El padre Solalinde, pequeño de estatura y delgado de complexión pero
con un corazón enorme, estuvo en Juárez, un infierno para los migrantes,
para denunciar la corrupción que invade al país y que deben sobrevivir
los desarraigados que viajan desde Centroamérica y de los estados del
sur para integrarse a la fuerza laboral aquí, que sobrevive con un
salario menor a un dólar por hora de trabajo (aunque aun así dicen ellos
que aquí se está mejor que en su país o estado de origen).
Solalinde se dirigió a los juarenses que participamos en las
diferentes campañas de Andrés Manuel para explicarnos la aparición de la
virgen de Guadalupe como una voz originalmente a favor de los
indígenas, e insistió que el llamado de Cristo es para atender a los
pobres, aunque ha sido secuestrado de tiempo en tiempo por la jerarquía
eclesiástica.
También llegó Tatiana Clouthier, quien se reunió con los empresarios
que han sabido aprovechar la oportunidad que brinda la frontera para
desarrollar de forma exitosa sus negocios pese a estar limitados por
empresas extranjeras con mano de obra semiesclava. Ella los felicitó por
el impulso que han dado a la economía aquí y reconoció lo injusto del
reparto de los recursos, generados por la población juarense, a favor de
los negocios de la alta burocracia y sus amigos.
Además, planteó la necesidad de que en Ciudad Juárez la economía
regional se humanice y mejoren las condiciones de vida de los
trabajadores, los salarios que se les pagan a los empleados industriales
y que se atiendan las necesidades más importantes de las mujeres
trabajadoras (que ni siquiera tienen suficientes espacios para dejar a
sus hijos e irse a trabajar); también manifestó que las asociaciones
civiles, que generosamente sustituyen al Estado en esa obligación, han
sido incomprendidas por el Gobierno y la industria.
Con esto, es obvio que los migrantes y los trabajadores de esta
ciudad coinciden en sus circunstancias de vida y requieren de un
acercamiento diferente por parte de los juarenses y de una mejor
comprensión de la importancia económica de estos seres humanos para la
ciudad.
Finalmente, Gonzalo López Beltrán habló muy preciso sobre la
estructura de Morena: no se permitirá la corrupción en el interior del
partido, ni del Gobierno. Advirtió que no se trata de sustituir a Peña
Nieto por su padre sino de empezar un cambio profundo, y quienes tienen
mayor obligación de realizar este cambio para bien son los militantes de
Morena; además les leyó la cartilla: “sería una canallada tomar dinero
de la jornada electoral para ustedes”.
Los tres fueron claros y directos sobre el México que esperan
desarrollar en sus respectivas áreas y en términos más claros no podían
coincidir los importantes visitantes. Esta frontera sólo podrá cambiar
si se logra desterrar la corrupción de las dependencias federales que
atienden los problemas poblacionales generados por la migración, y que
aquí en Ciudad Juárez se han convertido en aves de rapiña que abusan de
los más necesitados; no hay nada más corrupto en Juárez que el Instituto
de Migración, la Aduana fronteriza, la Procuraduría General de la
República, la Policía federal (con su división de Caminos).
Hicieron hincapié en que, para que pueda cambiar la realidad local,
deben mejorar las condiciones de vida y salariales de los trabajadores
industriales que ya suman más de 250 mil y que ocupan a otros 200 mil
trabajadores indirectos, y en cómo esa gran potencialidad de mercado
interno se pierde por la baja capacidad de compra.
Nos dijeron que sí hay voluntad para combatir la corrupción, impulsar
la zona franca en la frontera, aumentar los salarios, asumir la
responsabilidad de atender a los hijos de las trabajadoras y a los
migrantes, y que sí saben de lo que están hablando. Así que, como dicen
los cholos en los barrios de la ciudad, “con eso”.
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