Orlando Delgado Selley
En una entrevista con
un medio estadunidense el secretario de Hacienda se mostró optimista en
cuanto al crecimiento del PIB este 2020. De entrada, indicó que la
ligera contracción observada en 2019 resultó
natural y en línea con el decepcionante desempeño de la actividad en el mundo. Las cosas se ven mejores este 2020. Las razones que argumentó el secretario son que la inflación y la deuda están controladas, que el peso es estable, que Pemex ha revertido su decrecimiento productivo. Junto con ello, por supuesto, está la ratificación del tratado de libre comercio de América del Norte, ahora llamado T-MEC.
Su estimación de crecimiento, sin embargo, no la modifica. Mantiene
su previsión de 2 por ciento que, por cierto, no comparten los analistas
económicos. Las estimaciones del sector privado sostienen que la
economía crecerá solamente uno por ciento. Estimaciones que se han
reducido de lo que pensaban hace seis meses, cuando auguraban un
crecimiento posible de 1.7 por ciento para el año en curso. Hay quien
sostiene, como el Bank of America, que el crecimiento apenas alcanzará
0.5. El problema es que junto a
las cosas mejores, expuestas por Herrera, la política monetaria decidida por el Banco de México (BdeM) sigue siendo restrictiva.
En opinión de Herrera, la inflación bajo control y la estabilidad del
peso claramente señalan que hay espacio para mantener reducciones de la
tasa de interés, lo que debería hacer el BdeM. El secretario argumenta
que
él nos es el único que lo dice. Es algo que ya planteó el director para el hemisferio occidental del FMI. En efecto, Alejandro Werner dijo el mes pasado que México tiene un espacio significativo para mantener reducciones de la tasa de interés que impulsen el crecimiento, reconociendo que otros países de América Latina han reducido el costo de los préstamos.
Una revisión de las tasas reales de interés que resultan al ajustar
la inflación para los países del G-20 indica que México tiene la mayor
tasa. Del grupo sólo cinco países mantienen tasas de interés reales
positivas y de ellos la mayor es la mexicana. Arabia Saudita y Sudáfrica
tiene una tasa de interés de 2.6 y 2.8, en tanto Indonesia y Rusia
mantienen tasas de 3 y 3.8; México por decisión de la junta de gobierno
del BdeM mantiene una tasa real de 4 por ciento. El resto del G-20 tiene
tasas de interés reales negativas: Brasil, Corea del Sur, Canadá,
Estados Unidos y el Reino Unido de entre -0.2 y -0.8 por ciento.
El grueso del G-20, Turquía, Japón, Nueva Zelanda, Australia, Chile,
la Europa del euro e India tienen tasas negativas de entre 1 y 2 por
ciento. Argentina que, por supuesto, presenta una situación particular
tiene una tasa de -6 por ciento. Esta muestra, que resulta especialmente
relevante por la naturaleza de los países miembros del grupo, es
contundente. Los bancos centrales, muchos de ellos con leyes reformadas
en el marco del llamado consenso monetario neoliberal, como nuestro
Banco de México, frente a las condiciones de crecimiento a la baja de la
economía mundial han decidido que su política monetaria debe ayudar a
contrarrestar las olas recesivas globales.
Nuestro banco central, en cambio, con una inflación a la baja y
dentro del rango establecido por el propio BdeM de tres por ciento +/-
uno por ciento, mantiene que es más importante evitar un posible rebote
inflacionario de 0.2-0.3 por ciento, que apoyar a la economía con
decisiones de política monetaria que alienten el crédito y, por ello, la
inversión. Su justificación es que su mandato legal les obliga a
hacerlo. Tienen razón. Por ello, de nada sirve para el crecimiento
económico que Herrera, Werner y el propio AMLO aplaudan cuando la junta
de gobierno reduce un cuarto de punto porcentual la tasa de interés,
ratificando que respetan la autonomía del banco central. Porque el
problema es que esta autonomía, que respeta un solo mandato legal, frena
el crecimiento.
Hace falta que se modifique la ley orgánica del BdeM estableciendo un
mandato dual, lo que obligaría a la junta de gobierno a considerar el
impacto de elevadas tasas de interés en términos reales sobre la
dinámica económica. Esta modificación, que corregiría un aspecto
fundamental de las reformas neoliberales de los tiempos del salinato, es
perfectamente posible dadas las proporciones de los grupos
parlamentarios y claramente conviene al interés de la nación.
Insistir en esta modificación legal, que ha sido propuesta varias
veces en los años recientes por legisladores de distintos grupos
parlamentarios, importa porque se trata de terminar con el predominio de
visiones neoliberales que se mantienen todavía vigentes, aunque se
sostenga lo contrario. Importa, además, porque es indispensable en
condiciones recesivas alinear la política fiscal y la política
monetaria.
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