Ricardo Anaya y José Antonio Meade. Fotos: Eduardo Miranda |
Por
Arturo Rodríguez García (apro).- Desde mediados de abril, ante la
consolidación de Andrés Manuel López Obrador como puntero en las
preferencias de la elección presidencial, la idea de concretar una
declinación de José Antonio Meade Kuribreña, abanderado del PRI con
aliados, o de Ricardo Anaya Cortés, el candidato del PAN, fue creciendo
hasta que en apariencia no se podía concretar.
De repente, la idea de la declinación resurgió en días pasados,
primero en algunas columnas políticas que parecían reproducir mensajes
desde alguno de los interesados, y ayer con el llamado a la conciliación
que lanzó Andrés Manuel López Obrador, tendiendo su “mano franca” y la
oferta de no perseguir políticamente a Diego Fernández de Ceballos y a
Carlos Salinas de Gortari. A ellos, les pidió dejar de “azuzar” gente en
su contra y de procurar una declinación.
Una declinación, a menos de una semana de las elecciones parece un
poco inútil: no parece fácil conseguir que las estructuras (esto es: los
votos que se compran) se empaten; aun haciéndolo, no es viable que sólo
con estructuras consigan un triunfo (porque no todo el electorado vende
su voto). La apuesta es una suma simple: Anaya más Meade, igual a
empate técnico.
El asunto de la declinación es de esos que flotan a lo largo de un
proceso electoral, pero que por el poder de quienes lo promueven, tomó
una relevancia especial.
No se había cumplido ni la tercera semana del período oficial de
campaña, cuando López Obrador empezó a llamar al priista a no bajarse de
la contienda, a permanecer, le decía que tenía información de que lo
harían declinar, para luego recomendarle que permaneciera hasta el final
aunque perdiera, pero en ese caso, lo hiciera con dignidad.
No era la primera vez que López Obrador hacía algún comentario a
propósito de información que le llegaba de círculos del poder,
especialmente, del ámbito empresarial de mayor capital en el país.
Inclusive, cuando los reporteros insistían al candidato que explicara
cómo tenía esa información, respondía diciendo que tenía gargantas
profundas en la “mafia del poder”.
La forma coloquial en la que López Obrador suele expresarse, muchas
veces con vocablos del habla popular que tornan chusco lo peyorativo
–asunto que en estos días tiene muy ocupado a cierto sector de la
intelectualidad, hasta proyectarlos, digamos, un tanto
hipersensibles—hacía dudar de la supuesta información. Pero era cierta y
cada una de esas expresiones hay que tomarlas en serio.
Dos voceros, de los candidatos presidenciales José Antonio Meade y
Margarita Zavala, la única que terminó bajándose de la contienda sin
declinar, confirmaron que había empresarios interesados en construir un
frente común con Anaya y presionaban sus respectivas declinaciones.
Fue al cumplirse el primer tercio de la campaña, cuando el asunto
quedó expuesto. López Obrador identificó a cinco magnates como los
responsables de hacerlo, que la condición era que Anaya dejara de
criticar al presidente Enrique Peña Nieto y, el propio Anaya fue
explícito en su interés de una alianza ante una reunión con ejecutivos
bancarios. Pero el asunto no prosperó y Anaya perdió dos meses de poder
posicionarse como un crítico de Peña Nieto, la posición que asumió en la
recta final.
Un último intento ocurrió en torno al 20 de mayo. Que de nuevo no
prosperó. Los esfuerzos se centraron en golpear al fundador de Morena
aunque, lo que reflejan las encuestas es que, no tuvieron efecto y
regresaron a la idea de la declinación, ahora a la inversa: convencer a
Anaya de que decline por Meade. Una suma simple su apuesta, de esas que
procuran aunque sea medio punto porcentual de ventaja para ganar lo que
sea, antes que perderlo todo.
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