2/22/2020

Las feministas en la plaza y el derecho al futuro


María Teresa Priego

La más justa, la más desesperada, la más valiente de las furias.
Las jóvenes feministas que protestan son acorraladas en la calle.
También por quienes tendrían que protegerlas.
Las rocían con una nube de gas pimienta.
No se puede escribir de corridito.
Sino en cortes. A empujones. En tajos.
Ingrid torturada, asesinada, expuesta.
Fátima y sus doce años. La interminable tortura a la que la sometieron tres hombres adultos.
Tasajearon su piel y seguía viva. La violaron, le arrancaron su ojito y seguía viva. Le estrellaron una piedra en la cabeza, y seguía viva.
Su madre la encontró a mitad enterrada.
Muerta.
No sólo la asesinaron. No sólo las asesinan. No sólo nos asesinarían.
11 niñas, adolescentes y mujeres cada día.
¿De verdad creen que van a mandar a estas jóvenes feministas a encerrarse en sus casas, arrinconadas por una nube de gas y frases edificantes?
"No se combate la violencia con violencia".
¡La histórica puerta del Palacio Nacional!
¡El camión repartidor de La Prensa!
El de la prensa más infame que compra imágenes del horror, y encuentra quien abra un expediente y se las venda.
Ellas. Esas jóvenes de la generación de las/los hijas/os de las feministas de mi generación, están luchando por todas, porque la violencia feminicida no nos impida atravesar el umbral hacia afuera... no nos impida vivir del umbral hacia adentro.
Sólo quieren, exigen, el más elemental de los derechos humanos: el derecho a la integridad de las personas y a vivir en una cierta paz.  
Todas/os quisiéramos decir frases bonitas, inatacables.
Conciliadoras. Suavecitas. Razonables. Como documento de la ONU.
Tan "femeninas".
Colgarnos del ideal de los mundos.
¿Quién quiere vivir en la violencia?
Las jóvenes feministas no inventaron, no generaron la violencia, sólo están respondiendo a una triple violencia: la de los asesinos, la de no ser escuchadas en esta cultura del "no pasa nada, hasta que me roban -a mí- el celular", la de ser ignoradas por quienes detentan el poder con todas las responsabilidades que el poder implica.
La violencia de las calles oscuras, la de las leyes como letra muerta.
Una zanja. Un cuerpo al que le arrancaron la piel. Asesinar femineidades ya no es suficiente. Aniquilar una vida, ya no es suficiente.
Escriben con navaja un mensaje en el cuerpo de cada mujer asesinada.
Un mensaje que nos está dirigido a todas.
"No vivas. No salgas. No trabajes. No estudies. No hables. No te enamores. No creas que tienes derecho. No eres libre.
No te atrevas.
Material de deshecho tú y todas las que se parecen a ti".
En mi generación, las herramientas para cercarnos fueron los golpes, los encierros y las palabras discriminatorias.
"Las putas". "Las fáciles". "Las pirujas".
"No te atrevas a moverte de ese lugar que te asignamos".
El mandato de silencio.
"No te acosó, no te violó, te lo imaginaste. Y si hablas, eres tú quien se hunde".
Era doloroso, alienante, brutal. Imperdonable. Sí.
Pero en las últimas dos décadas en México, estamos viviendo el infierno jamás imaginado.
El sadismo imparable.
Vivir amenazada cada día.
Ya no sólo en el cuerpo metafórico, sino en el cuerpo-estar-viva.
Un ser humano acorralado - cuando tiene el coraje y la fuerza- se defiende a como puede.
Son valientes. Se están defendiendo.
No les han dejado ninguna otra posibilidad.
No les han cumplido con ninguna alternativa real.
La marcha pacífica de "La primavera violeta" fue la masiva toma simbólica de la Ciudad.
Una jornada inolvidable.
La suma de los feminismos. Una marcha intergeneracional, rotunda.
No sucedió nada después. Nada.
Años de marchas pacíficas sin que suceda nada.
Organizaciones civiles, Propuestas, conferencias, coloquios, desplegados, textos, obras de teatro, performances, cine, talleres, marchas, intervenciones, mítines, investigaciones...
Nada.
Y si existe una mujer en este país capaz de decir: "no están torturando y matando mujeres, son unas exageradas" o "a mí no me va a pasar nunca porque yo vivo del lado luminoso de la acera".
Caray.
Quizá viva cegada por el humo de algún terrible y metafórico gas pimienta.
Ante la negación.
Nos queda la sororidad.
Cada una a su manera. A como puede.
La sororidad que no se da por hecho, sino que se construye.
La convocatoria a la suma intergeneracional de los feminismos.
Hasta ser escuchadas y atendidas.
Hasta que la justicia llegue.
Ahora circulan esas frases: "no me representan", "sí me representan".
No es que "me representen".
Dado que no toman las calles en misión diplomática.
Ni están sentaditas en la cámara de diputados.
Es bastante más fuerte, creo.
Más cercano.
Más intenso.
Hay algo profundísimo que a una se le juega en el corazón, en la piel, en la admiración, en lo que es justo e indispensable.
En la historia de vida.
Estar con ellas.
Y lo que ellas anhelan y exigen, no es "representarnos", sino que nos sumemos a la urgencia de sus reivindicaciones.
Que son/sean las nuestras.
No es que "me representen".
Es que las admiro. Las abrazo. Les agradezco.
Abrazo su fuerza que me da fuerza.
Su valor que me da valor.
Su dignidad que me sacude y me cuestiona.
Abrazo esa infinita desesperanza que es la suya/la nuestra y que ellas transforman en una forma feroz de la esperanza.
Porque están aterradas y de pie.
Llenas de dolor y de pie.
Porque no renuncian.
Porque hay un México que les debemos y nos debemos.
Porque intentan -a patadas, ¿qué opción les dejan?- abrir las puertas de un México, otro.
Las puertas del derecho al futuro.


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