Javier Flores
La
respuesta social ante lo que parecía una inminente aprobación de la Ley
General de Aguas por el pleno de la Cámara de Diputados revela que se
trata de uno de los temas más sensibles y que más preocupan a la
sociedad mexicana. Entre estas reacciones, destacan los señalamientos
realizados individual o colectivamente por científicos mexicanos y el
comunicado conjunto de los rectores de las universidades Autónoma
Metropolitana, Salvador Vega y León; de Guadalajara, Tonatiuh Bravo
Padilla; y Nacional Autónoma de México, José Narro Robles, quienes se
pronunciaron por “(…) un debate amplio, plural e incluyente en el que
puedan intervenir todos los sectores del país”.
Sensible a estos señalamientos (y quizá ante la cercanía del proceso
electoral), la Junta de Coordinación Política de la Cámara Baja, por
medio de su presidente, el diputado Manlio Fabio Beltrones, solicitó
este fin de semana a las comisiones respectivas “(…) considerar las
propuestas de las distintas voces y sectores interesados en esta
regulación y tomar el tiempo necesario para deliberar al respecto”, lo
anterior indica que se aleja la posibilidad de una aprobación fast track y se abre un periodo de discusión amplia a escala nacional.
Hay aspectos en la propuesta de ley que son preocupantes. En primer
término, se refiere en varias ocasiones a la investigación científica y
desarrollo tecnológico en materia de agua, por ejemplo, como una de las
facultades de la Federación y como atribución de los estados,
municipios y el Distrito Federal; pero dentro de la vaguedad y falta de
precisiones que caracterizan la redacción de este documento, quien
aparece como el órgano rector de estas tareas es la Comisión Nacional
del Agua (Conagua).
Ejemplo de lo anterior es el artículo 36, el cual establece que los
estados y el Distrito Federal pueden asesorar, capacitar y certificar
en materia de competencias laborales y prestación de servicios, y
concluye:
Para este propósito, el Instituto Mexicano de Tecnología del Agua capacitará a esos órganos de gobierno de conformidad con los principios, reglas, bases y estándares que establezca la comisión, es decir, conforme a lo que establezca la Conagua.
Pero todavía más preocupante es lo que se señala en el artículo 35:
“Los prestadores de servicios y los concesionarios podrán obtener la
certificación por parte de la autoridad competente, entre otras, en
materia de calidad del agua, desarrollo e innovación tecnológica (…),
de conformidad con las disposiciones aplicables”. En otras palabras, la
certificación a los particulares que explotarán las aguas nacionales en
aspectos tecnológicos y de innovación, se dará conforme a las reglas
que establezca la Conagua.
Esta
comisión cuenta en su estructura con un consejo técnico en el que
participan seis secretarios de Estado y el único integrante con un
perfil científico-técnico es el director del Instituto Mexicano de
Tecnología del Agua (IMTA). Es claro que para un tema que es prioridad
nacional hay ausencias más que notables, como la del Consejo Nacional
de Ciencia y Tecnología, que es realmente la cabeza del sector; así
como de organismos asesores como el Foro Consultivo Científico y
Tecnológico, la Academia Mexicana de Ciencias, el Consejo Consultivo de
Ciencias de la presidencia o la Comisión Nacional para el Conocimiento
y uso de la Biodiversidad. No es aventurado proponer que el
ordenamiento legal que se discute, se encuentra en contradicción con la
Ley de Ciencia y Tecnología.
Finalmente, me resulta inevitable decir que la lectura del documento
produce una sensación que invade todo el cuerpo… es muy parecida al
dolor. En la propuesta de ley, los redactores se refieren al agua como
si se tratara de un elemento inerte. Pareciera que las aguas nacionales
están desprovistas de vida. Dentro de la escritura ambigua y confusa,
se afirma que las aguas nacionales que son propiedad de la nación
incluyen lagos, lagunas, esteros, ríos, manantiales, aguas
subterráneas, playas, zonas marítimas, etcétera, y luego que podrán ser
aprovechadas por concesionarios, es decir, por particulares. Nunca se
menciona que la biodiversidad que caracteriza a México, la enorme
variedad de especies de organismos, animales y plantas, se encuentra
precisamente en las aguas de nuestro país.
La mención a los ecosistemas en uno o dos artículos de la propuesta
de ley muestra que son usados como palabras sin contenido alguno. ¿Cuál
será la suerte de estos universos de vida? ¿Qué harán los
concesionarios con ellos? ¿Cómo la ciencia mexicana podrá estudiarlos y
preservarlos? En suma: ¿Qué haremos para protegerlos?
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