Esta mañana escuchaba en la radio los testimonios desgarradores de
tres mujeres, muy mayores, describir cómo la condición de mujeres fue
decisiva en la forma de ser asesinadas por el franquismo. Además de ser
violadas, a veces en grupo, eran torturadas y asesinadas.
Después del golpe de Estado franquista, casi toda la población sufrió
las consecuencias de la dictadura, pero los peores efectos los
sufrieron las mujeres, tanto en la forma de ser asesinadas como las que
sobrevivieron a aquellas matanzas, porque ya no vivieron, malvivieron
toda su vida.
Jornadas de trabajo interminables en los campos o sirviendo en las
casas de quienes apoyaron el golpe de Estado, sin una alimentación
adecuada, y en numerosas ocasiones siendo abusadas por los señores y
señoritos de la casa o por los propietarios de las tierras, sumaban
nuevas formas de tortura para aquellas mujeres.
El asesino felón Queipo de LLano desde los micrófonos de Radio
Sevilla despertaba los más bajos instintos de las tropas franquistas
animándoles a violar y a asesinar a las mujeres. Esa era una de sus
consignas.
Este terrible ejemplo de mujeres asesinadas y violadas por los
soldados franquistas no es más que un ejemplo de lo que ocurre en
cualquier conflicto armado en cualquier parte del mundo. Que los cuerpos
de las mujeres se convierten en territorios que ocupar de cualquier
manera. A la fuerza, pero hay que ocuparlos. Son botines de guerra y, a
su vez, territorios conquistados.
El patriarcado, en sus múltiples maneras de imponer sus reglas,
impulsa la conquista de los cuerpos de las mujeres como diferentes
formas de torturas. Quienes ya tenemos unos años, recordamos la guerra
de los Balcanes, con el asesino de Milosevich y su estrategia de
limpieza étnica en la que las mujeres eran violadas sistemáticamente por
las tropas y secuestradas para que no pudieran abortar y, de ese modo,
llegar a dañarlas en su ser más profundo.
En las guerras africanas como el genocidio de Ruanda o las guerras
del Congo, las mujeres, de nuevo eran violadas para así humillar a las
tribus rivales después abandonadas, aún a sabiendas de que sus familias
las iban a rechazar precisamente por haber sido violadas.
O en el viejo y enquistado conflicto entre Palestina e Israel, en
donde en los dos Estados y sus dirigentes utilizan el cuerpo de sus
mujeres respectivas como maquinaria de reproducción masiva para combatir
al otro con un índice de mayor población. Y ya sabemos cómo les va a
las palestinas.
En todas las guerras habidas en América central y del sur, han sido
las mujeres, de nuevo quienes han pagado los peores precios, tanto si
pertenecían a las guerrillas como si no lo hacían. Siempre capturadas,
violadas e incluso asesinadas como “premio” de algunas batallas. Las
mujeres mexicanas que siguen pagando con sus vidas la narcoguerra
abierta desde hace años. Las colombianas o las panameñas, sin olvidarme
de las salvadoreñas o las guatemaltecas y, mucho más recientes las
mujeres chilenas detenidas y violadas por las llamadas “fuerzas del
orden”.
Sí, al final, somos las mujeres y las niñas quienes peor paradas
salimos de todas las guerras, porque en sí mismo el concepto de guerra
es un concepto patriarcal y, seguramente, de virilidad mal entendida.
Lo peor de las guerras no es solo el número de personas muertas que
produce. Quizás lo peor es la cantidad de mujeres muertas en vida que
deja el conflicto.
Y no fue hasta el año 2000 cuando la ONU aprobó una resolución
histórica, la 1325, que podría decirse que es el primer documento legal
del Consejo de Seguridad que exige a las partes en conflicto que
respeten los derechos de las mujeres y apoyen su participación en las
negociaciones de paz y en la reconstrucción post-conflicto.
Hasta ese momento, ni una palabra al respecto. Como ciudadanas de segunda o tercera categoría, incluso para la ONU.
Desde el feminismo queda mucho por hacer, mucha pedagogía que
desarrollar para que los derechos de las mujeres y las niñas sean
respetados. Sobre todo en los conflictos armados y en las situaciones
que de ellos se derivan. No podemos olvidar nunca que ninguna estamos a
salvo de la barbarie de una guerra.
Seguiremos haciendo pedagogía y recordando que en estos conflictos
armados quienes peor parte se llevan son las mujeres y las niñas. Y
aunque sólo sea por eso, exigiremos una paz justa y mantenida, aunque
cada día sea más difícil.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario