Periodo fraudulento 2018
El líder moral y
candidato presidencial de MORENA, nos informa que, de repetirse el
fraude durante las elecciones de este año, se soltaría el “tigre”. Pero
qué hay del tigre que anda suelto desde el fraude auspiciado por
Porfirio Díaz y que se ha recrudecido en los últimos diez años. Un tigre
de ferocidad ejemplar que difícilmente será superado, pues, aunque los
niveles actuales de violencia nos coloquen como el segundo país más
peligroso del mundo, aún no hemos alcanzado los niveles de la década de
los treinta. El último siglo fue un periodo violencia constante, que
apenas tuvo una pausa considerable durante el periodo comprendido por
los años transcurridos de 1997 a 2007, pero que se reactivó de
inmediato, produciendo el escenario que ahora sufrimos.
La violencia
en el México pos-revolucionario se ha expresado de maneras distintas y
sus manifestaciones han sido una cruel metáfora de la transformación
política. Primero se dio la lucha entre los caudillos revolucionarios,
por el control del estado, entre magnicidios y brotes insurgentes que
trataban de imponer intereses particulares. Con el tiempo el poder se
fue centralizando y los acuerdos cupulares, condujeron hacía la
eliminación de los grupos minoritarios. Durante décadas el estado se
dedicó a eliminar a sus enemigos de la forma más cínica y brutal;
aplastando sindicatos, huelgas, movimientos estudiantiles y pro derechos
humanos por igual.
Un quiebre histórico es marcado por el
terremoto de 1985, el cual activa los movimientos gestados durante la
década de los sesentas y los encausa hacia la candidatura presidencial
de Cuauhtemoc Cárdenas en 1988. Carlos Salinas de Gortari gana la
elección, en lo que hoy se reconoce como un fraude, que mantiene al
partido heredero de la revolución en el poder, pero lo debilita a nivel
representativo. La consecuencia es una crisis que se manifiesta en el
más puro estilo caudillista, con el asesinato de Luís Donaldo Colosio,
candidato delfín de Salinas. El vacío es ocupado por Ernesto Zedillo,
una especie de mediador entre los intereses financieros (nacionales e
internacionales) y las élites políticas agrupadas en torno al PRI. Bajo
su gobierno se da la apertura a la transición democrática que dejara al
PRD ganar la elección de la capital y al PAN la del gobierno federal,
trayendo consigo un periodo de aparente recomposición nacional y
relativa calma, que se refleja en los niveles de violencia.
Mientras
tanto, excluido de la conformación del PRIAN, un PRI debilitado
trabajaba en su reagrupación, sumando líderes y cabecillas a quienes no
benefició la nueva conformación del estado nacional. En medio de esta
dinámica, muchos grupos de élite, encargados de la represión y el
trabajo sucio de las décadas anteriores, se independizan, formando
organizaciones criminales, como los Zetas y el cártel de Atlacomulco. La
capacidad de supervivencia de la casta revolucionaria, de sus múltiples
vertientes y ramificaciones, mezclados en la sociedad y en la historia
de nuestro país, se asemeja a los ejércitos invisibles del estado
islámico, con la diferencia de que, en México, su principal resguardo
está entre los grupos policiacos-militares. La guerra contra el narco,
declarada por el presidente felipe Calderón, no es sino un esfuerzo por
contener estas fuerzas, que amenazan su, ya de por si, endeble liderazgo
y legitimidad. Se trata de una guerra perdida porque sus objetivos son
claramente políticos y no logran contener a su adversario, como bien lo
comprueba el regreso del PRI a los pinos, con Enrique Peña Nieto. Esta
derrota desembocará en un pacto entre el viejo PRIAN y el nuevo PRIAN,
un verdadero monstruo de Frankestein.
Sin embargo la “Pax
Romana”, pactada entre Calderón y Peña Nieto, fue un fracaso, porque la
fragmentación de los viejos poderes había alcanzado una magnitud que no
podía ser abarcada, ni asimilada siquiera, por los nuevos actores. El
viejo tigre se les fue de las manos, junto con la autoridad, el respeto y
la legitimidad, necesarias para ejercer el orden y la gobernanza; es
necesaria una nueva apertura democrática, que les deje espacio de
continuidad y lo que sea que les reste de poder. El pacto de amplia
inclusión con MORENA, pretende dejar pasar una lucha largamente buscada
por el pueblo mexicano, al mismo tiempo que conserva, dentro de sus
posiciones políticas y mandos estratégicos, a los representantes del
modelo actual, como una salida desesperada, no sólo de su inevitable
derrota, sino del caos en el que han hundido al país.
Como un
destino trágico, los viejos monstruos del autoritarismo y la violencia,
se revelan ahora contra sus creadores, provocando el periodo electoral
con más candidatos asesinados, donde los más afectados son las
coaliciones comandadas por PRI y PAN, aunque también los aliados de
MORENA han sufrido sus bajas. Al parecer el equipo de AMLO tampoco está
abarcando a todos los clientes de la transición, a pesar de la gran
variedad de intereses admitidos hasta ahora. Las balas dejan un mensaje
muy claro para los nuevos representantes del poder. Esta violencia mella
la capacidad de los aparatos de representación popular, pues refuerza
la idea de que todo se consigue por la fuerza y poco importa la voluntad
del pueblo; es la herencia que deja un aparato en descomposición: el
otro tigre. Una bestia que representa a lo peor del fenómeno político
nacional, que se incluye en la agenda y en las decisiones nacionales por
el uso de la fuerza, al más puro estilo caudillista.
La única
posición coherente, ante el embate de estos actores en el escenario
político-electoral, es una condena conjunta y simultánea, por parte
todos los partidos políticos, que los diferencie y los aparte de manera
contundente, de esa manera de gobernar que ha sido el cáncer de nuestra
sociedad.
Blog del autor: https:// modernidadespeculativa. wordpress.com
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