Miguel Concha
En las próximas elecciones
presidenciales estarán llamados a votar 25 millones de jóvenes; lo cual
equivale a un tercio del padrón electoral. En un país signado por la
desigualdad, la corrupción, la violencia, la falta de democracia y la
ausencia de oportunidades para la juventud, resultan revitalizadores los
esfuerzos críticos que provienen de dicho espectro de la sociedad y
ponen el acento sobre temáticas que, infelizmente, no se han discutido a
profundidad por los candidatos a la Presidencia.
La iniciativa ¿Quién sacará a México de la barbarie? 73 preguntas que
los candidatos presidenciales no se atreven a responder, difundida por
medio de un video (https://bit.ly/2t5D1rT) y una petición en change.org (https://bit.ly/2sWcSMM), es un esfuerzo que resulta destacable en varios sentidos.
En primer lugar por sus emisores, quienes en su mayoría son jóvenes
de diversas profesiones y condiciones. Este grupo expresa la urgente
necesidad que tiene la juventud, y diversos sectores de nuestra
sociedad, por consolidar espacios autónomos de acción y discusión
política ante la adversidad y la falta de representación en las
instituciones y los partidos políticos.
Y por apuntar de manera central a la impunidad y el cinismo con los
cuales las instituciones se manejan en nuestro país. De hecho, el inicio
del texto, dedicado a cuestionar la candidatura de Meade, comienza de
esta manera: ¿es posible olvidar los grotescos casos de Odebrecht, la
estafa maestra o la casa blanca? ¿Acaso un discurso repetitivo puede
borrar la indignación y la memoria de los casos de los Duarte, los
Yarrington, los Herrera?
En ese mismo tenor, y cuestionando el discurso de Ricardo Anaya, se
menciona: ¿Cómo pueden ofrecer justicia y respeto a los derechos humanos
sin condenar y hacer justicia en el caso Tlatlaya? ¿O en Apatzingán?
¿Cómo pueden hacer robustos discursos sin mencionar la palabra
feminicidio? Y nos preguntamos –añaden–, ¿Cómo pueden los candidatos ir
repartiendo abrazos sin nombrar las palabras que indignaron a miles y
miles de personas? ¿Recuerdan esos lugares? ¿Guerrero? ¿Iguala?
¿Ayotzinapa?
La iniciativa resulta también vital por su contenido, ya que aborda
temas que en el marco de la coyuntura electoral no se han discutido: ¿No
hablarán nada sobre los cientos de conflictos por el despojo de
tierras, agua y bosques que sufren los pueblos indígenas en todo el
país? ¿Será que las responsables del despojo son las mismas empresas a
las que llaman con vehemencia para que inviertan en México?
Como en otras ocasiones, es la juventud la que atina en
colocar el lente de la crítica en la ausencia de derechos para sectores
marginados: ¿No les merecen ni siquiera una mención las formas de
gobierno de los pueblos indígenas que hoy existen en muchas partes de la
nación? ¿Olvidan que el Estado mexicano se comprometió a reconocer sus
derechos como pueblos indígenas? ¿Seguirán ignorando ese compromiso?
¿Podrían enunciar sin balbucear los derechos de las mujeres? ¿Por qué
evaden nombrar a las personas discriminadas por su género y su identidad
sexual?
En el caso de los cuestionamientos lanzados al candidato de Morena
conviene destacar que la crítica proviene desde una lógica
antisistémica: ¿López Obrador realmente cree que la corrupción existente
puede desmontarse con el ejemplo? ¿O que los problemas del país pueden
reducirse a la corrupción, sin afectar la obscena concentración de la
riqueza? ¿Por qué cree que es posible establecer alianzas progresistas
con sectores de la mafia en el poder y con algunos de los grandes
empresarios? ¿Por qué pactar con el gran capital? ¿Por qué pactar con la
derecha ultraconservadora? ¿Un gobierno de izquierda puede someter a
consulta los derechos humanos? Para poder emprender algún tipo de
cambio, ¿no cree necesario refundar por completo las instituciones
mexicanas?
En términos generales, los elementos enunciados hasta aquí apuntan
directamente a un cuestionamiento frontal y global del régimen político
existente, del modelo neoliberal predominante y de la oligarquía.
Dicho horizonte, en mi opinión, es vital para emprender un cambio
desde la raíz para nuestra sociedad. Finalmente, este saludable
ejercicio apunta a continuar el esfuerzo mostrado por las movilizaciones
sociales de los años recientes.
Hemos sido –dicen– miles las personas que salimos a las calles en
contra de las desapariciones forzadas; las violencias machistas; los
fraudes electorales y el maíz transgénico, igual que en oposición a la
reforma educativa y la minería extractivista.
Miles hemos gritado e inundado las calles para exigir justicia por
los bebés de la guardería ABC; por los migrantes desaparecidos y
asesinados; por Atenco; por Nochixtlán; por Mara; por Lesvy y los
cientos de feminicidios; por memoria, verdad y justicia para Pasta de
Conchos, Aguas Blancas y Acteal.
Por los estudiantes de Ayotzinapa y de Guadalajara. ¿No es acaso
necesario seguir luchando? Quienes firmamos esta carta –concluyen–,
pensamos que es esta última pregunta la única que tendrá respuesta.
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