2/09/2011

Partidos, aparatos y mamotretos


Ricardo Rocha

Hace no muchos años llegué, como siempre, animoso a mi comida eventual con don Julio Scherer. Sólo que en aquella ocasión lo encontré abatido y francamente triste. —¿Pasa algo, Don Julio? —Sí, Ricardo, hoy se quebró el futbol. —¿Cómo? —dije sin comprender todavía—, ¿por qué?, ¿qué pasó? —El Guadalajara acaba de vender a Ramón Ramírez al América.

Tan no fue una anécdota más que todavía la recuerdo. Y la rememoro cada vez que veo los espectaculares vaivenes de nuestros políticos de un lado a otro, a veces tan patéticos que parecen trapecistas de cuarta. Y no me queda otra que preguntarme cuándo fue que se nos quebró la política. La verdad no lo sé con precisión. Pero habrá empezado a resquebrajarse de unos 25 años a la fecha, cuando comenzó el baile grotesco e impúdico de unos pasándose de puntitas o de plano a brincos de un partido político a otro.

Hoy ya es un espectáculo deplorable. Y los antros de la mesa que más aplauda son el Ágora de Alejandría frente a lo que ocurre en el llamado escenario político nacional: “El tablado de la farsa”, diría don Jacinto Benavente.

Guerrero y Baja California Sur son claros ejemplos de cómo se han degradado las supuestas ideologías partidistas en aras de un pragmatismo que, elevado a la “n” potencia del “haiga sido como haiga sido” en el 2006, ahora raya en el descaro prostituido y al mejor postor. En ambos casos, se ejemplifican los dirigentes convenencieros y los candidatos tránsfugas que hoy están aquí y mañana en frente, con quien les garantice más dinero para las campañas y mayores probabilidades de triunfo.

Ahora los partidos han dejado de ser espacios comunes de coincidencias ideológicas para convertirse en cualquiera de estas cosas: gigantescos y burocráticos aparatos corporativos, que en realidad operan como agencias de colocaciones, no para ubicar —en los puestos públicos o de representación popular— a los más aptos, sino a los más habilidosos y los más incondicionales; igual funcionan como casas de citas para negociar candidaturas estipulando el monto y la especialización del servicio; también como cuevas de Alí Babá para el reparto de canonjías —con los dineros que aportamos todos nosotros— para sus presupuestos insaciables, glotónicos y siempre crecientes. Así ocurre en los planos nacional, estatal y municipal, sólo que a diferentes escalas.

Por eso, hoy los partidos —salvo honrosísimas excepciones— actúan con el hígado, el inmediatismo y contra toda lógica. De ahí que no postulen a quien tiene más posibilidades de ganar, sino al más cercano a sus afectos, aunque en la elección le pongan una tunda fenomenal. Como ocurrió con Manuel Añorve en Guerrero, impuesto berrinchudamente a la candidatura pese a que las encuestas favorecían a Ángel Aguirre, que terminaría siendo cooptado por el PRD y luego ganara la gubernatura. En sentido contrario, sería la necedad del perredista Narciso Agúndez gobernador de Baja California Sur la que impondría a Luis Armando Díaz como candidato en perjuicio de Marcos Covarrubias, que fue rápidamente disfrazado por el PAN. Y que, también, ganó la gubernatura. Así, partidos y candidatos cambian de sombrero y ropajes sin el menor recato; como las cortesanas aquellas que van de cama en cama. Cómo, si no así, se explica un mamotreto como el representado por Leonel Cota Montaño, quien fue priísta menospreciado y luego candidato perredista y gobernador sudcaliforniano que impuso a su primo, el actual Narciso Agúndez Montaño; más tarde Cota sería ¡presidente del PRD! y ahora… candidato a alcalde por el Panal e impulsor de la candidatura del PRI al gobierno estatal.

El caso es que todo se remite a las ambiciones de lo rentable en el mínimo plazo. Como en Baja Sur, en el caso de los negocios multimillonarios con terrenos turísticos para hinchar los bolsillos de toda una caterva de parientes y favoritos. Menos mal que aún subsiste la sensibilidad ciudadana que ha impuesto un voto de castigo social a Agúndez por seis años de régimen de pillaje que acabó hundiendo al PRD en el tercer lugar de la elección después del PAN y el PRI, en un estado donde los perredistas gobernaron por 12 años.

En eso coincido con el editorial de antier en EL UNIVERSAL: lo rescatable es que todavía una mayoría —60 por ciento— sigue creyendo en la vía democrática. Lo malo, digo yo, es que el deterioro es sistemático.

Cómo me gustaría que los señores Ángel Aguirre y Marcos Covarrubias me demostrasen que estoy equivocado.

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Periodista

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