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Mientras
el mundo se horrorizaba con las dramáticas historias de los niños
migrantes, muchas de ellas ocurridas en su tránsito por territorio
mexicano, desde nuestro país surge otro escándalo que pone al
descubierto lo vulnerable que es la niñez en México y cuán fácil es
convertir a los niños en carne de explotación y abusos ante la
indolencia de autoridades omisas y la laxitud con que aquí se aplican
las leyes que debieran proteger los derechos de la infancia.
Porque en el caso del albergue La Gran Familia, mientras en la
opinión pública hay un fuerte debate sobre si su fundadora, Rosa María
Verduzco, Mamá Rosa, era una ejemplar protectora de niños
desvalidos, como afirman intelectuales, políticos y ex presidentes, o
una brutal explotadora de los desprotegidos, como señalan denunciantes
y la PGR en sus investigaciones, en el fondo del asunto hay un hecho
irrefutable: la indefensión y el abuso contra los niños en México es
real y se agudiza cuando a la condición de niñez se le suma la pobreza.
Lo mismo que hoy nos sorprende e indigna de las condiciones en que
vivían los niños y adultos que habitaban esa casa hogar en Zamora, se
ha exhibido en otros momentos en otros casos recientes donde el patrón
era idéntico: el abuso y la explotación de menores pobres e indefensos.
Basta recordar el caso del internado de la Villa de las Niñas, en
Chalco, donde en 2007 más de 100 menores pobres de varios estados del
país sufrieron una extraña enfermedad psicomotriz que, después se
denunció, tenía que ver con explotación laboral en el internado,
manejado por la orden religiosa coreana de las Hermanas de María; o el
otro albergue, Casitas del Sur, en 2008, en donde 15 niños que fueron
entregados por el gobierno del DF en custodia desaparecieron al ser
traficados por quienes debían cuidarlos.
Como esos hay muchos otros ejemplos que documentan el total descuido
y la negligencia con la que se trata a la niñez en México. El caso de
la guardería ABC y su dolorosa tragedia para la que no ha habido
justicia sería el caso más gráfico, pero, por desgracia, no el único.
Se puede ver todos los días a cualquier hora en las calles de cualquier
ciudad mexicana al ejército de niños explotados que piden limosna o
venden cualquier cosa; sean sus mismos padres o bandas organizadas de
explotadores que abusan cotidianamente de ellos sin que haya alguna
autoridad que haga nada al respecto.
Eso por no hablar de los datos que manejan organizaciones civiles
nacionales e internacionales sobre la explotación sexual infantil en
México, al que ubican como uno de los “paraísos” en el mundo para el
abuso sexual de sus niños. Según datos de ONG, la explotación sexual de
menores es un delito que genera ganancias de hasta 24 mil millones de
dólares al año, cifra sólo superada por delitos como el narcotráfico y
el tráfico de armas.
Por eso el del albergue de la Gran Familia en Zamora, por más que
sea el escándalo mediático del momento, dista mucho de ser un caso
aislado o nuevo en México. Ciertamente sorprende lo divididas que están
las opiniones sobre la fundadora de esa casa hogar, Rosa María
Verduzco. La cercanía de esta anciana, que fundó el albergue hace 60
años y que anoche declaraba hospitalizada ante la PGR, con
intelectuales como Enrique Krauze y Jean Meyer o con diversos políticos
como Vicente Fox y Martha Sahagún, ha hecho que la defiendan a ella y a
su labor con los niños acusando un “linchamiento” de las autoridades en
su contra, por el excesivo despliegue del Ejército y la Policía Federal
para un operativo que en apariencia no ameritaba tanto exceso de fuerza
para tomar una casa hogar controlada por una mujer anciana de 80 años
de edad.
Pero en contraparte están las denuncias de al menos 50 personas que,
según el procurador Jesús Murillo Karam y el gobernador de Michoacán,
Salvador Jara, dieron pie a las investigaciones que derivaron en un
operativo policiaco-militar para ingresar al albergue y “rescatar” a
500 menores de edad y un grupo de adultos que, según la PGR, “vivían en
condiciones infrahumanas y eran objeto de explotación y abusos”.
En medio de esas dos visiones de esta historia, la de sus defensores que coloca a Mamá Rosa
como una “mujer bondadosa” y que realizó una labor social inigualable
con generaciones de niños huérfanos o abandonados, y la otra que hace
ver a la señora Verduzco como la responsable de un sistema en el que se
abusaba física y sicológicamente de los menores y se les impedía a sus
familias verlos, habrá que encontrar el justo medio y documentar, con
hechos, qué era lo que realmente pasaba en esa institución que fue
elogiada por décadas a nivel nacional e internacional y que hoy es
mostrada como un infierno.
Pero más allá de la persona, de si Mamá Rosa era un ángel o
un demonio, o una mujer que en su vejez dejó que se corrompiera el
loable modelo educacional y de asistencia que había fundado para niños
abandonados, no hay que perder de vista el verdadero tema de fondo:
este no puede seguir siendo un país donde se abuse de los niños de
manera tan impune, sobre todo si esos niños tienen la desgracia de
nacer pobres.
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