DESDE LA LUNA DE VALENCIA
Por: Teresa Mollá Castells*
Entre
el 9 y 20 de marzo de este año se realizó el 59 periodo de sesiones de
la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer (CSW, por sus
siglas en inglés), en la sede de Naciones Unidas en Nueva York.
Participaron representantes de los Estados miembro, entidades de la ONU y
organizaciones civiles acreditadas ante el ECOSOC de todas las regiones
del mundo.
En esta reunión al más alto nivel mundial también se conmemoró el 8 de
Marzo, Día Internacional de la Mujer, y los 20 años de la IV Cuarta
Conferencia Mundial sobre la Mujer, o lo que es lo mismo, se revisó la
agenda que la Plataforma de Acción de Beijing definió en 1994.
Hemos de recordar que la Plataforma de Acción formuló amplios
compromisos en 12 esferas de especial preocupación, entre las que se
encontraba “La mujer y la pobreza”.
En septiembre de 2000 los dirigentes del mundo se reunieron en Nueva
York, para aprobar la Declaración del Milenio, comprometiendo a sus
países con una nueva alianza global para reducir los niveles de extrema
pobreza y establecer una serie de objetivos, conocidos como los
Objetivos de Desarrollo del Milenio, y cuyo vencimiento del plazo está
fijado para este 2015.
A priori, en este año en el que estamos, la pobreza en general y la
pobreza de las mujeres en particular deberían haberse reducido en 50 por
ciento como mínimo, a la vista de lo definido por la ONU, a través de
sus diferentes organismos. Aunque se ha avanzado mucho, esos objetivos
están lejos de ser alcanzados.
Si tenemos en cuenta que la pobreza no es sólo un indicador económico,
podremos entender por qué es tan difícil de erradicar, sobre todo en las
mujeres.
La pobreza está cuando el derecho a la educación es arrebatado a las
niñas porque han de contribuir al sostenimiento de la familia de
diversas maneras: caminar kilómetros para traer agua, ser vendidas para
obtener recursos económicos, casadas o explotadas sexualmente con los
mismos objetivos, verse abocadas al trabajo infantil, al tiempo que han
de asumir tareas domésticas y cuidados de hermanos menores de edad, y
así un largo etcétera.
Me niego a entrar en datos porque son demasiado dolorosos, pero estas
son algunas realidades y otras muchas existen y abocan a niñas y mujeres
a actividades de todo tipo, para obtener misérrimas condiciones de vida
para sus hijas e hijos y para ellas mismas.
Y encima, los grandes poderosos del mundo decidieron crear una crisis
mundial para continuar enriqueciéndose más y reforzar el capitalismo más
feroz. Y ya sabemos que patriarcado y capitalismo van de la mano, con
lo cual la situación de las mujeres ha empeorado más si cabe.
La destrucción del empleo es, en sí misma, una fuente de pobreza, pero
no la única. El radicalismo religioso de todos los credos que, como
sabemos ha aumentado considerablemente en los últimos años, ha colocado a
las mujeres en una posición de vulnerabilidad máxima al considerarlas
seres inferiores y por tanto, carentes de los más elementales Derechos
Humanos.
La violencia de género estructural que en sí misma constituye la pobreza
de niñas y mujeres no está siendo abordada como tal. Y esta violencia
de género que promueve la pobreza y la exclusión social es inducida por
quienes pretenden reforzar su papel en el mundo, y redoblan sus
esfuerzos para su propio enriquecimiento.
Da igual si utilizan armas o si toman decisiones de carácter político o
económico. El objetivo es el mismo: enriquecerse y doblegar a más de la
mitad de la población, para convertirla en meros objetos para la
reproducción y el cuidado de la especie.
Los documentos que se elaboran por parte de gobiernos, instituciones y
organizaciones civiles exploran realidades, trazan soluciones, buscan
estrategias y marcan rutas, para obtener unos objetivos mundiales que
erradiquen solidariamente la pobreza.
Pero en demasiadas ocasiones quedan en papel mojado y esos objetivos
definidos quedan aparcados por nuevas necesidades más inmediatas, aunque
no más urgentes.
Leí algún documento de la ONU sobre el tema. Obviamente refuerza los
(pocos) logros obtenidos y se emplaza a continuar trabajando
solidariamente, para erradicar este vergonzante tema transversalmente
mundial.
Pero mientras no se refuerce la igualdad real entre mujeres y hombres,
mientras no se destinen recursos para combatir al patriarcado, mientras
no se desmonte el androcentrismo en todas sus vertientes (económica,
religiosa, política, financiera…) y desde la escuela más tierna se
impartan valores de igualdad real, veo muy complicado que se pueda
erradicar la pobreza de mujeres y niñas.
Y en este caso soy pesimista porque la pobreza femenina es una
consecuencia directa del patriarcado. Y mientras éste no desaparezca, se
pueden y deben seguir tomando medidas para erradicarla, pero todas
ellas deben ir acompañadas de la lucha por la erradicación de las
desigualdades culturalmente impuestas, y que en demasiados casos marcan
el destino de niñas y mujeres como carne de cañón del propio
patriarcado.
Mientras siga el tráfico de mujeres con fines de explotación sexual,
mientras una sola niña sea prostituida por un cliente poderoso, mientras
se sigan practicando mutilaciones sexuales, mientras haya una cultura
naturalizada de la inferioridad de las niñas en tantos lugares del mundo
donde son tratadas sin derechos, no podremos hablar de erradicación de
la pobreza.
Habrá indicadores de todo tipo para medir la situación de mujeres y
niñas. Seguramente se seguirán diseñando políticas transversales para
acabar con esta situación y habrán miles de personas trabajando para su
erradicación y es necesario que así sea.
Pero desde mi punto de vista, mientras no se erradique el patriarcado y
sus diferentes manifestaciones culturales y de todo tipo, las mujeres y
las niñas del mundo seguimos condenadas a ser los rostros de la pobreza.
Y las fauces de este monstruo llamado patriarcado son muy poderosas como
para marcarnos objetivos a 10 o 15 años para conseguir su desaparición.
Pese a ello no podemos cejar en el empeño de formarnos y de denunciar
este tipo de violencia desde cualquier espacio. Y sobre todo, no podemos
olvidarnos de las mujeres, de las hermanas sin voz. Aquellas
secuestradas a quienes han condenado a ser poco más que animales y a
vivir una vida de privaciones y carentes de los más elementales Derechos
Humanos.
Y sí, estoy pensando en las niñas secuestradas por los asesinos de Boko
Haram o en las mujeres que caen en manos de Isis o de los talibanes. No
podemos olvidarnos de ellas y hemos de continuar en la denuncia continua
de su situación, siendo sus voces cada vez que podamos.
Trabajo por delante tenemos y mucho, pero no lo enfoquemos únicamente a
los aspectos económicos. Tratemos de forma integral y radical el origen
de la pobreza en su conjunto, pero haciendo especial hincapié en la de
las mujeres y niñas, y en su origen patriarcal. Mientras el enfoque no
sea desmontar el patriarcado que nos empobrece, el resto quizás sean
parches.
*Corresponsal en España. Periodista de Ontiyent.
CIMACFoto: Yunuhen Rangel Medina/Red Nacional de Periodistas
Cimacnoticias España
No hay comentarios.:
Publicar un comentario