3/28/2015

Mujeres y pobreza



DESDE LA LUNA DE VALENCIA
Por: Teresa Mollá Castells*


Entre el 9 y 20 de marzo de este año se realizó el 59 periodo de sesiones de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer (CSW, por sus siglas en inglés), en la sede de Naciones Unidas en Nueva York.
 
Participaron representantes de los Estados miembro, entidades de la ONU y organizaciones civiles acreditadas ante el ECOSOC de todas las regiones del mundo.
 
En esta reunión al más alto nivel mundial también se conmemoró el 8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer, y los 20 años de la IV Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, o lo que es lo mismo, se revisó la agenda que la Plataforma de Acción de Beijing definió en 1994.
 
Hemos de recordar que la Plataforma de Acción formuló amplios compromisos en 12 esferas de especial preocupación, entre las que se encontraba “La mujer y la pobreza”.
 
En septiembre de 2000 los dirigentes del mundo se reunieron en Nueva York, para aprobar la Declaración del Milenio, comprometiendo a sus países con una nueva alianza global para reducir los niveles de extrema pobreza y establecer una serie de objetivos, conocidos como los Objetivos de Desarrollo del Milenio, y cuyo vencimiento del plazo está fijado para este 2015.
 
A priori, en este año en el que estamos, la pobreza en general y la pobreza de las mujeres en particular deberían haberse reducido en 50 por ciento como mínimo, a la vista de lo definido por la ONU, a través de sus diferentes organismos. Aunque se ha avanzado mucho, esos objetivos están lejos de ser alcanzados.
 
Si tenemos en cuenta que la pobreza no es sólo un indicador económico, podremos entender por qué es tan difícil de erradicar, sobre todo en las mujeres.
 
La pobreza está cuando el derecho a la educación es arrebatado a las niñas porque han de contribuir al sostenimiento de la familia de diversas maneras: caminar kilómetros para traer agua, ser vendidas para obtener recursos económicos, casadas o explotadas sexualmente con los mismos objetivos, verse abocadas al trabajo infantil, al tiempo que han de asumir tareas domésticas y cuidados de hermanos menores de edad, y así un largo etcétera.
 
Me niego a entrar en datos porque son demasiado dolorosos, pero estas son algunas realidades y otras muchas existen y abocan a niñas y mujeres a actividades de todo tipo, para obtener misérrimas condiciones de vida para sus hijas e hijos y para ellas mismas.
 
Y encima, los grandes poderosos del mundo decidieron crear una crisis mundial para continuar enriqueciéndose más y reforzar el capitalismo más feroz. Y ya sabemos que patriarcado y capitalismo van de la mano, con lo cual la situación de las mujeres ha empeorado más si cabe.
 
La destrucción del empleo es, en sí misma, una fuente de pobreza, pero no la única. El radicalismo religioso de todos los credos que, como sabemos ha aumentado considerablemente en los últimos años, ha colocado a las mujeres en una posición de vulnerabilidad máxima al considerarlas seres inferiores y por tanto, carentes de los más elementales Derechos Humanos.
 
La violencia de género estructural que en sí misma constituye la pobreza de niñas y mujeres no está siendo abordada como tal. Y esta violencia de género que promueve la pobreza y la exclusión social es inducida por quienes pretenden reforzar su papel en el mundo, y redoblan sus esfuerzos para su propio enriquecimiento.
 
Da igual si utilizan armas o si toman decisiones de carácter político o económico. El objetivo es el mismo: enriquecerse y doblegar a más de la mitad de la población, para convertirla en meros objetos para la reproducción y el cuidado de la especie.
 
Los documentos que se elaboran por parte de gobiernos, instituciones y organizaciones civiles exploran realidades, trazan soluciones, buscan estrategias y marcan rutas, para obtener unos objetivos mundiales que erradiquen solidariamente la pobreza.
 
Pero en demasiadas ocasiones quedan en papel mojado y esos objetivos definidos quedan aparcados por nuevas necesidades más inmediatas, aunque no más urgentes.
 
Leí algún documento de la ONU sobre el tema. Obviamente refuerza los (pocos) logros obtenidos y se emplaza a continuar trabajando solidariamente, para erradicar este vergonzante tema transversalmente mundial.
 
Pero mientras no se refuerce la igualdad real entre mujeres y hombres, mientras no se destinen recursos para combatir al patriarcado, mientras no se desmonte el androcentrismo en todas sus vertientes (económica, religiosa, política, financiera…) y desde la escuela más tierna se impartan valores de igualdad real, veo muy complicado que se pueda erradicar la pobreza de mujeres y niñas.
 
Y en este caso soy pesimista porque la pobreza femenina es una consecuencia directa del patriarcado. Y mientras éste no desaparezca, se pueden y deben seguir tomando medidas para erradicarla, pero todas ellas deben ir acompañadas de la lucha por la erradicación de las desigualdades culturalmente impuestas, y que en demasiados casos marcan el destino de niñas y mujeres como carne de cañón del propio patriarcado.
 
Mientras siga el tráfico de mujeres con fines de explotación sexual, mientras una sola niña sea prostituida por un cliente poderoso, mientras se sigan practicando mutilaciones sexuales, mientras haya una cultura naturalizada de la inferioridad de las niñas en tantos lugares del mundo donde son tratadas sin derechos, no podremos hablar de erradicación de la pobreza.
 
Habrá indicadores de todo tipo para medir la situación de mujeres y niñas. Seguramente se seguirán diseñando políticas transversales para acabar con esta situación y habrán miles de personas trabajando para su erradicación y es necesario que así sea.
 
Pero desde mi punto de vista, mientras no se erradique el patriarcado y sus diferentes manifestaciones culturales y de todo tipo, las mujeres y las niñas del mundo seguimos condenadas a ser los rostros de la pobreza.
 
Y las fauces de este monstruo llamado patriarcado son muy poderosas como para marcarnos objetivos a 10 o 15 años para conseguir su desaparición.
 
Pese a ello no podemos cejar en el empeño de formarnos y de denunciar este tipo de violencia desde cualquier espacio. Y sobre todo, no podemos olvidarnos de las mujeres, de las hermanas sin voz. Aquellas secuestradas a quienes han condenado a ser poco más que animales y a vivir una vida de privaciones y carentes de los más elementales Derechos Humanos.
 
Y sí, estoy pensando en las niñas secuestradas por los asesinos de Boko Haram o en las mujeres que caen en manos de Isis o de los talibanes. No podemos olvidarnos de ellas y hemos de continuar en la denuncia continua de su situación, siendo sus voces cada vez que podamos.
 
Trabajo por delante tenemos y mucho, pero no lo enfoquemos únicamente a los aspectos económicos. Tratemos de forma integral y radical el origen de la pobreza en su conjunto, pero haciendo especial hincapié en la de las mujeres y niñas, y en su origen patriarcal. Mientras el enfoque no sea desmontar el patriarcado que nos empobrece, el resto quizás sean parches.
 
 
*Corresponsal en España. Periodista de Ontiyent.
  CIMACFoto: Yunuhen Rangel Medina/Red Nacional de Periodistas

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