner al alcance de todos, todo; asegurar oportunidades y
acceso a las exigencias indispensables que una persona requiere para una
vida digna; esto es, garantizar el derecho a casa, vestido, sustento,
salud, educación, recreación, seguridad.
No hay justicia social y es necesario procurarla cuando unos pocos
tienen todo en exceso y otros muchos carecen de casi todo. La injusticia
se hizo patente cuando la revolución industrial, los grandes inventos
mecánicos, la codicia desbordada, el liberalismo manchesteriano,
generaron a gran escala injusticia y dolor a personas, familias y
comunidades enteras. Entonces la repulsa al sistema, el reconocimiento
de la infelicidad y dolor que provoca, dieron lugar a la denuncia y a
las propuestas de cambio, surgidas desde todas partes y alentadas por
muchos.
Marx, enseñó que la historia avanza a saltos, por medio del choque de
contrarios; los explotados enfrentan en cada etapa a sus explotadores.
Esclavos y cristianos contra la estructura del imperio romano; siervos
frente a señores feudales; el estado llano, incendiando París y
finalmente obreros en contra de los dueños del capital. De cada
enfrentamiento nace una nueva forma de organización sustentada en la
estructura económica. Marx, en El capital, cuando organizó la Internacional Socialista, cuando con Engels lanzó el Manifiesto, vio una injusticia admitida sordamente, encapsulada en las estructuras jurídicas y sociales y convocó a la revolución.
También denunciaron la desigualdad lacerante los socialistas
utópicos, los creadores de sistemas ideales, pero irrealizables. Marx
los hostigó por ingenuos, por creer que la justicia puede lograrse sin
una lucha de clases y desde entonces, utopía equivale a un
sueño inalcanzable.
Alguien más se percató de lo perverso del sistema capitalista, con
otra lente, desde otra óptica; la Iglesia católica, que entre dos
fuegos, como ha vivido siempre, combatió al materialismo dialéctico que
niega el espíritu y simultáneamente denunció al otro materialismo, al
capitalista, por injusto y por generador de miseria y dolor a gran
escala. Desde ese frente, primero fue la encíclica Rerum novarum, del papa León XIII, que definió la necesidad de remediar la injusticia.
Encontramos en ella amplias consideraciones de indudable precisión, como ésta:
Explotar la pobreza ajena para mayores lucros es contra todo derecho divino y humano. Uno de sus capítulos se refiere al deber del Estado de promover la justicia social, se denomina
El estado debe promover y defender el bien del obrero en general. Allí define “[entre] los deberes no impropios ni ligeros de los príncipes [gobernantes], toca mirar por el bien del pueblo, el principal de todos, es proteger a todas las clases de ciudadanos por igual, es decir, guardando inviolablemente la justicia llamada ‘distributiva’”.
A este documento, a través del tiempo, han seguido otros y el papa Francisco recientemente, expresó con toda claridad que
defender al pueblo no es comunismoy que la preferencia por los pobres está en el centro del Evangelio.
La justicia social, en resumen, busca evitar los abismos insalvables
entre pobres y ricos, y pretende que los bienes se distribuyan con más
equidad y alcancen para todos, y esto, por medio de la acción de todos,
en forma pacífica y encabezada por gobernantes responsables.
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