Bernardo Barranco V.
En torno al INE
predomina la polarización. Los consejeros Córdova y Murayama se han
subido a los cuadriláteros dispuestos a fajarse. Los partidos están casi
ausentes del debate, apenas reclaman y sus argumentos parecen
timoratos. Dos hipótesis: o aún no salen del shock de las
elecciones de 2018 o están entrampados defendiéndose y negociando la
probable reducción de sus prerrogativas. Para nadie es secreto que AMLO
es un malqueriente del instituto electoral desde 2005 y sus corifeos se
encargan de magnificar el desagravio con actitudes punitivas. La
atmósfera está enrarecida, aún más, en torno a la elección de los cuatro
nuevos consejeros por parte de la Cámara de Diputados y la iniciativa,
poco aseada, para relegir a Edmundo Jacobo como secretario general de la
estructura del INE. Este madruguete ha sido considerado como una
proclamación belicosa por parte del grupo en torno a la presidencia del
INE. Edmundo Jacobo engrosa junto con los consejeros Marco Antonio Baños
y Benito Nacif, los dinosaurios electorales.
La declaración reciente de Lorenzo Córdova no puede ser más elocuente:
Como nunca en su historia, el INE enfrenta un ambiente adverso y hostil que exige un cierre de filas. ¿El INE ve amenazada su autonomía bajo el asecho de la 4T? ¿La democracia de México será vulnerada por la cooptación del futuro consejo por parte de Morena? ¿Cuestionar al INE es atentar contra la democracia y la libertad?
Existen dos posiciones polarizadas en este debate que tiende al
desenfreno: 1) hay quienes sostienen que está en riesgo la autonomía del
INE con la designación de cuatro consejeros generales que saldrán de la
Cámara de Diputados con mayoría de Morena. La predisposición más
fatídica sería la siguiente: la 4T se apodera de una institución
autónoma más, como el secuestro de la CNDH. Con ello se minaría la
soberanía de la institución y habría una peligrosa regresión electoral.
2) la otra posición parte de que imperan reglas políticas no escritas en
la designación de los consejeros electorales. Morena irrumpe en 2015,
un año después de la reforma electoral y de la integración del actual
Consejo General. Morena, que arrasa electoralmente, no tiene posiciones
no sólo en el Consejo General del INE, sino en los 32 Oples, consejos
distritales y hasta municipales. Por tanto, si nos atenemos a la
repartición de cuotas le corresponde la mayor tajada. Frente a esta
posibilidad muchos opinadores alzan la voz con indignación cuando en las
anteriores designaciones sus reproches fueron tenues o de plano
callaron.
Recordemos que este tipo de designación proviene de una cultura
política contaminada por el pragmatismo que responde a los intereses
inmediatos de los actores políticos. En otras palabras, la repartición
en los asientos electorales depende de la posición electoral de cada
partido, es decir, de su preeminencia. En 2014, cuatro fueron para el
PRI, tres para AN y tres para el PRD, con un presidente de consenso. En
2003, el nombramiento de consejeros dejó fuera al PRD. Las consecuencias
fueron funestas en la traumática elección de 2006. Hasta ahora, tras 14
años, aún no se confirma plenamente el fraude electoral, pero tampoco
lo contrario. En todo caso, en su momento el PRD se dijo agraviado ante
el incierto comportamiento de los consejeros encabezados por el entonces
presidente, Luis Carlos Ugalde.
Uno de los mayores vicios de la cultura política mexicana es el
reparto de pesos y contrapesos en el instituto. El INE ha respondido a
equilibrios políticos y de poder desde su fundación. En la mayoría de
los casos hemos asistido a un reparto de posiciones por los partidos que
designan a los consejeros de acuerdo a sus intereses y no a las
capacidades de las propuestas ¿Debemos seguir dicho modelo pragmático?
¿En verdad están los mejores consejeros en el Olimpo electoral? Dicho
arquetipo de cuotas, de pesos y contrapesos, no sólo perjudica la
verdadera autonomía del INE, sino que ha desdibujado su desempeño
institucional.
Mucho perderíamos si el INE fuera convertido, como algunos quieren,
en palanca del Presidente y su partido. Las amenazas son claras y el
riesgo es evidente. Cualquier decisión que tome Morena puede debilitar
aún más a una institución que ha venido decayendo. Hay un problema de
fondo que va más allá de los cuatro consejeros a designar. A pesar de
sus actuales defensores, el INE ha perdido la confianza ciudadana. Ahí
están las encuestas de 2017 y 2018: la percepción ciudadana tiende a ser
negativa. Morena tiene a sus espaldas una enorme responsabilidad
política. Si captura el INE será cuestionado; si actúa con solvencia
política, elige con prudencia y pluralidad a los nuevos consejeros,
corre el riesgo de llegar vulnerable a 2021. Aún más con las reiteradas
señales belicosas de Córdova y Murayama. Es colosal la responsabilidad
de la mayoría legislativa de Morena. El clima está tan enrarecido que
cualquier decisión puede minar más al árbitro electoral y, por tanto, la
legitimidad de su campo. Creemos que el problema de fondo es la cultura
política viciada con que se construyó el modelo político de las
instituciones electorales. El modelo llegó a su límite. La sociedad
requiere repensar usos y formas de una cultura política anacrónica y
hasta perversa. Sí, creo que hay que repensar a fondo el INE y construir
nuevos prototipos electorales con paradigmas alterativos que zarandeen
una cultura política cosificada del siglo pasado priísta.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario