Raúl Díaz
Se necesita un actor con
características específicas, empezando por las puramente físicas y
biológicas, entre ellas la edad, ya que, en el menor de los casos, debe
tener unos 60 años, aunque aparente más. Aquí entran otros requisitos:
la apariencia y la movilidad propia de esa apariencia. Podrá
argumentarse que esto pueden darlo el maquillaje, el vestuario, los
trucos propios de éste y el trabajo actoral, pues no se necesita ser
viejo para representar a un hombre de esa edad. Justamente, esa es otra
característica, fundamental del personaje del que hablo, porque quien lo
encarne tiene que ser necesariamente un gran actor de cualidades
especiales. Un buen actor, a secas, no podrá producir los resultados que
el dramaturgo imaginó y desea provocar.
Estoy hablando de La Exageración, pieza de David Olguín, que
él mismo dirige y que es todo un canto a la actuación, a la categoría
superior de el arte de la actuación.
Afortunadamente para él y para todos los que tengamos el placer de contemplarla, Olguín encontró el intérprete ideal para su Exageración... en Mauricio Davison, ese espléndido actor que en algunas ocasiones he calificado de
raro, pero cuyas
rarezasno hacen más que confirmarlo como el auténtico primer artista que es.
No sé si Olguín escribió la obra pensando en él; sin embargo, sin
duda, sí lo hizo pensando en rendir homenaje a los grandes, viejos
actores (y actrices) que han dedicado su vida –y dejado lo mejor de
ella– en los escenarios y que, en muchísimos casos, para nada tienen o
tuvieron el reconocimiento que realmente merecían. La lista de nombres
en estas circunstancias es, dolorosamente, muy larga. Igualmente, el
autor rinde homenaje a tres grandes figuras de nuestro teatro, dos
desafortunadamente ya fallecidas y uno que, ¡albricias!, sigue
acompañándonos y creando. En el orden que los menciona el autor por boca
del actor: Ludwik Margules, Juan José Gurrola y Alejandro Luna.
La Exageración es, entonces, toda una loa al teatro y sus creadores,
ya que, como se sabe –y deben saber las nuevas generaciones–, Margules
fue el gran director y maestro, ese que, sin aspavientos, auténticamente
forjó actores diferentes; Gurrola, el multifacético, arquitecto, actor,
director, dramaturgo, su impronta allí está. Luna, el escenógrafo non, el creador y transformador por excelencia. Qué bueno que sigue entre nosotros.
Las nuevas generaciones y las mujeres también están presentes en la
joven Mar Aroko, que es la contraparte a Davison; el contraste entre
madurez y juventud, entre hombre y mujer, entre la experiencia de mil
años y el ímpetu maravilloso que quiere no llegar, sino superar esos mil
años y, pretenciosamente como corresponde a todo joven, por supuesto,
hacerlo mucho mejor.
Teatro, así, en toda su magnífica expresión es esta Exageración... que
con un pretexto fútil –iniciar un ensayo en el que están sólo el viejo
actor y la joven asistente del director, porque éste está atrasado–,
permite todo el despliegue de facultades actorales de uno y otra en un
juego por momentos lastimoso y simpático, en otros; sincero siempre que
nos pone ante verdades humanas y artísticas que para nosotros, gente de
teatro, son comunes y sabidas, pero que para el público serán una
ventana nueva.
Con un trabajo espléndido –uno más– de Mauricio Davison y uno no menor de Mar Aroko, La Exageración,
que es por demás plausible, será una experiencia distinta, pienso que
aleccionadora para algunos y gratificante para todos. Se está
presentando con escenografía e iluminación de Gabriel Pascal, en una
corta temporada en el teatro El Milagro de jueves a domingo.
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