Por mis abuelos, desde
luego. Ellos no habrían entendido mucho esto que entonces era futuro,
pero habrían sabido de qué lado estar, porque aunque unos eran gente del
común y otros, hidalgos muy venidos a menos, tenían parejos principios
éticos. Y por mi nana, Cruz, que se me perdió en las nieblas de la vida,
y por el indio Rosalío, que bajaba del monte una vez a la semana a
vendernos verduras y carbón, y a quien le ofrecíamos cama pero siempre
la rechazaba porque pensaba que los de su condición no la merecían y
dormía en el suelo. Y por las varias madres y los varios padres que tuve
y que creían en la fraternidad, la libertad, la paz y la verdad.
Este domingo, en camino a la urna, recordaré a Hilario Moreno, el
viejo profesor comunista con quien estoy en deuda porque me reconfortó y
me serenó en la cárcel clandestina de la Dirección Federal de Seguridad
de la que él no salió vivo. Al formarme en la fila tendré muy presentes
a José Zapata Vela, que era estalinista; a Vlady, que odiaba el
estalinismo; a José Revueltas, quien me toleró de buen grado un par de
impertinencias de adolescente; a los priístas de izquierda, generosos y
extrañamente congruentes; a los que decidieron tomar las armas y a los
abogados panistas que antepusieron la rectitud a las diferencias
ideológicas y asesoraron gratuitamente a familiares de desaparecidos y
encarcelados.
Al identificarme y recibir mis boletas tendré en la cabeza las
mujeres a las que amé y me amaron y a las que me unieron, además del
hervor de las hormonas, la urgencia por cambiar el mundo y algunas
certezas que compartí también con amigas y amigos de juventud: que ese
cambio es necesario y posible, que la autenticidad es indispensable para
vivir y que el cerebro y el amor separados no llegan a ninguna parte.
Cuando me encamine a la casilla pensaré en Eduardo Montes, en Rodolfo
Peña, en Daniel Cazés, en José Emilio Pacheco, en Rius, en Naranjo, en
Monsi, en Carlos Fuentes, en José María Pérez Gay, en Sergio Pitol, en
Arnaldo Córdova y en tantos otros grandes de México que habrían estado
felices –aunque también, de seguro, precavidos y críticos– con lo que
pasará este domingo: que la mayoría de la sociedad va a sublevarse en
paz en contra de esta noche larga, sangrienta y nauseabunda que ha
durado muchas décadas y consumido demasiadas vidas.
Y cuando cruce, boleta tras boleta, el logotipo de Morena, estaré
pensando en los trabajadores esclavizados de las agroindustrias, en las
mujeres traficadas, en las niñas y niños vueltos mercancía por los
pederastas siempre incrustados en el poder, en las chavas de Panotla y
en los chavos de Ayotzinapa y Tiripetío, en los albañiles capturados y
torturados para que se confiesen culpables de delitos ficticios, en los
expulsados del país por la economía y la violencia, en los maestros
democráticos, en las sociedades insurrectas de Ixmiquilpan y Mexicali,
en las comunidades en resistencia contra la voracidad devastadora de
funcionarios públicos y corporaciones privadas, en los damnificados del
terremoto a los que les han robado los recursos de la reconstrucción, en
las acosadas, golpeadas, violadas y asesinadas, en los muertos de Aguas
Blancas, Acteal y otras masacres, en los médicos sin trabajo y en los
enfermos sin hospital, en las familias clasemedieras con una vida de
deudas por delante, en los jóvenes sin universidad y en las víctimas de
muchas otras desgracias.
Sé, desde luego, que Andrés Manuel López Obrador y sus
colaboradores no van a solucionar desde la Presidencia todos los males
del país. Votaré por su triunfo porque es impostergable que un gobierno
honrado, respetuoso de las leyes y con sentido de nación –atributos de
los que el ejercicio del poder público ha estado del todo huérfano desde
tiempos de Salinas– establezca el entorno propicio para la satisfacción
de las reivindicaciones justas, la solución real de múltiples
conflictos, la recuperación de la soberanía, la reactivación económica,
la justicia verdadera, la reconciliación nacional y la construcción de
un nuevo país en el que quepan todos sus habitantes. Por supuesto, el
trabajo principal le corresponde a la sociedad, y de su determinación y
su energía dependerán el ritmo y la envergadura de las transformaciones.
Ya se verá.
Uno es eslabón entre los que ya partieron y los que aún no han
llegado. Saldré de la casilla con la satisfacción de haber saldado una
pequeña parte de mi deuda con los difuntos devorados por la tierra y con
los nonatos que en algún sitio de la nada esperan la hora de su
advenimiento. Por unos y por otros y por mis contemporáneos vivos iré a
votar.
Y además el próximo domingo me levantaré temprano para participar en
una sublevación. Pero no voy a matar ni a lastimar a nadie ni a causar
destrozos y ningún presidente, secretario de gobernación, jefe de
gobierno o comandante policial podrá darse el gusto de ordenar que me
rompan la cabeza.
Twitter: @Navegaciones
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