-Lastre, la desatención, desdén, y falta de políticas públicas comprometidas
-La política de seguridad pública dio un pasito adelante, pero es insuficiente
La
indiferencia. Esa es la principal actitud desde el gobierno, a la falta
de sensibilidad por el problema de los crímenes de lesa humanidad que
representa el asesinato de mujeres en México. No es nuevo, pero sigue.
Qué
decir de los abusos, a los más deplorables niveles, cometidos en contra
de niñas —sobre todo— al igual que niños. La pederastia en su máxima
—pésima— expresión. Los curas de las iglesias ni se diga el cinismo con
el que enfrentan su problema, que lo magnifican con sus declaraciones
denigrantes como: es peor el aborto que la violación (¡recontrasic!).
Pura
justificación, si la institución (sic) que representa la difusión de
principios religiosos y morales (super sic), la iglesia católica ha
perdido el piso; códigos de conducta y políticas de atención para la
protección de las familias en cero, asunto que mina tanto sus cimientos
como su propia existencia. Pero ese es un problema que tarde o temprano
cosechará. Son los pederastas religiosos.
Pero otra es la función,
la que debe adoptar —o debería tener— del gobierno federal, en este
caso de Andrés Manuel López Obrador en México. Tema delicado, complejo y
complicado, ciertamente. Eso no es novedad. Tampoco el machismo y
Octavio Paz lo describió muy bien en El Laberinto de la Soledad.
Pero
este no es espacio para hablar de literatura, sino de realidades. Los
crímenes cometidos contra mujeres, jóvenes y pequeñas, no tienen
calificativo. Son de lesa humanidad, llámeseles feminicidios, violencia
extrema de género o violencia contra las mujeres. Es inaceptable en
todas sus expresiones.
Duele, como cuando le han desaparecido a
uno un integrante de la familia. No hay manera de expresar el
sufrimiento. El dolor se lleva dentro. Cuantimás un hijo. Eso es para no
encontrar paz interna el resto de la vida. Para cualquier madre o padre
es como morir en vida. Si la muerte de un hijo es dura, tanco como la
pareja, van de la mano.
De esa violencia se ha levantado la ola, por los crímenes —feminicidios— en México en estos días. El caso de Fátima,
pequeña de 7 años, ha pegado hondo. Como de otras jóvenes igual. Más
las niñas, las jóvenes cruelmente asesinadas, desolladas, violadas,
denigradas.
Ante eso, algo que ha levantado fuertes críticas al
gobierno de Obrador es que se victimiza en lugar de ponerse en los
zapatos de las familias afectadas. Y de las mujeres, y la sociedad en
general. Es el mismo trato, en la atención de los feminicidios, como el
que se da para impedir los asesinatos de los periodistas.
Dos son las justificaciones del gobierno, de Obrador:
1)
Que se está atendiendo el problema de la violencia, con las reuniones
diarias del Consejo Nacional de Seguridad y el despliegue de la policía
—la Guardia Nacional—; que se está arrancando a los jóvenes de los
criminales con los programas sociales, salvo que eso está resultando, a
ojos vistas, claramente insuficiente en tanto continúan la impunidad y
la corrupción del sistema de procuración de justicia en el país;
2)
La indiferencia desde el gobierno para atender asuntos específicos, los
que se presentan el día a día, posición que deja el sentir molestia en
los afectados, y en la sociedad por el desinterés.
En ambos casos
resalta el desdén, lo que al mismo tiempo no es más que incapacidad —o
falta de visión— para resolver este asunto de alto impacto social. En
esto, los feminicidios están al punto del desborde, con el enojo de por
medio, de las mujeres que se manifiestan y las que no pero apoyan desde
redes sociales.
Es decir, si la movilización social ya es una
preocupación para cualquier gobierno, más lo es con actores molestos y
altamente ofendidos. Como las feministas que están saliendo a las
calles, en protesta por dichos asesinatos como por la insuficiencia en
las acciones de gobierno y las políticas públicas.
Obrador está
ante un problema nada fácil. Es verdad que se presta a que la protesta
sufra la infiltración de actores violentos, y que la derecha intervenga
para denostar al gobierno. Cierto. Pero el desinterés o incapacidad —más
la indiferencia— saltan a la vista. Grave.
De pena ajena es el
“decálogo del presidente de México vs la violencia hacia las mujeres”.
Nada comprometido o comprometedor. Nada para resolver, menos apaciguar a
las conciencias. Nada para resolver el feminicidio. Tampoco para no dar
elementos a la derecha para encaramarse en la cuestión. Nada para
atender un problema social de fondo como —insisto—, los asesinatos de
los periodistas.
Que es un asunto del neoliberalismo, sí. Que es
fruto de un pasado reciente, también. Que es tema para que la derecha se
le vaya a cuello a Obrador, igual. Que se presta a la manipulación de
quienes se manifiestan en contra, desde luego. Pero que es clara muestra
de la ineficiencia, también. Que la violencia no para, qué decir.
El
decálogo es muestra de lo anterior: “Estoy en contra de la violencia”,
bien, pero lo estamos todos y eso no resuelve. “Se debe proteger la vida
de hombres y de mujeres”, bien, pero el “se debe”, ¿quién debe?, el
gobierno no puede eludir. “Es una cobardía agredir a la mujer”, lo es,
pero qué se hace por ello; qué por la integridad de las familias, lo que
sea es poco, menos cuando no se reconoce un problema está lejos de
resolverse.
“El machismo es un anacronismo”, lo es, pero una
declaración no basta; lo mejor sería erradicarlo de raíz, incluso de la
cultura familiar, como evitar la preferencia por el hombre en
atenciones, en cuidados, etcétera, y eso es un tema también de cultura
familiar.
“Se tiene que respetar a las mujeres”, desde luego que
se les debe respetar, pero la violencia está en todos los medios de
comunicación, y no hay legislación en contra de eso, como balaceras y
traiciones en comedias y películas gringas, mexicanas y colombianas, que
solo propagan balaceras y asesinatos.
“No a las agresiones a
mujeres”. “No a los crímenes de odio contra mujeres”. “Castigo a
responsables”. “…Garantizar la seguridad de las mujeres”. “Nuestro
compromiso…con la paz y la tranquilidad”.
Si no pasamos de las
declaraciones a los hechos, el problema seguirá. Si no hay políticas
públicas comprometidas no habrá acciones de gobierno efectivas. Sin
legislación menos. El tema de la violencia en general no sube de la mera
cuestión de policías y ladrones, y eso será la piedra en el zapato para
el gobierno.
Lástima. Tan lamentable y deplorable como
denigrante. Por último, cabe aclarar, que con el dolor no se juega. La
sociedad no lo perdona ahora ni nunca, más allá que la derecha
oportunista se monte en el tema. En lastre, eso sí, se convertirán los
feminicidios para el gobierno si sigue el desinterés o la
descalificación.
Como la carencia de legislación y de políticas públicas condicentes.
18 de febrero de 2020
Salvador González Briceño
Director de geopolítica.com
@sal_briceo
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