Tere Garduño Rubio*
Se discutió en diciembre
pasado en la Cámara de Diputados la iniciativa para consagrar como
derecho la educación en lengua materna. Más de 50 años de escuchar los
primeros balbuceos infantiles hasta el encuentro con los pensamientos
formales críticos de cientos de adolescentes me permiten manifestarme
por dicho derecho.
Por medio de la lengua materna nombramos por vez primera al mundo,
reconocemos su diversidad e interpretamos la realidad para construir
nuestra cosmovisión; conocemos las primeras palabras amorosas, las
canciones de cuna, expresamos nuestras vivencias, angustias, temores,
sueños, fantasías, alegrías y nos advertimos sujetos ya que la lengua
materna nos da un nombre que nos hace únicos e irrepetibles. Al ser
nombrados, nos diferenciamos paulatinamente de nuestra madre, al mismo
tiempo que nos apropiamos de la herencia, tradiciones e historia
familiar para configurar una identidad personal, familiar, local,
regional y nacional.
Cuando a un niño o a una niña que se ha desarrollado en una comunidad
con una lengua, una cultura, valores y representaciones familiares y
sociales definidas y compartidas, se le exige la escolarización en otra
lengua, se le niega la propia identidad; se le envía el mensaje de que
las representaciones familiares y sociales que ha construido hasta el
momento en su lengua originaria no son válidas. Se le coloca en una
circunstancia enajenante que lo obliga de manera violenta a negar su
herencia cultural. Su nombre ya no se vincula a la voz de la madre; los
nombres de los animales y las plantas que le rodean no tienen ninguna
relación con el padre y los hermanos; las maneras de saludar, pedir las
cosas y despedirse no tienen ninguna similitud con lo que le era
familiar en casa y con los abuelos. Es sometido a la violencia del no
reconocimiento y a la negación de todo su bagaje cultural. No nos
sorprendamos pues de los resultados que obtenga en la escuela, pues
están asociados a un proceso de negación y de desvaloración.
Es un derecho humano conservar en la escuela la lengua materna para
desde ahí reconocer al mundo y después poder conocer y entender otras
lenguas. El trabajo educativo les permitirá a los sujetos,
paulatinamente, ponerse en el lugar de otros y así enriquecer sus puntos
de vista a partir de la comprensión de las perspectivas ajenas,
apropiarse de diversos productos culturales, construir valores de
identidad nacional y apoyar su formación integral.
Según datos oficiales, existen 69 lenguas en México; 68 indígenas y
el español. Existen aproximadamente 7 millones 382 mil 785 personas en
México de más de tres años que hablan alguna lengua indígena. Al
negarles la educación en su lengua, no sólo los estamos sometiendo a una
fuerte discriminación y violencia, sino que vamos paulatinamente
borrando la herencia de su cultura en el ADN nacional.
El reconocimiento del derecho de hablar y aprender en la propia
lengua materna es lo que nos hace un país multicultural. No sólo debemos
enorgullecernos de la maestría de la arquitectura mesoamericana o de la
precisión de los calendarios solares; los herederos de esas culturas,
que son los pueblos originarios, tienen el mismo derecho de admiración y
reconocimiento. Es por medio de la lengua propia como se dibuja todo su
universo cultural y se requiere consolidar el valor de los hablantes
mediante un proceso de legitimación. El mencionado reconocimiento
implica la comprensión, el aprecio, el conocimiento de la pluralidad
étnica, cultural y lingüística del país en una relación de equidad y
respeto mutuo. Al negarles ese derecho, negamos su identidad y borramos
su presencia en un universo nacional en el que decimos reconocer la
pluriculturalidad lingüística y étnica de los diversos pueblos que
constituyen la nación.
Es fundamental que en las comunidades hablantes de lenguas
originarias, los más jóvenes se sientan orgullosos de hablarlas. Al
negarles la educación en su lengua materna, los expulsamos de su
universo cultural para que busquen integrarse a una comunidad
hispano-hablante con la cual no comparten los valores culturales.
El derecho a la lengua materna implica además que las palabras se
integren al idioma mayoritario. Cuando a una niña le ponen el nombre de
Xochiquetzalli, o de Zyanya, o a un varón, el de Cuauhtémoc o Cuauhtli,
ellos conservan esos términos y permiten el reconocimiento de su
historia. Cuando usamos los términos comal, tlacoyo o petate los estamos
integrando al español y consolidando la vida de esas palabras del
náhuatl.
El derecho al aprendizaje en la lengua materna implica también el
reconocimiento y la integración de esa lengua en el español. Es pues
también el momento de integrar el conocimiento de las lenguas indígenas
en el currículo nacional. Hablando desde una perspectiva de soberanía
cultural, es más importante reconocer el panorama lingüístico del país e
integrar en el currículo el aprendizaje de las lenguas y culturas
originarias, antes de aprender una lengua extranjera. Para todo ello se
requiere un contexto jurídico, una voluntad política y un presupuesto.
* Directora del Instituto de Investigaciones pedagógicas A.C. y de la Escuela Activa Paidós
No hay comentarios.:
Publicar un comentario