Denso silencio de los medios de comunicación concentrados, frente a la media sanción del proyecto de
ley de despenalización del aborto, aprobado en días pasados por la Cámara de Diputados de Argentina (129 votos en favor, 125 en contra, y una abstención). Un dictamen que fue precedido de un debate rico en contenidos y de fuerte repercusión nacional, regional y mundial.
Ahora sólo falta que el Senado apruebe el proyecto de ley. O que en
tal caso, el presidente Mauricio Macri lo vete. Ambas cosas son
posibles. Pero desde ya, el debate traerá lo suyo, pues según el segundo
artículo de la Constitución argentina, “[…] el gobierno federal
sostiene el culto católico, apostólico y romano”.
El debate parlamentario resultó más interesante que el frívolo oscurantismo de los que aterrorizan a las
madres-asesinas-que-matan-indefensos-bebés. Desde el tribunal más alto de la política argentina, por vez primera en su historia, se ventiló ampliamente que así como en otras latitudes del mundo, el aborto verdadero giraba en torno a una legislación que niega a la mujer su derecho a decidir, a más de penalizarla por ejercer su libertad.
Leyes de cuño patriarcal, y sostenidas en la idea de que somos persona a partir de la fecundación del óvulo (
fetismo). Algo que el Génesis no menciona, ni fue preocupación de Jesucristo, ni de la Iglesia que hace mil 500 años escogió (de 40 en disputa), los evangelios del cristianismo que mejor convenían a sus intereses.
La
ideología fetistade los llamados
defensores de la vida, surgió de los avances científicos del siglo XIX, que causaron horror en las huestes católicas. Desde entonces, el dogma de la
inmaculada concepción, formulado por Pío IX en el Concilio Vaticano de 1870. Mientras que en el judaísmo, el delicado asunto resulta levemente distinto. Sabido es que para una madre judía, la vida empieza cuando el embrión se recibe de médico o abogado.
Los diputados en favor de la despenalización sintonizaron con el
grito del millón de mujeres que permanecieron en las calles vigilantes,
soportando una cruda noche invernal:
Educación sexual para decidir. Anticonceptivos para no abortar. Aborto legal para no morir. Y los que finalmente quedaron en minoría, llevaron a cuento que Argentina fue el primer país del mundo en establecer el
Día del Niño por nacer(sic), instituido por el ex presidente Carlos Menem en 1998. Omitiendo, claro, las declaraciones de su esposa Zulema, cuando reconoció que se había realizado un aborto con el consentimiento de su esposo.
La discusión duró más de 23 horas, y fue más allá de
ideologías, partidismos políticos y credos religiosos. De igual edad
(40), las diputadas Victoria Donda y Silvia Lopenatto expusieron sus
ideas con alegatos brillantes. Silvia integra el bloque que apoya al
derechista Macri. Y Victoria, militante de izquierda, nació de padres
desaparecidosen un campo de concentración de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), durante la dictadura cívico-eclesiástica-militar (1976-83).
Con firmeza y conocimiento de causa, Victoria descolocó a los
diputados contrarios a la despenalización. ¿Por qué –se preguntó– es tan
difícil aprobar esta ley cuando nos hemos puesto de acuerdo con la del
matrimonio igualitario, la de fertilidad asistida, la de trasplante de
órganos, o cuando en el caso del trasplante de un corazón que sigue
latiendo, y frente a la ausencia de actividad cerebral convenimos que
hay muerte?”
“A los que hablan de aborto clandestino –añadió– yo les puedo decir
qué es la clandestinidad. De cualquier clase social, sean o no
pudientes, las mujeres que abortan llevan la clandestinidad en el
cuerpo. La clandestinidad te pasa por el cuerpo y te sentís sola, aunque
tengás plata para pagarlo. ¿Qué proyecto más perverso nos obligó a
argentinos y argentinas a tener mujeres secuestradas y obligadas a
parir, como si ese útero fuera un botín de guerra, y el resultado de ese
útero, que eran los bebés que nacían vivos, también éramos un botín de
guerra?”
En su alegato, Victoria Donda preguntó a los diputados
pro vidaqué harían en el caso de incendio en un laboratorio donde hay una sala con 300 embriones congelados, otra con una niña de tres años atrapada por las llamas, y una sola posibilidad de rescate. ¿Salvarían a la niña, o a los 300 embriones congelados?
Previsiblemente, la jerarquía católica y la Comisión Episcopal de
Laicos y Familia de la Conferencia Episcopal, han puesto el grito en el
cielo:
Nos duele como argentinos esta decisión, dijeron. Ídem con el Vaticano: “En el siglo pasado –aseguró Francisco– todo el mundo se escandalizó por lo que hacían los nazis para preservar la pureza de la raza. Hoy hacemos lo mismo con guante blanco”. Ah… qué pontífice tan peronista.
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