Por supuesto, para México
es decisivo el proceso electoral estadunidense que culminará el 3 de
noviembre de este año. Realmente es importante no sólo por el resultado,
es decir, por la identificación del personaje que sustituirá ¿o no? a
Donald Trump en la Casa Blanca, sino porque el perfil de ese personaje
sin duda llenará los comentarios políticos en México en torno a la
propia elección presidencial, a mediados de 2021, además de
dispararlas opiniones sobre el futuro próximo de la política de Estados Unidos, y por supuesto sobre las repercusiones en nuestro país. Un año, pues, de las más variadas opiniones en los medios de difusión de México, frecuentemente aproximando los destinos de ambas naciones, sobre todo en función de los rumbos que tome la política del vecino del norte. Siempre ha sido así y no tendría por qué ser diferente ahora.
Pero será diferente en alguna medida, ya que buena parte del mandato
que cumple López Obrador ha sido también el de la elección y el de la
presidencia de Trump en su primer periodo. Pensamos –decimos ¡ojalá!–
que en un segundo ejercicio de ambos no tendrían por qué variar
demasiado las circunstancias. En realidad, si nos hubieran forzado a
expresar nuestra opinión sobre la primera edición de esta coincidencia
habríamos sin duda pensado que resultaba una verdadera desgracia el que
nuestro Presidente, cualquiera que fuera, coincidiera en el tiempo con
el mandato de Donald Trump. Las características del personaje nos
hubieran hecho pensar en una fila de presiones y exigencias muy
difíciles de atender para México, sobre todo respecto de nuestra
tradición de defensa de la soberanía, en todo lo que se pudiera. Con
Trump al lado no resultaba exagerado pensar en una relación altamente
conflictiva para nosotros, y para el Presidente de México, cualquiera
que fuera, desgastante hasta el límite.
La cuestión, debe reconocerse, por fortuna ha sido bastante diferente
a los los pronósticos más obvios. Y aquí me parece que debemos otorgar
el mayor crédito posible al presidente López Obrador. Es verdad, alguien
lo dijo por escrito, las relaciones personales son cuestión
esencialmente de química, que se ha dado entre los dos personajes aun
cuando jamás se hayan encontrado físicamente. Pero ambos, por instinto,
supieron bien, incluso antes de llegar a sus actuales responsabilidades,
que no obtendrían demasiado convirtiendo ese destino de ser vecinos en
una relación rijosa, que no sería benéfica para ninguno de los lados y,
por el contrario, que sería altamente desgastante para ambos, y que en
ello no sólo iba su posición política formal, sino una política que ya
es cuestión también de muy amplios sectores sociales: desde luego la
numerosa migración mexicana ya asentada en Estados Unidos y el amplísimo
intercambio entre poblaciones que se interrelacionan cada vez más; sí,
por el turismo, pero también por un cúmulo de hechos y circunstancias
que sin duda se generan cuando dos poblaciones tan amplias conviven
necesariamente en un intercambio muy impresionante por su variedad y
riqueza. Relaciones familiares y amistades, opiniones de todo tipo, en
el campo de la cultura y de la política incluidas, experiencias
compartidas, y tantas otras que sería casi imposible mencionar.
El hecho es que un gran instinto político de López Obrador, que ha
mostrado desde luego en este caso y también en otros difíciles en lo que
va de su mandato, ha sido ingrediente indiscutible en esta buena
relación. Y también, habría que decirlo, al menos hasta el momento, el
buen instinto que ha demostrado Trump hacia las cosas fundamentales de
México, que también ha sido factor determinante en estas relaciones que
no han transitado por el calvario que muchos preveían, que seguramente
no han sido fáciles pero que precisamente no parecen representar por lo
pronto la tortura que se presumía.
¿Quién hubiera pensado en tiempos de calma con Trump al lado? ¿Y
precisamente con un mandatario mexicano izquierdista y decidido a
terminar con las ventajas inaceptables que han tomado en México los
intereses estadunidenses, aliados en principio a otros inaceptables que
son los mexicanos que se imponen alevosamente a las capas de
conciudadanos más desprotegidos?
A propósito del artículo que apenas hace un par de semanas publiqué
en estas páginas sobre el golpe de Estado en Bolivia, en diálogo con
algunos jóvenes profesores de la UNAM me expresaban su preocupación por
el conjunto de intereses de nuestro país que han manifestado claramente
su oposición a AMLO y por el posible apoyo directamente
golpistaque pudiera surgir de esa política, apoyo probable en Estados Unidos como tantas veces ha ocurrido en América Latina y, sin embargo, concluíamos que la relación actual del Presidente mexicano con el de Estados Unidos hacía muy difícil pensar en ese esquema, y que por el contrario, la manera en que ha llevado López Obrador la política con su par del norte hacía altamente improbable que se presentara tal posibilidad, aunque la política estadunidense general parece clara en su voluntad de
barrero
limpiarcualquier núcleo potencial de disidencia.
El hecho de que se haya renovado con relativa facilidad, por supuesto
con mucho trabajo dentro, el T-MEC, y desde luego la participación del
otro miembro del acuerdo, Canadá, con Trudeau en la directiva,
convierten el nuevo acuerdo en un positivo éxito, desde luego para el
régimen de López Obrador.
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