El Presidente podrá patentar su
vacuna de no endeudarseque
ha sido exitosa para enfrentar la crisis económica( La Jornada, p. 1, 28/08) pero las estimaciones sobre el tiempo que se llevará la economía para recuperar sus niveles de 2018 nos hablan todas de un lapso prolongado y nada fácil, menos exitoso si por ello entendemos algo más que
volver al 18cuando las cosas no estaban nada bien.
Los indicadores presidenciales sobre el desempeño de la economía se
han difundido con amplitud y desde las mañaneras con peculiar
intensidad, pero no puede decirse que hayan logrado conmover a los
espíritus animalesdonde Keynes veía el mejor caldo de cultivo para más y nueva inversión y consumo, determinantes inapelables del bienestar económico y hasta del bienestar social.
La Concamin reconoce unos primeros brotes de recuperación industrial,
pero reitera su llamado a acciones y promociones de largo aliento
destinadas a sacar a esta actividad decisiva del pozo recesivo en que
empezó a caer desde antes de que la pandemia estallara. José Luis de la
Cruz, presidente de la Comisión de Estudios de dicha confederación, y
director del IDIC, vuelve sobre sus análisis del sector y de la
coyuntura en que está inserta y advierte contra el festinamiento del
T-MEC, instrumento útil sin duda si lo sabemos usar, pero cuyas
potencialidades están amarradas estrechamente a las dinámicas de la
economía estadunidense, todavía en trance recesivo y sometida a los
avatares de una pandemia que hasta la fecha se ha probado indomeñable.
No las tenemos todas con nosotros y en eso y mucho más somos
contemporáneos de casi todo el resto del planeta. Puntos más o menos en
el (de)crecimiento del PIB, miles más o menos en los contagios o los
decesos, nunca como ahora tiene plena validez aquello de que las
comparaciones son odiosas y no siempre enseñan. A veces confunden y
llevan a triunfalismos fútiles y contraproducentes.
Se empieza a anunciar que el Presupuesto de Egresos para 2021 viene
apretado como reflejo inmediato de los impactos fiscales de la caída
económica y se habla de la desaparición de más de una decena de
subsecretarías. Veremos en su momento de qué se trata y qué implica para
la buena marcha del gobierno. De lo que podemos estar seguros es de que
en las familias de muchos servidores públicos de alto o mediano nivel
cunde el desasosiego, cuando no el pánico.
El secretario de Hacienda y sus colaboradores saben bien que esos
tijeretazos tienen efectos nimios sobre los equilibrios fiscales y más
de un experto en la administración pública puede ilustrarnos sobre la
inutilidad de estas
jibarizacionesdel Estado. Los cierres de oficinas y ceses de funcionarios pueden implicar pérdida inmediata de experiencias y destrezas que no se suplen con facilidad. Tampoco, sólo con lealtad y militancia. No hay recuperación pronta de estas pérdidas que pueden afectar la buena marcha de la conducción política del Estado.
Lo que tendrá entre sus manos el secretario Herrera en estos meses,
si en efecto se realiza una nueva poda, es un problema político de
magnitud variable pero casi siempre significativa si ponemos en
perspectiva la necesidad cada día más urgente de contar con un gobierno
dispuesto a gestionar la incertidumbre y a promover acciones públicas y
privadas que desaten una corriente masiva de inversiones, de
ampliaciones de plantas y renovaciones de equipos y técnicas. Sin
hacerlo, sólo nos queda el horizonte de repetir la triste historia de
estos más de treinta dolorosos años de cambio estructural, globalización
y buen comportamiento fiscal que nos ha depositado en esta playa de la
desolación y el desencanto.
Jugar con las expectativas, como sucedáneo de la política y la acción
colectiva articulada por el Estado, siempre ha sido peligroso a más de
costoso. No hay narrativa capaz de sustituir la falta de inversión y la
ausencia de confianza en el régimen económico que, a golpe de decisiones
atrabiliarias, ha ido implantando el gobierno. No es cancelando obras y
frenando inversiones, como ha ocurrido con el aeropuerto o la
cervecería en Mexicali; tampoco, empeñándose en una política de
austeridad que más que republicana tiene túnica franciscana y
empobrecedora
desde abajo.
Necesitamos del Estado para que haya seguridad y crecimiento;
financiamiento oportuno y transparente. De otra manera, podemos sumirnos
en un oleaje que en vez de depositarnos en la orilla nos remonte a
donde imperan los mares de fondo y las corrientes de marea alta.
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