Marta Lamas
MÉXICO,
D.F. (Proceso).- Hace unos años circuló la noticia, acompañada de una
foto, de un hombre embarazado. Se trataba de Thomas Beatie, una hembra
biológica que convirtió su aspecto en el del hombre que se sentía ser.
Como hombre transexual, luego casó con una mujer. Cuando desearon tener
una criatura, Thomas dejó de tomar la testosterona que masculinizaba su
aspecto, para usar su aparato reproductivo y poder concebir (su pareja
había tenido una histerectomía y no podía gestar la criatura que ambos
deseaban). Así, Beatie, con su aspecto de hombre, se embarazó con
reproducción asistida y dio a luz a una niña. Posteriormente escribió
su experiencia en un libro, Labor of Love. The Story of One Man’s
Extraordinary Pregnancy (2008, Seal Press, California).
Otro caso similar circula hoy en la prensa. En Argentina.
Maximiliano, de 23 años, acaba de ganar el derecho a recibir el apoyo a
la maternidad que otorga el gobierno (Asignación Universal por
Embarazo). Este joven transexual cambió su identidad de mujer a hombre,
y posteriormente, al igual que Thomas, utilizó su aparato reproductivo
para tener un hijo con su pareja. El Estado aceptó que,
independientemente de su identidad de género, se trataba de una persona
que estaba embarazada y que, por lo tanto, tenía derecho a la
asignación económica.
Ambos casos son ejemplos de que no existe una correspondencia
“natural” entre la sexuación y la identidad. Si bien casi la totalidad
de los seres humanos con cromosomas XX (las hembras biológicas) se
convierten socialmente en mujeres, y los seres humanos con cromosomas
XY (los machos biológicos) en hombres, cada vez hay más personas que
viven una situación de no correspondencia entre su sexo biológico y el
género social al que sienten pertenecer. Estas personas, que son
llamadas transexuales, pasan por crisis y sufrimientos de todo tipo,
hasta que logran vivir de acuerdo con su identidad autopercibida.
El deseo de ser del sexo opuesto es una viejísima modalidad de la
condición humana, y existen diversos testimonios de quienes, en varias
culturas y en distintas épocas históricas, buscaron transformar su
apariencia y conducir sus vidas como si pertenecieran a otro sexo. La
persona transexual tiene la convicción de haber nacido “en un cuerpo
equivocado”, y hace todo lo posible por transformarse y lograr la
congruencia entre lo que siente ser y lo que se ve.
En el siglo XX las personas con esa condición pudieron ir más allá
de travestirse y, de la mano de la endocrinología y la cirugía plástica
reconstructiva, lograron transformar sus cuerpos para que su aspecto se
transformara al punto de “pasar” por el sexo que sentían ser. La
hormonación altera algunos caracteres distintivamente masculinos o
femeninos (voz, vellosidad, musculatura), y las intervenciones
quirúrgicas (eliminación de la “nuez de Adán”, implantes mamarios),
sumadas a la llamada “reasignación de sexo”, logran transformaciones
corporales que se ajustan a la expectativa social de lo que “es” una
mujer o un hombre. La apariencia manda una información cultural: una
persona con bigotes y aspecto masculino es considerada varón, y una
persona con senos, falda y maquillaje, mujer.
Hace tiempo que la ciencia ha diferenciado el sexo biológico del
género social; sin embargo, la existencia de personas transexuales
todavía produce incomodidad e, incluso, fobia. Como bien ha señalado el
psicoanálisis, la fobia es un miedo extremo a una situación que se
desplaza a otra cosa, e imaginamos que nos va a pasar algo. La
condición transexual de estas personas introduce temor sobre los
límites de la masculinidad y la feminidad, cuartea las certezas del
sentido común y provoca una inseguridad que en ocasiones termina
alimentando prácticas de exclusión y violencia.
Ahora bien, en la mayoría de las sociedades democráticas se han
promulgado leyes de identidad de género que permiten elegir la
identidad individual con independencia de la biología. Esta perspectiva
parte de una concepción que considera que no hay identidades
predeterminadas por los cromosomas ni esencias de masculinidad o
feminidad atadas a los genitales.
Los casos de Thomas y Maximiliano son la punta de un iceberg: Lo de
abajo es una movilización identitaria de dimensiones insospechadas,
donde la diversidad humana se desborda en una multiplicidad de
identidades atípicas e inéditas. Indudablemente la imagen de un hombre
embarazado es bizarra, produce desconcierto y hasta enojo. Algunas
personas protestan: “¡Es contra natura!”. Pero, ¿acaso no es “contra
natura” que el ser humano vuele en el espacio, trasplante órganos, use
infinidad de máquinas? Somos seres con una capacidad tecnológica,
científica y cultural que rebasa totalmente los límites que la
naturaleza impone a otros mamíferos. El argumento de ir contra la
naturaleza se desmorona ante la cantidad enorme de cuestiones
“antinaturales” que los seres humanos hacemos todos los días. Frente al
desconcierto que produce la transexualidad, y los actos de transfobia
que genera, es importante recordar lo que el artículo 1° de la
Constitución garantiza: “Todos los seres humanos tienen los mismos
derechos humanos, independientemente de su aspecto, religión, edad,
sexo, orientación, etcétera”.
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