OPINIÓN
Monedero
Por: Carmen R. Ponce Meléndez*
Únicamente
5 de cada 10 mujeres que nacen en el quintil más bajo de ingreso
logran ascender a otro estrato en su vida adulta, en contraste en los
hombres con el mismo origen, quienes son 7 de cada 10, debido a que las
mujeres enfrentan obstáculos importantes en educación o salud;
disparidades en ingresos y muy distintas condiciones o desigualdades en
los mercados laborales.
Esta gráfica permite apreciar claramente las desigualdades de ingreso
que enfrentan las mujeres en cada uno de los rangos: empleadoras,
trabajadoras por cuenta propia, trabajadoras remuneradas y asalariadas
(que tienen un patrón). Y en general, cualquier mujer que esté en el
mercado laboral está marcada por una importante desigualdad en el
ingreso, en las condiciones de trabajo y en los derechos laborales.
Tener menos ingresos vuelve a las mujeres más propensas a vivir
violencia y al no disponer de ingresos propios suficientes los otros
espacios de su autonomía (política o de su cuerpo) también resultan
afectados negativamente y claro, ellas tienen menor capilaridad social,
menor posibilidad de ascender o salir de la pobreza y de la violencia.
“En México, las mujeres dependen en mayor medida de transferencias
intergeneracionales de los padres o del ingreso de su pareja. Además,
por la brecha salarial, las mujeres que trabajan reciben menores
ingresos en promedio que los hombres. Su participación en el mercado
laboral es todavía muy limitada, si se excluye a los países árabes, el
porcentaje de mujeres que trabaja en México (45 por ciento) es de los
más bajos en el mundo”.
Estas afirmaciones forman parte del documento de El Colegio de México
(Colmex) titulado: “Desigualdades en México 2018”. Este documento se
elaboró con la deliberada intención de enriquecer el debate público y
las plataformas de los candidatos en las elecciones presidenciales de
2018.
Sin embargo, no incluye recomendaciones de política pública porque
considera que las propuestas de intervención deben surgir del trabajo
conjunto entre sociedad, gobierno y academia. No es la única institución
que hace este importante ejercicio, también la Universidad Nacional
Autónoma de México o el Consejo Nacional para la Evaluación de la
Pobreza (Coneval) y, la Fundación Espinoza Iglesias, entre otras.
En todos y cada uno de estos documentos está presente la problemática
que hoy enfrentan las mujeres en el país, muy asociada a las
desigualdades de género y todas las demás (económicas, políticas y
sociales) y sus efectos en la falta de capilaridad social; con el
agravante de que su problemática se han agudizado con la creciente
violencia contra las mujeres, en la mayor impunidad.
Para El Colmex las desigualdades (incluida la de género), son un tema
de gran pertinencia social y política por los efectos que tienen sobre
la vida de las personas, así como por sus graves consecuencias sobre
el desempeño económico, la integración social y la solidaridad en las
comunidades.
“Nos referimos a las distribuciones inequitativas de resultados y
acceso a oportunidades entre individuos o grupos. Estas diferencias son
injustas porque afectan aspectos cruciales de la vida de personas que se
encuentran en desventaja en virtud de su posición social:
discapacitados, minorías raciales o étnicas, mujeres, entre muchas
otras. Además, estas desigualdades son potencialmente evitables por
medio de un abanico de intervenciones públicas: impuestos o subsidios
para redistribuir el ingreso, cuotas de género en las asambleas
legislativas o sistemas universales de salud”.
Ciertamente, si las mujeres trabajaran fuera de casa podrían
incrementar de manera muy significativa su aporte a los ingresos de sus
hogares y, por tanto, al crecimiento económico y a la reducción de la
pobreza. Se trata de un gran potencial desperdiciado que constituye
parte del llamado bono de género y que destina gran parte de su tiempo
en el trabajo en el hogar.
“En promedio, las mujeres adultas con estudios universitarios dedican
a estos trabajos 43 horas, casi tres veces el tiempo que invierten los
varones. Las mujeres que se ocupan solamente de los quehaceres del hogar
dedican a ello 72 horas semanales, aquellas que trabajan fuera de su
casa invierten 36, mientras que los hombres en la misma situación sólo
ocupan 15 (cálculos propios con base en inegi (2015)”.
Otros factores que también contribuyen a una mayor desigualdad de las
mujeres y representan obstáculos para su capilaridad social son:
- Inseguridad alimentaria. Una menor producción y productividad de la agricultura de subsistencia (un sector altamente “feminizado” en muchas partes del mundo), la pesca y la silvicultura resultarán, muy probablemente, en inseguridad alimentaria y hambre.
- Vulnerabilidad económica. La vulnerabilidad de las mujeres ante la violencia podría incrementarse. Por supuesto que es inaceptable que a más de la mitad de la población (51 por ciento), se le siga llamando y tratando como: “grupo vulnerable”.
- Deterioro de la salud o del sistema nacional de salud. Lo anterior no afectará solamente la salud de las mujeres, sino que también aumentará sus responsabilidades de cuidar a otros.
En el mercado de trabajo. Particularmente precario para las
mujeres, precario significa que son inestables, carentes de protecciones
(por ejemplo seguros médicos, jubilación, protección de invalidez,
etc.) y, por una remuneración insuficiente.
“Las mujeres adultas con estudios universitarios ganan 79 por ciento
de los ingresos de los hombres si laboran como empleadas u obreras, 68
por ciento cuando se trata del grupo de patronas o empleadoras y 75 por
ciento si son trabajadoras por cuenta propia.”
Las diferencias de ingresos reflejan también la acumulación de
otros tipos de desigualdad, tales como las disparidades en el acceso a
la educación y en la movilidad social, además de las diferencias
asociadas al género y al territorio.
El documento señala: “la desigualdad perjudica el crecimiento
económico si se traduce en barreras para que ciertos segmentos de la
sociedad alcancen su potencial productivo.
Esta dinámica implica que la sociedad desaproveche las habilidades
de ciertos grupos, con la consecuente pérdida de talento, eficiencia y
contribuciones al desarrollo económico.
Así, la desigualdad tiene como consecuencia una inversión
ineficiente en capital humano Además, una baja movilidad social sugiere
la existencia de diferencias duraderas en el acceso a oportunidades,
donde la ciudadanía permanece en las mismas posiciones, sean
desaventajadas o privilegiadas, para luego heredarlas a sus
descendientes”.
* Economista especializada en temas de género
Twitter: @ramonaponce
CIMACFoto: César Martínez López
Cimacnoticias | Ciudad de México.-
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