A contracorriente, doña Lenchita ayuda a evitar muerte materna
En
México –país donde al año se registran más de 900 muertes maternas
(MM)–, la tradición de la partería parece estar en extinción pese a que
organismos internacionales destacan la importancia de esta labor para
la salud de las mujeres.
Recientemente, el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) demandaron que las parteras sean incluidas en los servicios de salud para así subsanar la falta de servicios y sistemas de salud para la población femenina, y ayudar al combate de la muerte y morbilidad materna.
En Oaxaca, estado multicultural al suroriente del país, las parteras ahora tienen temor de ser acusadas de malas prácticas y ya no ejercen esta labor histórica, al tiempo que otras mujeres se niegan a adquirir estos conocimientos.
En las montañas de la región mixteca de Oaxaca sobrevive Florencia Zamora Muñoz, conocida como doña Lenchita, cuyos ojos sonríen cada vez que recuerda a las y los hijos que ayudó a nacer. Su sonrisa se ilumina al contar que a quienes ayudó a llegar a este mundo también ya tienen descendencia.
Ella –con sus manos maltratadas por el trabajo en el campo– vive en Morelos, comunidad donde los automóviles no pueden ir a más de 20 kilómetros por hora.
Las veredas y caminos encharcados y sin pavimento que unen a la localidad con la cabecera municipal de Santa Cruz Itundujia explican por qué el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) clasificó a Morelos como una comunidad de alta marginación.
Doña Lenchita dice que “ya ni recuerda cuántos años lleva ayudando mujeres”, pero sabe que de su madre aprendió a ser partera. La mujer recibe a esta reportera en su pequeña casa y con orgullo le presume que acaba de certificarse en partería ante los Servicios de Salud de Oaxaca, “para evitar que le dijeran que no sabía lo que hacía”.
Para ella lo más importante es no tratar mal a las mujeres que atiende “y ayudarlas a que nazca bien su bebé”. Cuenta que su acercamiento con ellas inicia desde que están embarazadas, pues debe estar al tanto de que la gestación esté bien y cuando llegue el momento “acomodarlo (al producto)”.
Cuando se presentan los síntomas de que se está a punto de entrar en trabajo de parto, “primero hay que tocarla para decidir si el bebé viene bien y si logra nacer conmigo, pero si no viene bien siempre las mando a la clínica o al hospital”, explica.
ALTERNATIVA DE SALUD
Doña Lenchita representa una alternativa para que las mujeres de su comunidad tengan un buen parto. Y es que cuando ellas se embarazan tienen dos opciones: acudir al Centro de Salud, inaugurado apenas en 2008 y donde atiende un médico pasante, o recorrer hora y media de camino de terracería para llegar al municipio de Chalcatongo, donde está el hospital más cercano, lo que implica un desembolso de al menos 500 pesos sólo para el transporte de ida y vuelta.
Cuando doña Lenchita se asegura de que el producto está en la posición adecuada da a las mujeres un té de hierbas para que “mate la placenta”, y sea más fácil desprenderla tras el alumbramiento.
“Cuando la cadera baja y el cuello de la matriz se abre y se ve la cabecita, les doy otro té y ahora si les digo que se pongan chingonas, pujen y no respiren para arriba”.
Para la mujer, los procedimientos médicos como la anestesia o la cesárea –método aplicado en 2012 en el 45.2 por ciento de los nacimientos, según cifras oficiales– no son los adecuados durante los partos.
Además sostiene que dependiendo el caso se debe preguntar a las mujeres si quieren acostarse, hincarse o ponerse en cuclillas, y es que estas últimas posiciones facilitan la expulsión del producto, precisa.
Su trabajo, por el cual doña Lenchita no cobra y “sólo recibe lo que la gente le pueda dar cuando tiene”, termina días después cuando comprueba que el bebé está bien y le da a la mujer su baño de hierbas.
Explica que su relación con los médicos –que llegan cada año a la comunidad– es “distante” y que a veces las propias mujeres “no quieren ir con ellos”, pero los doctores se enojan si no van.
Cuenta que el médico, en algunas ocasiones, se ha negado a proporcionarle los formatos necesarios para que las y los recién nacidos que ella ayudó a nacer sean registrados.
“Cuando se los pido me dicen que no, que porque yo no sé lo que hago, pero les digo que yo he atendido más mujeres que ellos y eso los hace encabronar, pero al final me dan los papeles o lo que necesite.
“De repente me voy a hacer una casita para que se vengan a aliviar aquí”, dice doña Lenchita al lamentar que aunque a ella le gustaría trabajar junto a los médicos y en el Centro de Salud, ellos se niegan a reconocer sus conocimientos.
MÉDICOS LAS DESESTIMAN
Como Cimacnoticias pudo atestiguar en una breve visita al Centro de Salud de la comunidad, el médico efectivamente duda de las capacidades de la partera para atender a las mujeres.
La descalificación a estos conocimientos ancestrales y ampliamente reconocidos en comunidades indígenas es generalizada en el país, asegura Mirna Cruz Ramos, investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS).
Cruz Ramos ha desarrollado la línea de investigación en salud intercultural, que define como la capacidad que deberían tener los servicios de salud para aplicar tres modelos de atención: salud tradicional (saberes de personas especialistas en las comunidades indígenas); biomédico (conocimientos a partir del método científico y por el cual han optado las universidades), y doméstico (conocimientos de la familia en general).
Para la investigadora, una de las grandes limitaciones del sistema de salud y que ha derivado en violaciones a los Derechos Humanos de las mujeres indígenas es que el modelo biomédico “ha logrado la hegemonía” y ha perdido de vista que la medicina también es una ciencia humanística, por lo que comúnmente se rechazan los conocimientos tradicionales.
En entrevista, señala que en entidades como Oaxaca “se necesitan agentes preparados para enfrentar la diversidad cultural”, por lo que México enfrenta el gran reto de reconocer la existencia de otros modelos médicos y promover la interacción entre estas visiones, lo que debe iniciar desde la formación académica y el modelo que adopten las universidades.
Mientras un modelo de salud intercultural sigue en espera de ser aceptado por las autoridades, doña Lenchita sobrevive en las montañas, dispuesta a transmitir sus conocimientos a otras mujeres aunque dice que después de todo lo que han dicho de ella “a sus hijas les da miedo aprender”.
Con todo, advierte que seguirá apoyando a quien se lo pida porque se siente “muy contenta cuando veo al bebé; eso significa que ya salve dos vidas; eso es lo que importa”.
CIMACFoto: Anaiz Zamora Márquez
Por: Anaiz Zamora Márquez, enviada
Cimacnoticias | Santa Cruz Itundujia, Oaxaca.-
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