El domingo 9 fue encontrado el cuerpo torturado de Ingrid Escamilla.
El domingo 15 se encontró el de Fátima, una niña de 7 años, también
salvajemente asesinada. Dos casos de feminicidio que muestran parte del
horror en que vivimos. A esta violencia deshumanizante, el presidente ha
respondido con enojo, incomodidad y, ayer, con un sermón sobre la
bondad humana y la necesidad de “apurarnos a tener la constitución
moral”.
Como si en una iglesia estuviéramos, no en una de las sedes de esta
República laica, el presidente predica “valores” que atribuye a su
gobierno y niega a “los conservadores”. El neoliberalismo sin duda
fomenta el individualismo y la deshumanización pero recurrir una y otra
vez a la atribución de todos los males a éste, es pretender sacudirse la
responsabilidad de conducir una política responsable, justa, centrada
en los problemas reales que afectan a millones de personas y no en vagos
ideales “espirituales” que pueden valer como principios morales, o
hasta éticos, pero no como cimientos de las políticas públicas de
prevención de la violencia, reconstrucción del sistema de justicia y
transformación del sistema educativo y de las fuentes de educación
informal, muchas de las cuales lucran con el morbo y con el dolor ajeno y
contribuyen en particular a la cosificación de niñas y mujeres, sin
eximir a hombres arteramente asesinados.
A la prédica de este lunes y al mal humor de la semana pasada habrá
que responder una vez más que México no necesita una “constitución
moral”. Las mujeres y niñas de este país no necesitamos una “cartilla
moral” ampliada, plagada de lugares comunes trasnochados. Tampoco
necesitamos “decálogos” de buenas intenciones insulsas.
Habrá que responderle al presidente que el machismo no es
“anacrónico”, persiste en todo el mundo, y en este país se fomenta a
diario: ni los gobiernos anteriores ni éste han enfrentado la urgencia
de transformar la educación para la igualdad, ni han regulado conforme a
las leyes vigentes a los medios carentes de ética. Este gobierno
“transformador”, además, ha desaparecido o debilitado programas que
responden a las necesidades reales de millones de mujeres trabajadoras,
pobres, de todas las clases sociales: estancias infantiles,
Progresa/Oportunidades, Refugios para mujeres maltratadas. Programas
que no debemos a una (inexistente) “generosidad” neoliberal sino a la
lucha de miles de mujeres en defensa de su derecho a la igualdad y a una
vida libre de violencia.
Lo peor de la palabrería presidencial no es siquiera la burla y el
enojo que en ella subyacen, lo peor es la sordera y ceguera del
Ejecutivo ante las demandas y propuestas concretas que se han acumulado
por décadas y que en estos días se multiplicaron en redes sociales.
¿Las habrán leído el presidente o las funcionarias pseudofeministas de
su gabinete? Es poco probable: provienen de esa sociedad civil y de esas
defensoras de derechos a las que se estigmatiza y se busca
desmovilizar. Ante el dolor y la rabia, ni el presidente, ni la
secretaria de Gobernación, ni la jefa de gobierno de la Ciudad saben
responder, no digamos con empatía, con sentido político.
Propuestas sólidas no faltan. Por ejemplo, en respuesta al “decálogo”
presidencial, ridículamente reproducido por Gobernación, un grupo de
feministas elaboró un “decálogo feminista”, respaldado por ciudadanas y
ciudadanos, que sintetiza algunas de las políticas públicas que urge
impulsar. Entre otras, en vez de militarización, “una estrategia de
seguridad diseñada con enfoque de género” para lograr ciudades y
comunidades seguras; políticas de prevención de la violencia de género,
“regulación de los medios de comunicación” para evitar la
revictimización, capacitación sobre derechos de las mujeres del personal
de juzgados, fiscalías, policías…, AVG nacional, acceso pleno a la
justicia para las mujeres, homologación del tipo penal de feminicidio,
“más acción menos discurso”.
“Atender el fondo”, como dijo el presidente el lunes, exige frenar la
barbarie con políticas de Estado, no con “purificaciones”. Seguir
trivializando las causas y dinámica de la violencia que nos destroza,
es complicidad.
CIMACFoto: César Martínez López
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