2/11/2011

La razón poética de María Zambrano



FOTO: Fundación María Zambrano
María Zambrano, escritora.


Marta Lamas

MÉXICO, D.F., 10 de febrero.- Hace 20 años, el 6 de febrero de 1991, falleció María Zambrano, una voz trágica y poética. Nacida en 1904, discípula de Ortega y Gasset, la filósofa Zambrano logró transmitir una experiencia femenina muy singular a partir de la afirmación de su propia individualidad. Ella decía: “Sólo se vive verdaderamente cuando se transmite algo. Vivir humanamente es transmitir”. Sus escritos, que revelan una potencia simbólica inusual, desafían la división disciplinaria entre literatura y filosofía. Zambrano no era feminista ni aceptaba que su reflexión fuera calificada como tal. Sin embargo, su contribución –original y enigmática– instauró una perspectiva femenina en el campo del pensamiento filosófico. Ajena a los debates del feminismo, y sin recurrir a las coordenadas del discurso feminista, logró establecer una visión esencialmente personal. Y, al asumir conscientemente su condición femenina, Zambrano se convirtió, con el tiempo, en un foco de interés para muchas feministas.

Su vida estuvo marcada por el exilio. Se casó en España en 1936 con el recién nombrado secretario de la embajada española en Santiago de Chile. En su viaje a ese país realizó una escala en La Habana, donde conoció a quien sería uno de sus grandes amigos, con quien mantendría una copiosa correspondencia hasta su muerte: Lezama Lima. En Chile trabajó por la causa republicana y regresó a España en junio de 1937. Participó en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, donde conoció a Octavio Paz, Nicolás Guillén y Alejo Carpentier. En 1938 se refugió en Cataluña, y cuando en enero de 1939 Barcelona se rindió, comenzó su exilio, primero en el sur de Francia y después en París. De Francia partió para México, y vivió un tiempo en Morelia. Luego salió a La Habana, Puerto Rico, de nuevo París (donde Octavio Paz la apoyó), La Habana, Roma, París, La Habana, Roma, La Piece, Ferney Volaire, Ginebra. Hablando de su exilio, María Zambrano le dijo a Enrique de Rivas: “ser, lo soy en cualquier parte, en todas partes. Lo que me han quitado es el estar, ese estar que sólo se tiene donde se nace y vive en plenitud de continuidad”.

Vivió de dar clases, escribir artículos y ofrecer conferencias. Una nutrida bibliografía de ensayos da cuenta de la amplitud de sus intereses y de sus persistentes obsesiones. Escribe del alma, de la música, del sueño, de la creación, de la aurora. Pero también de política, de psicoanálisis, de cultura. Hace reseñas de figuras míticas y contemporáneas. Tiene escritos autobiográficos. No es fácil encasillarla. Mientras a los filósofos les choca su reflexión sobre el carácter femenino del pensamiento, las feministas de la diferencia, especialmente las italianas, la toman como guía. En 1981 gana el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades; en 1984 regresa a vivir a Madrid, y en 1988, tres años antes de morir, obtiene el Premio Cervantes.

Resulta muy difícil situar en la tradición filosófica la obra de esta pensadora, pues no se ciñe a los límites de una escuela ni se somete a una clasificación, incluso de la tendencia a la que ella se adscribe. Zambrano piensa y escribe con una rara libertad. No es fácil asumir la propia condición de mujer; sin embargo, lo que ocurre con María Zambrano es que aborda la “cuestión femenina”, o sea la situación de la mujer en la actualidad o en la historia, desde la individualidad de su pensamiento y su capacidad de reflexión. Por eso su obra intriga tanto, porque en palabras de Wanda Tomassi, al mismo tiempo que es un desafío al planteamiento masculino de la cultura occidental, no es una toma de posición feminista. Lo que ocurre es que ella, quien se mueve en un territorio predominantemente de hombres –la filosofía–, inaugura su propio y solitario espacio de reflexión poética. La expresión de su feminidad la hace afirmar las posibilidades de su propia especificidad, y así, al fortalecer su voz femenina, desarrolla un lenguaje que conmueve tanto a mujeres como a hombres.

María Zambrano representa hoy la configuración de una voz libre que se arraiga en su propia experiencia y cuyo desafío consiste en dar voz a “lo que pide ser sacado del silencio”. La eficacia de su hablar como mujer se puede calibrar por la resonancia que su pensamiento ha tenido entre otras personas, mujeres y hombres.

Se ha dicho que, sin hacerlo el objetivo de su discurso, su crítica a la razón patriarcal es el hilo que recorre el discurso de Zambrano. Tal vez. Lo seguro es que su tan distinta racionalidad femenina no negó su vulnerabilidad ni su dolor. Al final de su vida, tres años antes de morir, en una entrevista mostró su radical pesimismo: “Es terrible lo feo que está el mundo (…) está perdiendo figura, rostro, se está volviendo monstruoso (…) Sí, encuentro que el mundo se está vaciando de pensamiento. Es horrible (…)”. Sí, parte del triunfo de esta excepcional filósofa es hablar de lo que le duele y preocupa, de tal manera que logra movilizar las conciencias y los sueños de muchas personas.

Hoy, cuando muchas personas compartimos la idea de que “el mundo se está vaciando de pensamiento”, reconforta sentirnos acompañados por las palabras de una mujer que luchó contra la melancolía del destierro y atisbó una aurora promisoria.

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