Alberto Aziz Nassif
Ya se acumulan prácticamente 15 días de protestas y movilizaciones en Egipto y el escenario ha entrado en un momento de incertidumbre. La caída del envejecido Hosni Mubarak parecía inminente, pero se ha retrasado. Las movilizaciones masivas cimbraron al régimen y prendieron las alarmas en la región. La semana pasada parecía que la revuelta popular haría caer el régimen y tendría un final rápido, pero parece que el país más poblado y estratégico del Medio Oriente, con más de 83 millones de habitantes, tiene otros ritmos. El cambio en Egipto se ha complicado y es posible que los egipcios que demandan un cambio tengan que prepararse para una larga resistencia.
Los antecedentes inmediatos han circulado por todo el mundo, el joven tunecino que se inmoló por perder su puesto de venta, Mohamed Bouazizi, fue la chispa que desencadenó una revuelta popular y llevó al presidente tunecino, Ben Ali, a abandonar el poder. Jóvenes desempleados, redes sociales, protestas pacíficas, eran una fórmula que serviría de ejemplo en otros países. Unos días después la convocatoria para movilizare en las principales ciudades egipcias circulaba por internet y por las redes sociales. Se cumplía el llamado efecto dominó.
El origen del movimiento puede explicarse por muchas causas estructurales, desde la miseria de un país en donde campean la corrupción y la falta de libertades. Pero estas condiciones necesitan un factor desencadenante, una chispa, que fue lo que encendió la protesta. Esa chispa que tardó 30 años en llegar ahora está en las calles. La plaza Tahrir (Liberación) ha sido el escenario de protestas multitudinarias, pero el régimen Mubarak de no es tan fácil de tirar. La contraofensiva del gobierno desató una batalla campal con cientos de heridos y algunos muertos en El Cairo. La protesta pacífica se manchó de sangre. Mientras tanto, la posición de Mubarak era un control de daños: declaró que no buscaría otra reelección, que haría una reforma política y garantizaría un “traspaso pacífico del poder”. Planteó el falso dilema del dictador que no quiere irse: yo o el caos.
La geopolítica de Egipto también se complicó. Estados Unidos, soporte estratégico del régimen de Mubarak, pasó de un tibio consejo de no reprimir y escuchar, a pedir “transición ordenada”; pero ante la fuerza de los manifestantes, el presidente Obama estableció su jerarquía: no a la violencia, defensa de valores democráticos y urgencia de cambios. Después llegó la posición europea y de forma conjunta España, Francia, Alemania, Inglaterra e Italia, se sumaron a la postura de Obama. Israel empezó a emitir señales de preocupación ante la incertidumbre de lo que pueda suceder con los tratados de paz de los años 70. Otros gobiernos de la zona, como Yemen, tomaron medidas para evitar que la ola libertaria llegue a sus territorios. El escenario de preferencia —no importa la falta de democracia, con tal de que haya estabilidad— que las potencias occidentales privilegiaron por décadas ya es insostenible, porque hoy Egipto puede ir hacia una democracia, no hay que descartarlo.
¿Qué transición llegará a Egipto? Mientras la plaza de la Liberación en El Cairo sigue como una expresión popular permanente, se abre un espacio de negociación entre la demanda opositora que pide la salida de Mubarak y las posturas oficiales que hacen cálculos sobre el destino del movimiento. En la opinión pública internacional se debaten dilemas y conceptos que puedan darle sentido a los acontecimientos de la plaza Tahrir. Las interrogantes apuntan hacia el tipo de movimiento: ¿se trata de una revuelta popular o de una revolución? ¿Egipto se encamina hacia una democracia o hacia otro régimen islámico?
En el espacio de las transiciones no hay reglas, ni se pueden seguir modelos, cada experiencia tiene sus singularidades. A pesar del oportunismo de Irán, que en voz de su líder religioso Jamenei señaló que en Egipto hay un despertar islámico, y que habrá una nueva revolución islámica, hasta el momento este factor no ha estado presente en las calles de Egipto. Lo que se expresa es un deseo de libertades, de terminar con un régimen policiaco y con una dictadura que reprime y tortura.
En estos momentos se define el factor del cambio: ¿cómo se van los que dejarán el poder?, ¿quién llega y en qué condiciones? De la fuerza de los grupos de oposiciones va a depender su capacidad para negociar los términos para un nuevo sistema político. Las posibilidades van desde un régimen similar sin Mubarak, con Omar Suleimán, hasta una democracia laica con elecciones libres y una nueva constitución. Por lo pronto, Egipto es, como dijo Yasmina Khadra, “la noche de la duda”. (El País, 4/II/2011).
Investigador del CIESAS
Los antecedentes inmediatos han circulado por todo el mundo, el joven tunecino que se inmoló por perder su puesto de venta, Mohamed Bouazizi, fue la chispa que desencadenó una revuelta popular y llevó al presidente tunecino, Ben Ali, a abandonar el poder. Jóvenes desempleados, redes sociales, protestas pacíficas, eran una fórmula que serviría de ejemplo en otros países. Unos días después la convocatoria para movilizare en las principales ciudades egipcias circulaba por internet y por las redes sociales. Se cumplía el llamado efecto dominó.
El origen del movimiento puede explicarse por muchas causas estructurales, desde la miseria de un país en donde campean la corrupción y la falta de libertades. Pero estas condiciones necesitan un factor desencadenante, una chispa, que fue lo que encendió la protesta. Esa chispa que tardó 30 años en llegar ahora está en las calles. La plaza Tahrir (Liberación) ha sido el escenario de protestas multitudinarias, pero el régimen Mubarak de no es tan fácil de tirar. La contraofensiva del gobierno desató una batalla campal con cientos de heridos y algunos muertos en El Cairo. La protesta pacífica se manchó de sangre. Mientras tanto, la posición de Mubarak era un control de daños: declaró que no buscaría otra reelección, que haría una reforma política y garantizaría un “traspaso pacífico del poder”. Planteó el falso dilema del dictador que no quiere irse: yo o el caos.
La geopolítica de Egipto también se complicó. Estados Unidos, soporte estratégico del régimen de Mubarak, pasó de un tibio consejo de no reprimir y escuchar, a pedir “transición ordenada”; pero ante la fuerza de los manifestantes, el presidente Obama estableció su jerarquía: no a la violencia, defensa de valores democráticos y urgencia de cambios. Después llegó la posición europea y de forma conjunta España, Francia, Alemania, Inglaterra e Italia, se sumaron a la postura de Obama. Israel empezó a emitir señales de preocupación ante la incertidumbre de lo que pueda suceder con los tratados de paz de los años 70. Otros gobiernos de la zona, como Yemen, tomaron medidas para evitar que la ola libertaria llegue a sus territorios. El escenario de preferencia —no importa la falta de democracia, con tal de que haya estabilidad— que las potencias occidentales privilegiaron por décadas ya es insostenible, porque hoy Egipto puede ir hacia una democracia, no hay que descartarlo.
¿Qué transición llegará a Egipto? Mientras la plaza de la Liberación en El Cairo sigue como una expresión popular permanente, se abre un espacio de negociación entre la demanda opositora que pide la salida de Mubarak y las posturas oficiales que hacen cálculos sobre el destino del movimiento. En la opinión pública internacional se debaten dilemas y conceptos que puedan darle sentido a los acontecimientos de la plaza Tahrir. Las interrogantes apuntan hacia el tipo de movimiento: ¿se trata de una revuelta popular o de una revolución? ¿Egipto se encamina hacia una democracia o hacia otro régimen islámico?
En el espacio de las transiciones no hay reglas, ni se pueden seguir modelos, cada experiencia tiene sus singularidades. A pesar del oportunismo de Irán, que en voz de su líder religioso Jamenei señaló que en Egipto hay un despertar islámico, y que habrá una nueva revolución islámica, hasta el momento este factor no ha estado presente en las calles de Egipto. Lo que se expresa es un deseo de libertades, de terminar con un régimen policiaco y con una dictadura que reprime y tortura.
En estos momentos se define el factor del cambio: ¿cómo se van los que dejarán el poder?, ¿quién llega y en qué condiciones? De la fuerza de los grupos de oposiciones va a depender su capacidad para negociar los términos para un nuevo sistema político. Las posibilidades van desde un régimen similar sin Mubarak, con Omar Suleimán, hasta una democracia laica con elecciones libres y una nueva constitución. Por lo pronto, Egipto es, como dijo Yasmina Khadra, “la noche de la duda”. (El País, 4/II/2011).
Investigador del CIESAS
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