Pareciera que se avanza
en el debate sobre igualdad de géneros y contra la violencia. Pero,
¿visibilizar es avanzar? La lucha cotidianamente heroica, a veces
desesperada de las mujeres mexicanas, inserta en una ola internacional
de protestas, acciones liberadoras y conquistas importantes, pero
insuficientes, topa con obstáculos más formidables aún que los digamos
tradicionales de nuestro patriarcado de doble raíz: la precolombina,
heredada por los actuales pueblos originarios, y la hispánica, producto
de su momento de mayor gloria viril, la
Conquista, una cadena impune y masiva de violaciones sexuales de las que se ha hecho alarde histórico sobre todo en España pero también aquí, como si ese mestizaje brutal fuese un logro civilizatorio.
Los obstáculos del presente no son ningún arcano, se exhiben,
denuncian o lamentan a diario en la nota roja y las redes, mucho más que
en el Ministerio Público. Además de la violencia
estructuralde la sociedad mexicana, sensiblemente encuerada estos días, tenemos la epidemia de feminicidios, violaciones consumadas y acciones de odio misógino, agravadas por la omnipresencia del crimen organizado con su corrupción de costumbres, gustos y vínculos comunitarios en clave machista sin restricción alguna.
El debate, y el alcance de sus consecuencias, revela una
desproporción significativa entre la masa de agravios sufrido por las
mujeres, sobre todo jóvenes, y la concreción y alcance real de las
acusaciones que delimitan la responsabilidad individual de varones
agresores en contextos precisos. Dicho de otro modo, la actual
resistencia femenina, y la lista de hombres acusados, suceden en un
determinado sector social. En algo que celebran incluso ciertas
feministas radicales, lo que tenemos es una clase o sector social
de sacrificio(¿vanguardia?). Siendo minoritaria en la población mexicana, la que después de 1968 se dio en llamar
pequeña burguesíao
clase media ilustrada, ha puesto el escenario y las personas de la actual
guerra de sexos, como decían las comedias del neorrealismo italiano.
El polémico #MeToo mexicano, que confrontó a las feministas
clásicascon las
nuevas, tocó sectores sociales precisos: cofradías literarias, universidades públicas, medios de comunicación liberales, gremios como el cinematográfico, el roquero, el editorial y poco más. Tanto las denunciantes como los acusados pertenecen al citado sector social. Uno echa de menos qué hay del mundo corporativo, escuelas y universidades privadas (siendo los Legionarios de Cristo una aparente excepción), medios electrónicos, cúpulas políticas. Y también en las clases mayoritarias, subalternas, silenciadas por el miedo, la pobreza y el abuso consuetudinario.
Tanto las movilizaciones recientes de mujeres como los paros en la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) (y nada más) vuelven a
tocar el mismo sector, ampliado a las estudiantes que, sin ser de clase
media, acceden a la educación superior, y con ello a las armas del
pensamiento crítico y a cierto sentido de pertenencia. Las acusaciones
han pegado en el sector laico, secular,
progresista, académico. Son valientes, ejemplares. Y limitadas.
No hace falta viajar en transporte colectivo para presenciar el
constante acoso al que son sometidas niñas, muchachas y mujeres de
cualquier otra edad, desde
mi reinitahasta
pinche vieja(siendo
viejaun desdeñoso epíteto para todas). Se les da un margen de acción reducido, en condición de víctimas. Serán sus madres, hermanas, tías y amigas las que salgan a buscarlas, llorarlas y, sí, protestar porque las alcanzó la lumbre.
La burguesía y la gran burguesía se refugian en cerradas y privadas,
en condominios autosuficientes y ciudadelas de realidad paralela.
Seguramente allí también hay maltrato, abuso patriarcal, incesto,
pederastia, violaciones, de todo. Pero el pacto social es otro. Y se han
de reír de los universitarios, intelectuales y artistas balconeados.
Pobres diablos de izquierda. Cuando Lydia Cacho tocó los sectores
altos, casi la matan, y vive en exilio. No muchas más se atreven.
Así que, ¿las mujeres van ganando o todavía no? La UNAM reacciona
lenta y balbuciente, tiene sus propios dinosaurios en una casta de poder
de casi 50 años, que bien encarna el rector Enrique Graue en un
continuidad que ya ni el PRI conserva. La presión viene de dentro, y a
empujones y cristalazos va reaccionando. La protesta frente a La Prensa visibiliza otro síntoma del odio masculinista: el sensacionalismo hiriente.
No basta el feminismo de clase para desanudar el actual desastre
ético de la sociedad mexicana, refocilada en la crueldad y la misoginia
Es tarea del Estado, las iglesias, las empresas, los medios y las
escuelas hacerlo universal. Las mujeres son acosadas, explotadas y
muertas a una escala que se antoja inexplicable y es repugnante.
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