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Hay quienes pretenden que el respeto a la mujer consiste en decir "ellas y ellos" o bien "amigas y amigos"... El homenaje que no sólo se merecen, sino que les debemos, encuentra un ejemplo inigualable en la vida y obras de Kostantina Kuneva. Conocerla, como dice la autora de esta nota, es lo menos que podemos hacer... |
Se llama Kostantina
Kuneva; es búlgara, pero vive en Grecia desde hace años. En Bulgaria,
antes de emigrar, trabajaba como profesora de historia. Cuando llegó a
Atenas en 2001, buscando un tratamiento médico para uno de sus hijos,
sólo consiguió trabajo como empleada de limpieza. Con el tiempo,
Kostantina se convirtió en secretaria general del sindicato de
trabajadores y trabajadoras domésticos y de la limpieza (Pekop) de
Atica. Ahora es eurodiputada por Syriza, pero antes pasaron muchas
cosas.
En el 2008, cuando todavía la hegemonía de los medios era
aplastante, acá nos habíamos pasado todo el año entre vacas, toros
Cleto, leche derramada, carpas en la plaza del Congreso, manifestaciones
enormes de un lado y del otro, pantallas partidas entre “gente suelta” y
“aparato” presuntamente pago. No éramos conscientes, ese año en el que
el contexto mundial se nos ocultaba, de que había una crisis mayor que
la argentina que se avecinaba, de que había un mundo revuelto y nauseoso
que empezaba a mostrar signos de descomposición.
Todo ese año,
2008, aunque no lo hayamos leído ni hayamos reflexionado sobre eso, en
Grecia la conflictividad social había ido en un vertiginoso aumento. Las
medidas de austeridad daban sus primeros frutos de orfandad y de
injusticia. Había protestas en las calles todos los días. Había
represión. El 6 de diciembre de ese año, un policía mató a quemarropa al
adolescente Alexis Grigoropoulos, de quince años. Después del asesinato
estallaron en Atenas protestas multitudinarias. A los dos días, se
habían extendido a todo el país. En un ensayo de Christos Memos,
profesor de la University of New York –Grecia diciembre 2008: crisis,
rebelión y esperanza–, se analiza ese recorte en el tiempo y se afirma
que “el malestar griego fue un carnaval de los oprimidos, una lucha
contra el capital y su Estado, una lucha por la humanidad y la dignidad.
Y se concluye que esa lucha contuvo la semilla de lo ‘nuevo’, y creó
nuevas formas de organización propia. Promovió el proyecto de autonomía
social y permitió mantener un optimismo militante”. Es decir: estos
acontecimientos fueron el antecedente colectivo del pujo que este año
permitió la llegada al poder de Syriza.
En 2009, en ese país de
diez millones de habitantes, el 21 por ciento de la población era pobre.
Y sobre ese cuerpo social ya golpeado, fueron cayendo los ajustes y la
austeridad. Justamente sobre ellos, los que, más austeros imposible. Con
el asesinato del adolescente Alexis Grigoropoulos, un año antes, había
salido a la luz un malestar social profundo y subterráneo. Se
desencriptó. Hubo escenas de rabia, de impotencia y de enojo. La
generación de ese adolescente, que es la que hoy tiene veintipico,
adhirió a esa lucha y estuvo todo ese año en la calle.
En las
protestas de 2008 participaron jóvenes desempleados, estudiantes,
militantes de partidos de izquierda, trabajadores o empleados despedidos
y sindicatos. Jugaron un papel especial los estudiantes. Fueron tomadas
centenares de escuelas e institutos. Hubo incendios y refriegas
cotidianas. Una de las que protestaba era la secretaria general del
gremio de la limpieza, Kostantina Kuneva, que en ese entonces reclamaba
además derechos para los trabajadores migrantes, como ella, que eran
mayoría en el rubro de limpiadores. Ella ya había recibido varias
amenazas, y las había atribuido a sus empleadores, la empresa Oikomet.
El 22 de diciembre, se cumplieron. Cuando volvía a su casa, fue
interceptada por un auto y alguien le arrojó ácido sulfúrico en la cara.
Estuvo en coma varios días. Perdió la visión de un ojo. La cara le
quedó llena de cicatrices. Tiene dificultad para hablar, porque le
quedaron secuelas también en las cuerdas vocales. Fue sometida a más de
treinta operaciones. En aquel momento, 2008, un comunicado de Amnistía
Internacional afirmaba: “En la actualidad la policía está llevando a
cabo una investigación criminal, aunque sus conclusiones iniciales
indican que no es exhaustiva ni objetiva. Amnistía Internacional
considera motivo de preocupación que la fase inicial de la investigación
se centrase en información irrelevante sobre la vida privada de
Kostantina, y no tuviese en cuenta su actividad sindical como posible
motivo del ataque”.
Tenían razón. Al cumplirse un año del
asesinato del adolescente Grigoropoulos y del ataque a Kostantina, otra
mujer, Venetia Monalopoulou, trabajadora de limpieza del aeropuerto de
Salónica y delegada sindical, también fue agredida con ácido. Hubo otros
ataques similares ese año, uno de ellos al concluir una asamblea de
mismo gremio, el Pekop. Esas agresiones que nunca terminaron de pasar al
primer plano de la información de los grandes medios resumían el ataque
a varias condiciones que reunían Kostantina, Venetia y las miles de
trabajadoras de limpieza. Era un gremio resistido por los sindicatos
tradicionales porque estaba integrado en su mayor parte –entre el 60 y
el 70 por ciento– por mujeres, y encima mujeres extranjeras. Eran
incorporadas por el sector privado y el público por sueldos menores a
los 600 euros. No tenían derechos laborales. Procedían de Albania,
Bulgaria, Rusia, Ucrania, entre otros territorios ya desechados por el
centro del poder europeo.
Con el correr de los años, esas
trabajadoras de limpieza siguieron dando su lucha, peleando al mismo
tiempo por sus derechos en tanto trabajadoras, en tanto extranjeras y en
tanto mujeres. Sumados los tres ítems, era la lucha de los débiles
entre los débiles. Siguieron escarmentando. Cuatro años más tarde, en
septiembre de 2013, 595 trabajadoras de limpieza del Ministerio de
Finanzas fueron despedidas, un mes después de que sus sueldos fueran
reducidos a más del 50 por ciento. Y desde entonces, se quedaron en la
puerta del ministerio, sin parar de gritar un solo día.
Entre las
primeras medidas que anunció hace un par de meses Alexis Tsipras estuvo
la reincorporación de todas ellas. Pero ya antes, en 2014, al ganar
parcialmente las elecciones al Parlamento Europeo, Syriza eligió a sus
dos representantes con un ojo clínico histórico que define su carácter
político. Envió a Bruselas a Manolis Glezos, que tiene 92 años y es
veterano de guerra. Héroe, más bien. El y un compañero fueron quienes
quitaron la esvástica nazi que ondeaba en la Acrópolis tras la
ocupación. Y envió además a Bruselas a Kostantina Kuneva, cuyo rostro
desfigurado y sus problemas para hablar nunca le impidieron, desde el
ataque por el que no pagó nadie, seguir encarnando a lo más delgado del
hilo, a esas criaturas sin ningún tipo de poder más que el de darse
cuenta que son la mayoría, y actuar en consecuencia.
Hoy,
Kostantina es la voz, aunque alterada por al ácido, de aquellos sobre
los que el poder de la derecha global golpeó primero, la voz de los
europeos de estirpe desahuciada, la voz de aquellos por los que fueron
primero, antes de ir por todos los demás. Lo menos que podemos hacer por
ella y ellos es enterarnos de su existencia.
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